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que ya esté en movimiento.

      Las señales de peligro de la amígdala desencadenan la liberación de potentes hormonas del estrés, como cortisol y adrenalina, que hacen aumentar el ritmo cardiaco, la presión sanguínea y el ritmo de la respiración, preparándonos para luchar o para escapar. Una vez que el peligro ha pasado, el cuerpo vuelve a su estado normal bastante rápidamente. Pero cuando la recuperación se bloquea, el cuerpo se ve llamado a defenderse, haciendo que la gente se sienta agitada y excitada.

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      El cerebro emocional es el primero que interpreta la información entrante. La información sensorial sobre el entorno y el estado corporal recibida a través de los ojos, los oídos, el tacto, la percepción cenestésica, etcétera, converge en el tálamo, donde se procesa, y luego pasa a la amígdala para interpretar su significado emocional. Esto ocurre a la velocidad del rayo. Si se detecta una amenaza, la amígdala envía mensajes al hipotálamo para secretar hormonas del estrés para defenderse contra la amenaza. El neurocientífico Joseph LeDoux lo llama «el camino de bajada». La segunda vía neuronal, el camino de subida, discurre desde el tálamo, a través del hipocampo y del cíngulo anterior, hasta la corteza prefrontal, el cerebro racional, para una interpretación consciente y mucho más depurada. Esto tarda varios microsegundos más. Si la interpretación de la amenaza por parte de la amígdala es demasiado intensa o si el sistema de filtrado de las áreas superiores del cerebro es demasiado débil, como suele pasar en el TEPT, la gente pierde el control sobre las respuestas de emergencia automáticas, como los sobresaltos prolongados o los arranques de agresividad.

      Aunque el detector de humo suele ser muy bueno detectando el peligro, el trauma aumenta el riesgo de malinterpretar si una situación concreta es peligrosa o segura. Podemos llevarnos bien con los demás solo cuando podemos valorar con precisión si sus intenciones son buenas o peligrosas. El menor error de interpretación puede provocar dolorosos malentendidos en las relaciones personales y laborales. Funcionar efectivamente en un complejo entorno laboral o en un hogar repleto de niños revoltosos requiere la habilidad de evaluar rápidamente cómo se siente la gente y adaptar continuamente nuestro comportamiento en función de ello. Los sistemas de alarma defectuosos provocan arrebatos o bloqueos como respuesta a comentarios o expresiones faciales inocuos.

      CONTROLAR LA RESPUESTA DE ESTRÉS:

      LA TORRE DE VIGILANCIA

      Si la amígdala es el detector de humo del cerebro, los lóbulos frontales (y concretamente la corteza prefrontal medial),12 situados directamente encima de nuestros ojos, podrían ser la torre de vigilancia, que ofrece una visión de la escena desde las alturas. El humo que estamos oliendo, ¿es la señal de que se nos está quemando la casa y tenemos que salir corriendo, o procede del bistec que pusimos sobre un fuego demasiado intenso? La amígdala no hace estas valoraciones; solo nos prepara para luchar o escapar, incuso antes de que los lóbulos frontales puedan ponderarlo con su evaluación. Siempre y cuando no estemos muy alterados, los lóbulos frontales pueden restaurar el equilibrio y ayudarnos a darnos cuenta de que estamos respondiendo a una falsa alarma y abortar la respuesta de estrés.

      Generalmente, las capacidades ejecutivas de la corteza prefrontal nos permiten observar qué está sucediendo, predecir qué sucederá si realizamos una acción determinada y tomar una decisión consciente. Ser capaces de analizar tranquila y objetivamente nuestras ideas, sentimientos y emociones (una capacidad que llamaré «mindfulness» a lo largo del libro) y luego tomarnos el tiempo necesario para responder permite al cerebro ejecutivo inhibir, organizar y modular las reacciones automáticas preprogramadas en el cerebro emocional. Esta capacidad es crucial para preservar nuestras relaciones con el resto de los seres humanos. Mientras nuestros lóbulos frontales funcionen correctamente, es improbable que perdamos los nervios cada vez que el camarero nos traiga tarde nuestro pedido o que un agente de una compañía aseguradora nos deje esperando al teléfono. (La torre de vigilancia también nos dice que la ira de los demás y las amenazas dependen de su estado emocional). Cuando este sistema falla, nos convertimos en animales condicionados: en el momento en que detectamos peligro, automáticamente nos ponemos en modo de lucha o huida.

      En el TEPT, el equilibrio crítico entre la amígdala (detector de humo) y la corteza prefrontal medial (la torre de vigilancia) cambia radicalmente, complicando mucho más el control de las emociones y los impulsos. Los estudios basados en las neuroimágenes de personas en estados muy emocionales revelan que el miedo, la tristeza y la ira intensos aumentan la activación de las regiones cerebrales subcorticales involucradas en las emociones y reducen la actividad en varias áreas del lóbulo frontal, especialmente la corteza prefrontal medial. Cuando esto ocurre, las capacidades inhibidoras del lóbulo frontal fallan, y las personas «pierden la razón». Pueden sobresaltarse como respuesta a cualquier sonido alto, enfadarse mucho por pequeñas frustraciones o quedarse paralizadas cuando alguien las toca.13

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      De arriba abajo o de abajo arriba. Las estructuras del cerebro emocional deciden qué percibimos como peligroso o seguro. Existen dos maneras de cambiar el sistema de detección de las amenazas: de arriba abajo, a través de mensajes moduladores desde la corteza prefrontal medial (no solo la corteza prefrontal); o de abajo arriba, a través del cerebro reptiliano, mediante la respiración, el movimiento y el tacto.

      El manejo efectivo del estrés depende del equilibrio entre el detector de humo y la torre de vigilancia. Si queremos gestionar mejor nuestras emociones, nuestro cerebro nos da dos opciones: podemos aprender a regularlas de arriba abajo o de abajo arriba.

      Conocer la diferencia entre la regulación de arriba abajo y de abajo arriba es crucial para comprender y tratar el estrés traumático. La regulación de arriba abajo implica reforzar la capacidad de la torre de vigilancia para supervisar nuestras sensaciones corporales. La meditación consciente y el yoga nos pueden ayudar a hacerlo. La regulación de abajo arriba significa recalibrar el sistema nervioso autónomo (que, como hemos visto, se origina en el tronco cerebral). Podemos acceder al SNA a través de la respiración, del movimiento o del tacto. La respiración es una de las pocas funciones corporales que está bajo un control consciente y autónomo. En la parte 5 de este libro exploraremos técnicas concretas para aumentar la regulación de arriba abajo y de abajo arriba.

      EL JINETE Y EL CABALLO

      Por ahora, me gustaría subrayar que la emoción no se opone a la razón; nuestras emociones asignan valor a las experiencias y, por lo tanto, son la base de la razón. Nuestra experiencia propia es producto del equilibrio entre nuestros cerebros racional y emocional. Cuando estos dos sistemas están en equilibrio, nos sentimos «como nosotros mismos». Sin embargo, cuando nuestra supervivencia está en juego, estos sistemas pueden funcionar de un modo relativamente independiente.

      Si, por ejemplo, estamos conduciendo, hablando con un amigo, y de repente vemos por el rabillo del ojo que se asoma un camión, instantáneamente dejaremos de hablar, apretaremos el freno y giraremos el volante para evitar el peligro. Si nuestras acciones instintivas nos han salvado de la colisión, podemos retomar la conversación allí donde la dejamos. Ser capaces de hacerlo o no depende en gran medida de lo rápido que nuestras reacciones viscerales se alejen de la amenaza.

      El neurocientífico Paul MacLean, autor de la descripción de las tres partes del cerebro que he utilizado aquí, comparó la relación entre el cerebro racional y el cerebro emocional con la que existe entre un jinete más o menos competente y su caballo rebelde.14 Mientras que el tiempo esté calmado y el camino no tenga obstáculos, el jinete puede notar un excelente control. Pero los sonidos inesperados o las amenazas de otros animales pueden hacer que el caballo salga corriendo, obligando al jinete a agarrarse bien para salvar su vida. Del mismo modo, cuando la gente siente que su supervivencia está en juego o cuando sufre rabia, nostalgia, miedo o deseo sexual, deja de escuchar a la voz de la razón y no tiene mucho sentido razonar con ella. Cuando el sistema límbico decide que algo es cuestión de vida

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