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en una sola mano,y ten la eternidad en una hora.”BlakeEl viejo sacerdote permaneció en silencio un instante. El zumbido de una gran abeja rompió en la distancia y cesó al tiempo que una campanilla blanca caía a mi lado empujada por su propio peso.–No he sido muy claro –dijo el sacerdote de nuevo–. Déjeme pensar un minuto –y se recostó hacia atrás.Estábamos sentados en una pequeña grada de losetas rojas en su jardín, en un protegido rincón del muro. A un lado se alzaba la casa irregular, con sus ventanas cuadriculadas, y su tejado cubierto de liquen y rematado con una espadaña; al otro lado, se podía ver el agradable jardín donde grandes amapolas encarnadas colgaban como llamas inmóviles bajo el caluroso sol de junio, hacia el muro viviente de tejo, sobre el que se levantaban pesadas masas verdes de un olmo donde se lamentaba una paloma, y sobre todo eso un acogedor cielo azul. El sacerdote miraba fijamente al frente con grandes ojos infantiles que brillaron de forma misteriosa en su cara delgada bajo el cabello blanco. Vestía una sotana vieja, que parecía roída y con reflejos verdosos.–No –dijo de pronto–, no es fe a lo que me refiero; es solo una forma intensa de don de percepción espiritual que Dios me ha concedido; don que por otro lado es común a todos nosotros a nuestra medida. Es la facultad por la cual verificamos lo que hemos recibido por obediencia y sostenemos por fe. La vida espiritual consiste en gran medida en ejercitar esta facultad. Bien, pues esta forma de esa facultad me ha sido concedida por Dios, de igual manera que a usted le ha concedido una capacidad especial de ver y disfrutar de la belleza donde otros quizá no vean nada; eso que se llama percepción artística. No es por causa de un mérito suyo o mío, igual que el color de nuestros ojos, o la facultad para las matemáticas, o estar dotado de un cuerpo atlético.«Ahora en mi caso, en el que usted se ha interesado amablemente, la percepción es a veces tan intensa que el mundo espiritual aparece ante mí tan visible como lo que llamamos el mundo natural. En esos momentos, aunque generalmente soy consciente de la diferencia entre lo espiritual y lo natural, ambos aparecen ante mí simultáneamente, como en el mismo plano. Depende de mi elección cuál de los dos veré con mayor claridad.«Déjeme explicarle mejor. Es cuestión de enfoque. Hace pocos minutos usted estaba mirando al cielo, pero usted no veía el cielo. Su propio pensamiento ocupaba ese lugar ante usted. Entonces yo le hablé, usted me dirigió una mirada y me atendió, y su pensamiento se desvaneció. ¿Puede entenderme ahora si le digo que esas rápidas visiones que Dios me concede, eran como esos pensamientos suyos mientras miraba al cielo, usted veía el cielo y sus pensamientos a la vez, en el mismo plano, como yo le he dicho? O piense en ello de otra manera. Usted conoce la hoja de vidrio que protege la parte alta de la chimenea de mi estudio. Bien, depende de cómo enfoque su mirada, y de su intención, que usted vea el cristal y el fuego que protege, o la habitación que el cristal refleja. ¿Puede imaginar ahora qué sería ver ambas cosas a la vez? Es como eso– E hizo in gesto con las manos hacia afuera.–Bien –dije–. Lo entiendo con dificultad. Pero por favor cuénteme, si lo desea, su primera visión de este tipo.–Creo –comenzó–, que siendo un chaval vino a mí una clara visión, pero es una suposición a partir del diario de mi madre. No tengo el diario ahora conmigo, pero hay un apunte en él describiendo cómo le conté haber visto una cara mirando desde un muro y cómo yo había corrido adentro desde el jardín; medio asustado, pero no aterrorizado. Pero no soy capaz de recordarlo, y mi madre parece haber pensado que debía haber sido un sueño despierto; y si no fuera por lo que me ha pasado después yo también habría pensado que fue un sueño. Pero ahora la otra explicación me parece más verosímil. Entonces la primera visión clara que yo recuerdo fue de la siguiente forma:«Cuando yo tenía unos catorce años volvía a casa al final de julio por mis vacaciones de verano. La calesa me esperaba en la estación cuando llegué sobre las cuatro de la tarde; pero como había un atajo a través del bosque, puse mi equipaje en el coche y comencé a caminar la milla y media de distancia por mi propio pie. El sendero pronto se introdujo entre los pinares y yo me lancé sobre las resbaladizas agujas y bajo los grandes arcos de los troncos con ese éxtasis de felicidad de la vuelta a casa tan bien conocido por algunas naturalezas. A veces espero que los primeros pasos al otro lado de la muerte puedan ser como aquellos. El aire estaba lleno de sonidos delicados que parecían resaltar la profunda quietud de los bosques, y de suaves luces que se mezclaban con las sombras llenas de verdor. Sé todo esto ahora, aunque no lo sabía entonces. Hasta ese día la belleza, el color y el sonido del mundo me afectaban ciertamente, aunque no era consciente de todos ellos, no más que del aire que respiraba, porque no sabía entonces lo que significaban. Bien, yo seguía en esta brillante penumbra, fijándome solo en los árboles que podía trepar, las ardillas y mariposas que podía atrapar, y en los palos que podían ser convertidos en arcos o flechas.«Debo decirle algo también de mi religión en esos tiempos. Era la religión de los chicos bien educados. Por delante, si puedo ponerlo así, estaba la moral. No podía hacer algunas cosas; estaba obligado a hacer otras. En la equidistancia estaba una percepción de Dios. Déjeme decirle que yo me daba cuenta de que estaba presente para Dios, pero no de que Él estaba presente para mí. Nuestro Salvador moraba en esa equidistancia, y me parecía normalmente amable, algunas veces severo. En el fondo reposaban ciertos misterios, sacramentales y de otro tipo. Esos eran principalmente problemas de gente adulta. E infinitamente lejos, como nubes apiladas en el horizonte del mar, estaba el invisible mundo del cielo desde el cual Dios me miraba, con puertas doradas y avenidas, ahora encumbradas en su exclusividad, ahora los domingos por la tarde brillando con una luz de esperanza, ahora en las húmedas mañanas inexpresablemente tristes. Pero eso no me interesaba en absoluto. Aquí, alrededor mío estaba disponible el mundo tangible que podía disfrutar, esa era la realidad: allí en una imagen mística reposaba la religión, reclamando, como yo sabía, mi homenaje, pero no mi corazón. Bien, entonces caminaba por estos bosques, una criatura humana insignificante, aún mayor, si yo lo hubiera sabido, que esos gigantes de cuerpos y brazos rojizos, y cabezas adornadas de hojas que se mecían por encima de mí.«Ahora no sabría decirle como empezó la visión; pero me encontré, sin experimentar conscientemente ninguna impresión, de pie perfectamente quieto, mis labios secos, mis ojos escociéndome por la intensidad con la que miraba intensamente el claro, y un pie doliéndome por la presión con la que me estaba apoyando sobre él. Debió llegar a mí fascinándome tan rápidamente que mi cerebro no tuvo tiempo de reaccionar. No era obra, por lo tanto, de la imaginación, sino una clara y súbita visión. Esto es lo que recuerdo haber visto.«Yo estaba de pie al borde de una enorme túnica, fabricada de un material verde. Un gran pliegue se extendía a la vista, pero yo era consciente de que se extendía hasta una distancia casi ilimitada de kilómetros. Esta enorme túnica verde resplandecía con bordados. Había bandas consecutivas de bordados de color leonado a cada lado que se fundían de nuevo con un verde más oscuro y con mayor relieve. Justo en el centro descansaba una pálida ágata cosida delicadamente a la prenda con elegantes y oscuras puntadas; cubriendo todo, el forro azul de esta túnica sedosa formaba una especie de arco. Era consciente de que esta túnica era enorme más allá de lo que podía concebir, y que estaba de pie en una especie de doblez, como si reposara extendida sobre un suelo oculto a la vista. Pero, más claramente que cualquier otro pensamiento, permanecía en mi mente la certeza de que esta túnica no había sido doblada y dejada, sino que una Persona la llevaba puesta. E incluso este pensamiento mostraba una onda correr a lo largo del alto relieve en la oscura hierba, como si el portador de la túnica acabara de moverse. Y sentí en mi cara la brisa de Su movimiento. Y creo que fue esto lo que me hizo volver en mí.«Luego miré de nuevo, todo estaba como había estado la última vez que pasé por allí. Estaba el claro y el estanque y los pinos y el cielo sobre ellos, y la Presencia se había ido. Yo era un chico caminando hacia casa desde la estación, con deseos de disfrutar del pony y de la escopeta de aire, y los despertares de cada mañana en mi alfombrada habitación, todo eso ante mí.«Intenté, sin embargo, verlo de nuevo como lo había visto. No, no era igual que una túnica; y sobre todo ¿dónde estaba la Persona que la vestía? No había nadie vivo alrededor, excepto yo mismo y los insectos que zumbaban en el aire, y la silente y meditativa vida de las plantas creciendo. Pero, ¿quién era esa Persona que había percibido súbitamente? Y entonces me llegó como un golpe, y aún era incrédulo. No podía ser el Dios de los sermones y las largas oraciones que reclamaba mi presencia domingo tras domingo en Su pequeña iglesia, ese Dios que me observaba como un padre severo. ¿Por qué la religión, pensé, me dijo que todo era vanidad e irrealidad, y aquellos conejos y estanques y claros eran nada comparados con Él que se sienta en el gran trono blanco?«No tengo que decirle que nunca hablé de esto
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