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reconocerse en un espejo. Los escáneres cerebrales demuestran que no es resultado de una mera falta de atención. Las estructuras responsables del autorreconocimiento pueden haber quedado noqueadas junto con las estructuras relacionadas con la experiencia propia.

      Cuando Ruth Lanius me mostró su estudio, me vino a la mente una frase de mi educación secundaria clásica. El matemático Arquímedes, hablando sobre la palanca, dijo supuestamente: «Denme un punto de apoyo y moveré el mundo». O, como dijo Moshe Feldenkrais, el gran terapeuta corporal del siglo XXI: «No puedes hacer lo que quieres hasta que sabes qué estás haciendo». Las implicaciones están claras: para sentirte presente debes saber dónde estás y ser consciente de lo que te pasa. Si el sistema de autopercepción se estropea, debemos encontrar maneras de reactivarlo.

      EL SISTEMA DE AUTOPERCEPCIÓN

      Fue fascinante ver cómo Sherry mejoró con su terapia con masajes. Se sentía más calmada y con más arrojo en su vida diaria, y también estaba más relajada y abierta conmigo. Se implicó realmente en su terapia y sentía verdadera curiosidad por su comportamiento, sus pensamientos y sus sentimientos. Dejó de pellizcarse la piel, y cuando llegó el verano empezó a pasar algunas tardes sentada fuera en las escaleras de su casa, charlando con sus vecinos. Incluso se unió al coro de una iglesia, una experiencia maravillosa de sincronía grupal.

      Fue más o menos en esta época cuando conocí a Antonio Damasio en un pequeño think tank organizado por Dan Schacter, el presidente del Departamento de Psicología de Harvard. En una serie de brillantes artículos y libros científicos, Damasio clarificaba la relación entre los estados corporales, las emociones y la supervivencia. Damasio, un neurólogo que había tratado a centenares de personas con diferentes formas de daño cerebral, se quedó fascinado con la conciencia y con la identificación de las áreas del cerebro necesarias para saber qué sentimos. Ha dedicado su carrera a cartografiar los elementos responsables de nuestra experiencia del «yo». The Feeling of What Happens es, para mí, su libro más importante, y leerlo fue una revelación.5 Damasio empieza señalando la profunda división entre nuestra percepción del yo y la vida sensorial de nuestro cuerpo. Como explica poéticamente, «En ocasiones usamos muestra mente no para descubrir hechos, sino para ocultarlos… Una de las cosas que la pantalla oculta con más eficacia es el cuerpo, nuestro propio cuerpo, y con ello me refiero a su interior. Como un velo echado sobre la piel para garantizar su pudor, la pantalla elimina parcialmente de la mente los estados internos del cuerpo, aquellos que constituyen el flujo de la vida a medida que deambula por el viaje de cada día».6

      Sigue describiendo cómo esta «pantalla» puede actuar en nuestro favor permitiéndonos atender a los problemas acuciantes del mundo exterior. Sin embargo, tiene un precio: «Suele impedirnos percibir el posible origen y naturaleza de lo que llamamos el “yo”». 7 Basándose en el trabajo centenario de William James, Damasio afirma que el núcleo de nuestra auto-concienciación reside en las sensaciones físicas que transmiten los estados internos del cuerpo:

      Los sentimientos primordiales proporcionan una experiencia directa de nuestro propio cuerpo vivo, sin palabras, sin adornos y conectado nada más que con la pura existencia. Estos sentimientos primordiales reflejan el estado actual del cuerpo en varias dimensiones… en una escala que va del placer al dolor, y se originan a nivel del tronco cerebral y no en la corteza cerebral. Todas las emociones sentidas son complejas variaciones musicales de los sentimientos primordiales.8

      Nuestro mundo sensorial toma forma incluso antes de que nazcamos. En el útero, sentimos el líquido amniótico contra nuestra piel, escuchamos los sonidos amortiguados del flujo sanguíneo y del tracto digestivo en funcionamiento, nos adaptamos a los movimientos de nuestra madre. Después del nacimiento, la sensación física define nuestra relación con nosotros mismos y con lo que nos rodea. Empezamos siendo nuestra humedad, nuestra hambre, nuestra saciedad y nuestra somnolencia. Una cacofonía de sonidos e imágenes incomprensibles presiona nuestro inmaculado sistema nervioso. Incluso después de adquirir la conciencia y el lenguaje, nuestro sistema de percepción corporal nos da un retorno crucial sobre nuestro estado momento a momento. Su tarareo constante comunica los cambios en nuestras vísceras y en los músculos de nuestro rostro, torso y extremidades, que señalan el dolor y el confort, así como necesidades como el hambre y la excitación sexual. Lo que se produce a nuestro alrededor también afecta nuestras sensaciones físicas. Ver a alguien que conocemos, escuchar sonidos concretos (una canción, una sirena) o notar una variación de temperatura cambia nuestro centro de atención y, sin que seamos conscientes de ello, influye en nuestros pensamientos y en nuestras acciones subsiguientes.

      Como hemos visto, el trabajo del cerebro es supervisar y evaluar constantemente lo que sucede en nuestro interior y alrededor nuestro. Estas evaluaciones se transmiten mediante mensajes químicos en el flujo sanguíneo y mediante mensajes eléctricos a nuestros nervios, causando cambios sutiles o drásticos en todo el cuerpo y en el cerebro. Estos cambios suelen suceder sin nuestra contribución consciente o nuestro conocimiento: las regiones subcorticales del cerebro son sorprendentemente eficientes regulando nuestra respiración, nuestro ritmo cardiaco, la digestión, la secreción hormonal y el sistema inmunológico. Sin embargo, estos sistemas pueden saturarse si nos enfrentamos a una amenaza constante, o incluso ante la percepción de una amenaza. Esto explica la gran variedad de problemas físicos que los investigadores han documentado en las personas traumatizadas.

      Sin embargo, nuestro yo consciente también desempeña un papel vital en el mantenimiento de nuestro equilibrio interior. Debemos registrar nuestras sensaciones físicas y actuar en función de ellas para mantener seguro nuestro cuerpo. Darnos cuenta de que tenemos frío nos empuja a ponernos un jersey; sentir hambre o notarnos ausentes nos indica que tenemos el nivel de azúcar bajo y nos incita a comer algo; la presión de la vejiga llena nos manda al baño. Damasio destaca que todas las estructuras cerebrales que registran sentimientos de fondo se sitúan cerca de áreas que controlan funciones de organización básicas, como la respiración, el apetito, la eliminación y los ciclos de sueño/vigilia. «Esto es porque las consecuencias de tener emociones y atención están completamente relacionadas con la tarea fundamental de gestionar la vida dentro del organismo. No se puede gestionar la vida y mantener el equilibrio homeostático sin datos sobre el estado actual del cuerpo del organismo».9 Damasio llama estas áreas organizativas del cerebro el «proto-yo», porque crean el «conocimiento sin palabras» subyacente tras nuestra percepción consciente del yo.

      EL YO BAJO AMENAZA

      En el año 2000, Damasio y sus compañeros publicaron un artículo en la publicación científica más importante del mundo, Science, en el que describían cómo rememorar una emoción negativa intensa causa cambios significativos en las áreas cerebrales que reciben las señales nerviosas de los músculos, las tripas y la piel (áreas cruciales para regular las funciones corporales básicas). Los escáneres cerebrales del equipo mostraron que recordar un acontecimiento emocional pasado nos hace volver a experimentar realmente las sensaciones viscerales que tuvimos durante el acontecimiento original. Cada tipo de emoción produjo un patrón característico, diferente de los demás. Por ejemplo, una parte concreta del tronco cerebral estaba «activa en la tristeza y la ira, pero no en la felicidad o el miedo».10 Todas estas regiones cerebrales se encuentran debajo del sistema límbico, al que suelen asignarse las emociones; sin embargo, vemos su implicación cada vez que usamos una de las expresiones comunes que relacionan las emociones intensas con el cuerpo: «Me pones enfermo», «Se me eriza la piel», «Me quedé mudo de emoción», «El corazón se me encogió», «Me pone los nervios de punta».

      El sistema elemental del yo en el tronco cerebral y en el sistema límbico se activa masivamente cuando las personas se enfrentan a la amenaza de ser aniquiladas, lo cual provoca una abrumadora sensación de miedo y terror acompañada por una activación fisiológica intensa. Para las personas que están reviviendo un trauma, nada tiene sentido, están atrapadas en una situación de vida o muerte, un estado de miedo paralizante o de rabia cegadora. La mente y el cuerpo se activan constantemente, como si estuvieran ante un peligro inminente. Se sobresaltan ante el menor ruido y se frustran con pequeñas irritaciones.

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