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«el síndrome del marrano». De acuerdo con él, nadie puede considerarse a sí mismo como puro. Todo el mundo tiene algo que ocultar y todo el mundo debe mentir y fingir. La identidad escindida española sería, pues, la identidad de una sociedad de hipócritas. Un chiste recogido por Yovel lo expresa muy bien. En una ciudad del norte de Portugal llega el barón Rotschild a ver una iglesia. El sacristán le dice que en ella hay una virgen que llora al ver a un judío –y es que, ¡claro está!, le habría matado a su hijo–. Al salir le dice el barón al sacristán cicerone: «Eso no es verdad, yo soy judío y la virgen no ha llorado». A lo que responde el sacristán: «¡Cállese, hombre, no ve que me va a descubrir a mí también!».

      Nadie es puro y por eso la mejor manera de demostrar que lo es consiste en descubrir o llegar a descubrir que el judío oculto, el traidor, siempre es el otro, frente al que me uniré con el resto de esa comunidad a la que cínicamente confieso pertenecer.

      De la limpieza de sangre inquisitorial a la pureza de sangre predicada por Sabino Arana, un reaccionario ultracatólico, cuya santificación ha sido tres veces solicitada por su partido, el PNV. El judío, como se verá a lo largo de estas páginas, será a la vez el arquetipo de la traición y el objeto preferente del odio de eclesiásticos, políticos y de los grandes autores que han narrado la historia de España, excepto destacables excepciones, como la de Amador de los Ríos.

      Por el contrario, desde la Edad Media, como se podrá ver en el libro, los cronistas e historiadores sí que escribieron numerosas historias de España y de sus reinos. En ellas, a partir de un determinado momento, cuando se asiente la crítica histórica, se dejarán de lado las viejas leyendas y sólo se incluirán los hechos realmente ocurridos en el pasado: como la toma de Numancia, la muerte de Viriato, la «pérdida de España», la vida del Cid y otros tantos temas. Lo que ocurre es que, aunque todos estos hechos hayan sido ciertos, la totalidad del relato no lo es de la misma manera. Y es que ningún relato, ninguna totalidad puede ser verdad o mentira, sino sólo convincente, o no, para unos o para todos.

      Un hecho es como un ladrillo o el sillar de un muro. Sin ladrillos no hay paredes y sin sillares no hay muros, pero con sillares también se pueden hacer bóvedas, cúpulas, arcos, puentes, fortificaciones y castillos. Cuando un historiador escribe, narra hechos que se refieren a acontecimientos que fueron reales, pero esos hechos adquieren un significado diferente según el tipo de relato que escojamos. La conquista de la Península por el islam es un hecho positivo desde la perspectiva musulmana, pero no lo es desde la cristiana, y lo mismo ocurre con el «Descubrimiento de América», la «Guerra de la Independencia» o las Guerras carlistas y la Guerra civil.

      En este libro se habla de la traición, de traiciones reales y de traidores, reales a veces e imaginarios otras, y también se tratan los importantes aspectos jurídicos y políticos de la traición en la historia de España, pero quizás eso no sea lo más importante de él. No se trata de un exhaustivo catálogo de traidores y traiciones, sino del estudio de una construcción narrativa global, en la que la sucesión de traiciones durante más de veinte siglos en los libros de historia adquiere un significado nuevo y suscita unas emociones muy concretas, básicamente el rechazo y el odio.

      La sucesión de traiciones y traidores de B. Padín es como las notas de una larga sinfonía, que se van desplegando desde el compás inicial al compás final, manteniendo siempre el mismo tema a lo largo de sus diferentes movimientos. Y ese tono es el del odio, un odio que pide venganza por la traición, que nos pide que nos mantengamos siempre alerta y con los ojos abiertos ante el traidor que eternamente nos acecha y vigila nuestra debilidad. El estudio y la lectura de los libros de historia será la fórmula mágica contra ese peligro, pero no una fórmula mágica como la del Shalom alejem de nuestros cabalistas, que sólo desean finales y comienzos con paz, sino todo lo contrario, una fórmula y un grito de alerta y muchas veces una llamada a la represión o a la guerra.

      Sin embargo, en los relatos que analiza B. Padín nos vamos a encontrar con algo muy peculiar, y es que la insistencia en destacar el papel narrativo de la traición y los traidores en la historia de España no sólo es un artificio literario, que jamás podría hallar una plena verosimilitud en los grandes tratados oficiales de

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