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desde la cual se ha proyectado hasta los límites del universo, tiene una profunda dimensión teísta.

      Sin embargo, Torrance apoya claramente la tesis de Whitehead: «A pesar de la desafortunada y frecuente tensión entre el progreso de las teorías científicas y los hábitos de pensamiento tradicionales de la iglesia, la teología aún puede afirmar haber dado a luz a lo largo de los siglos a las creencias e impulsos básicos responsables de la ciencia empírica moderna, aunque solo sea por medio de su incansable creencia en la fiabilidad de Dios Creador y en la máxima inteligibilidad de su creación».

      Por supuesto que es enormemente difícil saber “lo que habría ocurrido si...”, pero seguramente no es demasiado aventurado afirmar que el desarrollo de la ciencia se habría retrasado seriamente si no hubiera existido una doctrina de la teología en particular, la de la creación, doctrina común para judaísmo, cristianismo e islam. Brooke, por otro lado, alerta acertadamente ante quien exagere esta idea, pues el hecho de que una religión haya apoyado la ciencia no demuestra que sea verdadera. Lo mismo se podría decir del ateísmo.

      La doctrina de la creación no solo fue importante en el surgimiento de la ciencia por su conexión con un orden en el universo: lo fue también por otra razón que ya insinuamos en la introducción. Para que la ciencia pudiera desarrollarse, el pensamiento habría de liberarse del omnipresente método aristotélico de deducir de una serie de principios fijos cómo debe ser el universo, y adoptar una metodología que permitiera al universo hablar directamente. Ese cambio fundamental de perspectiva fue facilitado por la noción de la creación contingente, es decir, la idea de que Dios Creador podría haber creado el universo de cualquier modo que eligiera. Por lo tanto, para averiguar cómo es realmente el universo o cómo funciona, no hay otra alternativa que asomarse y examinarlo, pues no se puede deducir cómo funciona el universo por medio de razonamientos a partir de principios filosóficos a priori. Eso es precisamente lo que hicieron Galileo y, más tarde, Kepler y otros: se asomaron al universo, lo examinaron…, y revolucionaron la ciencia. Pero, como es bien sabido, Galileo tuvo problemas con la Iglesia, así que asomémonos a su historia para ver qué aprendemos de ella.

      MITOS SOBRE ALGUNOS CONFLICTOS: GALILEO Y LA IGLESIA CATÓLICA, HUXLEY Y WILBERFORCE

      Una de las razones principales para distinguir claramente entre la influencia de la doctrina de la creación y la de otros aspectos de la vida religiosa (o de la política religiosa) en el ascenso de la ciencia es intentar comprender mejor dos sucesos históricos paradigmáticos que han sido a menudo utilizados para mantener la impresión pública de que la ciencia ha combatido siempre a la religión, noción que a menudo se conoce como la “tesis del conflicto”. Nos referimos a dos de las más famosas confrontaciones de la historia: la primera, recién mencionada, entre Galileo y la Iglesia Católica; y la segunda, el debate entre Huxley y Wilberforce sobre el tema del famoso libro de Charles Darwin El origen de las especies. No obstante, después de una investigación detallada de dichos incidentes, como se verá, las historias reales correspondientes no sirven para apoyar la tesis del conflicto, conclusión que puede sorprender a muchos, pero que, no obstante, tiene a la historia de su parte.

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