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fundamentales: para referirnos al “soporte”, por un lado, es decir, al libro como objeto físico, y por el otro, al texto, que, sin importar en qué se encuentre alojado: una roca, un papiro, un libro o un iPad, es el objeto de la lectura. La definición de libro electrónico sigue este mismo modelo de referir al soporte, por un lado, y al texto, por el otro. En todo caso, sin embargo, para distinguir un libro de otros tipos de dispositivos textuales como panfletos, sobretiros, artículos, etcétera, se recurre a su extensión: “suficiente para formar un volumen”.

      Pero esto no resuelve realmente el problema. Es más, lo plantea de manera todavía más compleja. Al definir un libro como una obra que tiene al menos 49 páginas, lo hacemos poniendo el texto en relación con su aparición objetual. Las páginas pertenecen al mundo físico, pero respecto de ellas definimos el libro en el mundo intangible del texto.

      Veamos esto un poco más de cerca y con una dimensión histórica. La definición del libro “como texto con una cierta extensión” es la que aparece más tardíamente. La encontramos por primera vez en castellano en el diccionario de la Real Academia de 1869:

      Dos cosas hay que comprender aquí. Por un lado, lo tardío de la definición muestra que la idea del texto como algo separado e independiente del objeto que lo contiene es relativamente reciente. Pero, por el otro, que la idea de un texto-libro que preexiste a su materialidad aparece en una cultura en la que aún la única forma de transmisión del texto es material y, en consecuencia, la manera de conferir dimensiones al texto es física. Cabe anotar también que la definición surge en paralelo a la noción legal de derechos de autor (copyright), para la que se necesita que el texto exista más allá de su estricta materialidad.

      Cuando se define un libro por su extensión, se dimensiona a partir de dos ejes. Uno es el de la página, que define la unidad básica de medición. Otro es la cantidad mínima de esa unidad (49 páginas) que hace un volumen o el cuerpo, y que a su vez establece lo que es un libro. En las definiciones examinadas, la página es, simple y llanamente, las “hojas de papel u otro material semejante” susceptibles de encuadernarse. De modo que un libro, en el sentido básico de la definición, es lo que tiene páginas o puede dividirse por páginas, según lo tomemos por el objeto material o por su naturaleza textual.

      Christian Vandendorpe expresa que la escritura alfabética se concibe, en un principio, como una mera transcripción del discurso oral. La representación de esa “transcripción” es la linealidad de los primeros textos occidentales en que la primera línea se lee de izquierda a derecha, y la siguiente, de derecha a izquierda, de modo que la mirada debe seguir un movimiento continuo sobre el texto, semejante al de la percepción auditiva de un discurso.

      Con el paso del tiempo, por supuesto, la página —base última del códice— se construyó en el espacio de muchas innovaciones. Por ejemplo, se incluyen imágenes, de modo que deja de ser sólo representación de la voz para incursionar también en el espacio visual.

      No es necesario subrayar la trascendencia cultural de estas innovaciones. Toda nuestra cultura, pero en concreto la textual, está claramente determinada por ella. Tan es así que un libro, comprendido como texto y no como objeto, está todavía definido por la página y no, por ejemplo, por la unidad de sentido, el párrafo.

      La construcción cultural que ha dependido de la página es la que entra en cuestión cuando el texto se digitaliza, porque esa referencia al mundo físico se pierde o no puede hacerse sino —en el mejor de los casos— como una representación.

      Un texto, cualquier texto, por más extenso que sea, como la Suma teológica de santo Tomás de Aquino o La montaña mágica de Thomas Mann, es, para una computadora, una línea continua de caracteres. Ahí no hay páginas ni párrafos, sólo una sucesión ininterrumpida de letras y espacios, unas tras otros, para ser leída por el procesador. De hecho, la metáfora de la página es bastante tardía en la historia de la computación y de la digitalización del texto, y se asocia con la aparición de la pantalla, primero, y con el surgimiento de internet, después, como veremos más adelante.

      Recordemos que las primeras computadoras carecían de pantalla y, por lo mismo, eran alimentadas no a través de una línea de caracteres sino de tarjetas perforadas. Las primeras pantallas de computadora tienen hoy cerca de sesenta años y su forma inicial se inspiraba en las pantallas de televisión. Sin embargo, la idea de una pantalla en la que se representa una página sólo emerge, en términos estrictos, hasta la entrada de internet, en que el espacio en la pantalla es referido como “página”. Pero, como señala Vandendorpe,

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