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href="#ulink_2f011de1-b0bc-516f-9fdb-072cc137ef3e">10 Luc. 4:18.

      11 1 Tim. 3:16 (BJ).

      12 Isa. 53:5 (RVR 95).

      13 Mat. 27:46 (VM).

      14 Juan 3:16.

      15 2 Cor. 5:19.

      16 Juan 10:17.

      17 Heb. 2:11.

      18 1 Juan 3:1

      2

      La más urgente necesidad del ser humano

      El hombre estaba dotado originalmente de facultades nobles y una mente bien equilibrada. Era perfecto en su ser y estaba en armonía con Dios. Sus pensamientos eran puros; sus intenciones, santas. Pero por causa de la desobediencia, sus facultades se pervirtieron y el egoísmo tomó el lugar del amor. Su naturaleza se debilitó tanto por causa de la transgresión, que le fue imposible, por su propia fuerza, resistir el poder del mal. Fue hecho cautivo por Satanás, y hubiera permanecido así para siempre si Dios no se hubiese interpuesto de una manera especial. El propósito del tentador era frustrar el plan divino en la creación del hombre, y llenar la Tierra de miseria y desolación. Quería señalar todo este mal como el resultado de la obra de Dios al crear al hombre.

      Muchas son las figuras por medio de las cuales el Espíritu de Dios ha procurado ilustrar esta verdad y hacerla clara a las personas que desean verse libres del peso de la culpa. Cuando Jacob pecó al engañar a Esaú, y huyó de la casa de su padre, estaba abrumado por un sentido de culpabilidad. Solo y desterrado como estaba, separado de todo lo que le hacía preciosa la vida, el único pensamiento que sobre todos los otros oprimía su alma era el temor de que su pecado lo hubiese amputado de Dios, que fuese abandonado por el Cielo. En medio de su tristeza se recostó para descansar sobre la tierra desnuda, rodeado por las colinas solitarias y cubierto por la bóveda celeste tachonada de estrellas. Mientras dormía, una luz extraña interrumpió su sueño; y entonces vio que, de la planicie donde estaba recostado, unas grandísimas escaleras simbólicas parecían conducir a lo alto, hasta las mismas puerta del Cielo, y a los ángeles de Dios que subían y descendían por ella; inmediatamente, de la gloria de las alturas se oyó la voz divina que pronunciaba un mensaje de consuelo y esperanza. Así se le hizo saber a Jacob lo que satisfacía la necesidad y el ansia de su alma: un Salvador. Con gozo y gratitud vio revelado un camino por el cual él, un pecador, podía ser restaurado a la comunión con Dios. La mística escalera de su sueño representaba a Jesús, el único medio de comunicación entre Dios y el hombre.

      El corazón de Dios suspira por sus hijos terrenales con un amor más fuerte que la muerte. Al dar a su Hijo nos ha vertido todo el Cielo en un don. La vida, la muerte y la intercesión del Salvador, el ministerio de los ángeles, las súplicas del Espíritu Santo, el Padre que obra sobre todo y a través de todo, el interés incesante de los seres celestiales; todos están empeñados en beneficio de la redención del hombre.

      ¡Oh, contemplemos el sacrificio

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