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para manifestar al Padre. “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”.7 “Nadie conoce... al Padre... sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar”.8 Cuando uno de sus discípulos le pidió: “Muéstranos al Padre”, Jesús respondió: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?”9

      Jesús no suprimió una palabra de verdad, pero siempre profirió la verdad con amor. En sus relaciones con la gente ejercía el mayor tacto y la atención más cuidadosa y misericordiosa. Nunca fue áspero, nunca habló una palabra severa innecesariamente, nunca produjo en un corazón sensible una pena innecesaria. No censuraba la debilidad humana. Hablaba la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero había lágrimas en su voz cuando profería sus fuertes reprensiones. Lloró sobre Jerusalén, la ciudad que amaba, porque rehusó recibirlo a él, el Camino, la Verdad y la Vida. Lo habían rechazado a él, el Salvador, pero él los consideraba con ternura compasiva. La suya fue una vida de abnegación y considerada solicitud por los demás. Toda persona era preciosa a sus ojos. Al mismo tiempo que siempre llevaba consigo la dignidad divina, se inclinaba con la más tierna consideración hacia cada uno de los miembros de la familia de Dios. En todos los hombres veía seres caídos a quienes era su misión salvar.

      Jesús decía: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar”.16 Es decir: “Tanto te amaba mi Padre, que me ama aun más porque he dado mi vida para redimirte. Soy muy amado por mi Padre porque me convertí en tu Sustituto y Garante, porque entregué mi vida y tomé tus deudas, tus transgresiones; por medio de mi sacrificio Dios puede ser justo y, sin embargo, el Justificador del que cree en Jesús”.

      Nadie sino el Hijo de Dios podía efectuar nuestra redención; porque sólo él, que estaba en el seno del Padre, podía darlo a conocer. Sólo él, que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios, podía manifestarlo. Nada menos que el sacrificio infinito realizado por Cristo en favor del hombre caído podía expresar el amor del Padre hacia la humanidad perdida.

      1 Sal. 145:15, 16 (VM).

      2 Gén. 3:17.

      3 Éxo. 33:18, 19 (RVR 95).

      4 Éxo. 34:6, 7 (RVR 95).

      5 Jon. 4:2.

      6 Miq. 7:18.

      7 Juan 1:18.

      8 Mat.

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