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del siglo III a.C., cuando se incorporó de forma definitiva a la órbita romana.

      Gracias a sus contactos comerciales, los etruscos asumieron desde muy pronto influencias griegas en diversos ámbitos de la cultura, la política, la religión o el arte. Buena parte de estos elementos fueron luego absorbidos por Roma, de manera que los etruscos podrían haber actuado como intermediarios entre las civilizaciones griega y romana. No obstante, también la región del Lacio y los propios romanos mantuvieron contactos desde fecha bien temprana con poblaciones helenas (asentadas en la península), razón por la que resulta muy difícil diferenciar qué aspectos o influencias tomó Roma directamente de los griegos y cuáles le llegaron por mediación etrusca. En cualquier caso, el resultado es el mismo. Los etruscos copiaron el alfabeto griego; adaptaron técnicas arquitectónicas helenas a las posibilidades de los materiales locales como la terracota; asumieron la práctica del banquete o el combate al modo hoplita, y adoptaron el panteón antropomorfo de tradición griega. La huella etrusca sobre la cultura romana fue, de igual modo, profunda: el poder monárquico, la costumbre del triunfo militar; las grandes obras públicas y, sobre todo, algunas prácticas reli­giosas como la organización de dioses en tríadas; paralelos rituales, como el de la fundación de la ciudad tras la consulta augural y la delimitación del área sagrada (pomerium), los libros sagrados y las prácticas mánticas (mediante la observación del vuelo de las aves por los augu­res o de las vísceras de animales sacrificados por parte de los arúspices).

      LOS GRIEGOS

      Los griegos arribaron a las costas itálicas, siguiendo los movimientos de colonización hacia el Mediterráneo occidental que protagonizaron desde el siglo VIII a.C., en busca de tierras y de oportunidades de intercambio comercial. Las condiciones geográficas con estrechas penínsulas y vías de comunicación terrestre entre uno y otro golfo facilitaron el asentamiento de pequeños enclaves o factorías a lo largo de la costa sur de Italia, desde Tarento a Campania, y Sicilia. La presencia helena fue tan relevante que esta región fue conocida por los autores antiguos, a partir del siglo V a.C., con el nombre de Magna Grecia; de ella destacaban su prosperidad, en particular de Síbaris, famosa por su riqueza extraordinaria. Las fundaciones más tempranas fueron obra de los calcidios de Eubea, que llegaban en busca de metales; la primera de todas, Isquia (Pitecusa), en el golfo de Nápoles, en el año 770 a.C., y, aproximadamente una generación más tarde, Cumas. Los dorios de Corinto y Megara fundaron colonias en la isla siciliana: Naxos, Zancle, Siracusa, Selinonte o Agrigento. Otras fundaciones griegas de interés en la península, amén de la mencionada Síbaris, son Crotona o Tarento.

      Como ya indicamos, estos grupos dejaron una huella profunda sobre las comunidades locales y sus usos ayudaron a transformar la sociedad itálica. Así, la ostentación o pompa funeraria, tan bien reflejada en las tumbas descubiertas, podría señalar prácticas helenas, propias de una aristocracia competitiva (dominada por el ethos), como el intercambio de regalos entre los nobles o la celebración de banquetes y simposios. Estos cambios tendrían lugar en la segunda mitad del siglo VII a.C., al tiempo que se iba conformando la ciudad-Estado. Los itálicos, además, asumieron las representaciones antropomorfas de sus dioses, la técnica constructiva de los edificios de culto y, en ocasio­nes, hasta el nombre de las divinidades. Buena parte de estas influencias serían transmitidas, como acabamos de sugerir, de igual manera a través de las comunidades etruscas, en particular desde la Campania, que actuaría como tierra media de contacto entre etruscos y griegos. Aunque el debate permanece abierto, hoy tiende a reconocerse una influencia helénica temprana y directa sobre el Lacio, a partir, ante todo, de los hallazgos arqueológicos de Lavinio, circunstancia que relativizaría la mediación etrusca.

      PRIMERA PARTE

      LA ROMA DE LOS REYES

      La tradición de lo que ocurrió antes de la fundación de la ciudad o mientras se estaba construyendo está más próxima a adornar las creaciones del poeta que las actas auténticas del historiador, y no tengo ninguna intención de establecer su verdad o su falsedad.

      Livio, Ab urbe condita, prefacio.

      Mapa 2. La Roma arcaica.

      II

      EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD

      Los romanos construyeron un relato mitológico complejo para explicar el origen de su Estado, tomando como punto de partida la fundación de su capital. De esta manera, la tradición traslada una narración que, a pesar de sus numerosas variantes, establece la fundación de Roma a manos de Rómulo, descendiente de la familia real de la ciudad de Alba Longa, en los montes Albanos. En este relato se funden dos tradiciones, la griega, que establece un origen troyano a partir de la figura de Eneas, y la local o romana, con los personajes de Rómulo y Remo convertidos en descendientes del héroe heleno. Es decir, la narración legendaria se teje combinando aportaciones de la historiografía helena con elementos del folclore itálico para explicar el origen de una ciudad extraordinaria. En los últimos años ha habido diversos intentos, apoyados sobre todo en ciertos descubrimientos arqueológicos, de encajar los hechos esenciales de esta leyenda o mito con la realidad histórica. Veamos hasta qué punto podemos, o debemos, conciliar ambos enfoques.

      LA FUNDACIÓN DE ROMA

      Los orígenes de Roma se pierden en la leyenda y diversas narraciones intentan explicar su fundación a partir de un personaje epónimo, Rómulo, que daría nombre a la ciudad. El conocimiento de las diferentes tradiciones conservadas sobre esta cuestión depende básicamente de dos historiadores de época de Augusto, Dionisio y Livio, junto con otros autores coetáneos como Plutarco, Virgilio u Ovidio. Estas fuentes defienden una idea común a los griegos, la existencia de un acto fundacional, como punto de partida de la ciudad de Roma, análogo al que tenía lugar en las colonias helenas y en las etruscas, y que sitúan en el año 753 a.C.

      En esencia, la tradición establece que Eneas, tras la guerra de Troya, arribaría al Lacio para casarse con Lavinia, hija del rey Latino, y fundar Lavinium. Por su parte, el hijo de Eneas, Ascanio, fundaría, en la orilla derecha del Tíber, Alba Longa, ciudad sobre la cual reinaron numerosos descendientes suyos, hasta llegar a Numitor y su hermano, Amulio. Este último destronó a su hermano y, para evitar que tuviese descendencia que le disputase el trono, condenó a su hija, Rea Silvia, a permanecer virgen como vestal o sacerdotisa de la diosa Vesta. No obstante, la joven quedó embarazada del dios Marte y tuvo gemelos, Rómulo y Remo, razón por la cual el rey Amulio ordenó que los niños fuesen arrojados al Tíber. Así se hizo, pero las criaturas sobrevivieron, puesto que la cesta que las portaba se detuvo gracias a las raíces de una higuera (Ruminal). Fueron así recogidos y amamantados por una loba en una cueva cercana (Lupercal) y criados por un pastor (Fáustulo). Ya adultos, descubrieron su origen y depusieron a Amulio para restituir en el trono de Alba Longa a su abuelo, Numitor. A continuación, Rómulo fundó una ciudad en el Palatino y con un arado trazó sus límites (Roma quadrata), jurando matar a quien los traspasase. Su hermano, Remo, osó atravesarlos y Rómulo le dio muerte, quedando así como primer rey de Roma.

      La narración, en sus puntos principales, es muy antigua y parece remontarse ya a finales del siglo VI a.C., aunque se iría enriqueciendo y complicando con el paso del tiempo, por transmisión oral, hasta alcanzar versiones más elaboradas. Por ejemplo, en alguna variante Rómulo y Remo no son hijos de Marte sino fruto de una chispa que salta del hogar; en otra lectura, que alcanza bastante desarrollo, se considera a la loba una prostituta (por el significado de ramera del término lupa). En cualquier caso, la leyenda de los gemelos era la versión más popular en el siglo III a.C., y en ella hallamos aspectos propios del cuento popular comunes a otras culturas, como concepciones milagrosas, niños abandonados, intervención de animales, etcétera.

      En una elaboración ya posterior (siglos IV/III a.C.), el mito de Eneas queda integrado en la leyenda de la colonia fundada por Evandro, quien recibe al héroe troyano cuando este arriba a Italia. Evandro aparece aquí como un rey arcadio emigrado a Italia antes de la guerra de Troya, y responsable de la fundación de Palanteo (futura colina del Palatino). No obstante, aunque citemos nombres legendarios como Evandro o Eneas, el gran protagonista del relato es, sin duda, Rómulo, como primer rey romano, y a

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