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el tiempo son construcciones del sujeto. Si uno ve a una persona adulta desubicada en tiempo y espacio, piensa que tiene una desorganización psíquica. Por el contrario, hay una tendencia a pensar que, si un niño de seis años está desubicado en tiempo y espacio, tiene un retraso. ¡No! Un niño de seis años que está desubicado en el tiempo no tiene un retraso, tiene una no-construcción de la organización subjetiva y no puede ubicarse en un contexto que lo determine.

      “Soy vice-directora de una escuela del departamento de Las Heras, provincia de Mendoza.

      ¿Usted cree que recuperar la palabra y el rol que tiene la palabra dentro de la familia le compete básicamente a la mujer, que ha perdido mucho espacio en el gobierno del hogar? El establecimiento de una escuela para madres… ¿permitiría recuperar la confianza y la autoestima de la mujer como guía de sus hijos?”

      Con respecto a este interrogante, la primera cuestión es preguntarse qué ha pasado realmente con el acomodamiento de roles respecto de las madres y de los padres, y si la mujer ha perdido autoridad o no en la familia; ello depende de ciertas condiciones. En algunos lugares, sabemos que las mujeres ejercen la función de madre y padre. En otros casos, sabemos que las mujeres se han insertado en la producción. Esto ha generado una enorme diferencia con los hombres desocupados: en los sectores pauperizados son ellas las que pueden “parar la olla”. Esto produce en general una alteración de las relaciones de pareja y con los hijos. Pero esto no significa que se haya perdido autoridad. En realidad, si la madre trabaja, el padre no pierde autoridad ante los hijos. La madre que trabaja puede perder espacio, puede tener que renunciar a muchas cosas, tiene que hacer el doble de trabajo. De todas maneras, la idea de escuelas para madres me parece interesante.

      ES NECESARIO REDEFINIR EL CONCEPTO DE FAMILIA

      Además, yo no limitaría las escuelas para las madres únicamente. Empecemos por cambiar el concepto de familia. ¿Qué es una familia? No es el papá, la mamá y los hijos. Si seguimos con esa idea, no va a quedar nadie; ni nosotros mismos quedaremos. Un paciente mío decía de un amiguito: “Pobre, ¿sabés que sólo tiene cuatro abuelos?” Esto es extraordinario: la mayoría de los chicos de clase media tienen seis, ocho abuelos. Como vemos, hay que redefinir la familia. Yo la redefino en términos de una asimetría que determina la responsabilidad del adulto con respecto al niño. En la medida en que haya dos generaciones, hay una familia; con la asimetría correspondiente que orienta a la obligatoriedad de la transmisión y de la producción de sujetos en el interior de algún tipo de comunidad humana, que básicamente se estructura con dos personas como base. Para mí, donde hay una madre y un niño, un padre y un niño, un abuelo y un nieto, un tío y un sobrino al que cría, hay una familia, y con esa familia tenemos que contar. A partir de esa familia tenemos que construir, y dejar de lamentarnos si sólo hay madre, padre o tío. Partamos de eso para construir, de lo que tenemos que producir como adultos responsables, sin moralismos idiotas.

      Para que los adultos sean responsables, tienen que ser ellos en primera instancia reinstituidos en su capacidad de sentirse en condiciones de responsabilizarse. Cuando el adulto pierde la capacidad de responsabilidad ante el niño, el sentimiento de la destitución es brutal. Al dirigir en México los proyectos de asistencia a la infancia después del terremoto, (9) para UNICEF, pude ver el sufrimiento, la angustia de los hombres que eran destituidos de su función paterna porque no podían tener ya un hogar, una casa, porque vivían asilados en los albergues. Entonces, tenemos que reanalizar las categorías.

      Lo que me preocupa son las relaciones de poder y las relaciones de género: el problema de la maternidad o de la parentalidad no está en si se es hombre o si se es mujer, sino en cómo se asumen los roles. Tampoco creo que la autoridad sea paterna; me parece lamentable seguir penando por la falta del padre en un país como el nuestro, que ha tenido tantos padres perversos. El problema del padre no es el padre en sí mismo, sino la ley del adulto que se tiene que transmitir a los niños, y esto lo pueden hacer los hombres o las mujeres. De manera que, aquí vuelvo a plantear la diferencia entre la ética y lo moral, el problema es cómo diferenciarlas a partir de las condiciones que tenemos y no quedar entrampados por los aspectos de la realidad que no podemos controlar. ¿Cómo mantener la mente abierta y, junto con la mente abierta, los principios claros? La mente abierta sin los principios claros se va a cualquier lado. Y los principios claros sin una mente abierta se convierten en autoritarismo. De manera que la única forma es esta combinatoria entre principios claros y mente abierta. Es muy interesante la idea de incorporar a las madres y ayudarlas en todo ese proceso de maternidad y de crianza. Pero creo que habría que abrir esta posibilidad a todos los adultos en general y no sólo a las madres. Sin dudas, puede ser abierta al adulto que se hace cargo.

      “Soy docente de escuelas de nivel medio. Más que pregunta, la mía es una reflexión respecto del discurso bastante frecuente sobre la ausencia de asimetría en la escuela y la ilusión de que todos somos iguales. Esto me ha hecho sentir que la responsabilidad no está, si se me permite el término, repartida, en el sentido de que todos somos responsables en el ejercicio de la responsabilidad, por aquello de que, en última instancia, todos somos iguales. Y en esta dirección, ¿cómo influye la ausencia de asimetría en la escuela?”

      El igualitarismo, sin la posibilidad de instrumentación, es un engaño. El igualitarismo sólo se puede establecer entre pares, vale decir, sobre seres que tienen la misma posibilidad.

      LA RELACIÓN ADULTO/NIÑO ES ASIMÉTRICA EN SABER Y RESPONSABILIDAD

      La relación entre el adulto y el niño es una relación de asimetría simbólica y de capacidad de dominio del mundo. En ese sentido, el adulto tiene responsabilidades y en la escuela no somos todos iguales. Si fuéramos todos iguales, entonces sería imposible no solamente la instauración de las normas, sino también el aprendizaje: ¿por qué alguien tendría que aprender del otro que es un par?, el conocimiento se transformaría sólo en opinión. El pensamiento entre pares es un pensamiento de opinión, no es un pensamiento de producción de conocimiento, salvo cuando se tienen las herramientas para producirlo, cuando ya se tiene formación y se puede hacer intercambio. Lo mismo ocurre con las normas. Por eso, se puede llevar a debate el cumplimiento de las normas, pero no la instalación de la norma misma: no se discute con un niño si va a “hacer popó” en el aula o en el baño. No se le dice “no, porque si no, el aula se ensucia”, se le dice “no, porque esto no se hace acá”.

      Hay una mentira cuando el igualitarismo no está dado por la posibilidad del uso de recursos, instrumentado por todos del mismo modo. Y también se plantea la relación entre la ley y el derecho. La ley no cubre todo el derecho de los seres humanos. Hace una suerte de transacción de los derechos, y hay derechos que quedan afuera. Por ejemplo, ¿cómo se entiende el derecho a la propiedad privada en el marco del hambre? Este es un tema que siempre se discute. Yo nací en Bahía Blanca y recuerdo que en el campo argentino había una vieja ley: no era cuatrerismo cuando uno se comía al animal y se dejaba el cuero en el alambrado. El cuatrerismo era el robo del animal para su venta y no para la supervivencia. Esta ley regulaba el derecho en el interior de leyes más generales. En relación con esto está muy claro que uno de los problemas es que no se puede ejercer la ley si no es en el marco del derecho. Y el primer derecho que tiene el niño es a una asimetría protectora, no es la simetría con el adulto. Los hijos no somos amigos de los padres y los padres no somos amigos de los hijos, sino padres. Esto no contradice la idea de que un padre pueda tener un buen diálogo con sus hijos, la refuerza.

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