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ego es el falso yo, una máscara que nos ponemos para evitar algo que nos da miedo o para conseguir algo que ambicionamos.

      El ego impide la presencia del yo. Si el ego habla fuerte, al yo casi ni se le oye. Tienden a excluirse mutuamente.

      Ese ego es útil porque con el miedo conseguimos sobrevivir y con la ambición logramos mayor comodidad.

      Pero solo fluyendo sin ego, sin esperar nada a cambio, sin objetivos, desde el juego, desde el amor por lo que se está haciendo, es posible expresar nuestro verdadero yo y entonces realizarnos.

      Por eso la vida desde el ego es solo supervivencia. Mi cuerpo sigue funcionando pero en realidad mi verdadero yo está siendo suprimido.

      Con objetivos podemos sobrevivir, sí, pero solo sin objetivos podemos realizarnos y vivir de verdad.

      Resultado inesperado

      Un artista que crea su obra sin dejarse llevar por el qué dirán, se realiza, da fruto auténtico. Por eso acaba gustando a más gente. Aunque no es lo que andaba buscando.

      Un orador que simplemente aporta a los demás lo mejor que lleva dentro, sin pretender gustar, ni convencer, ni conseguir nada a cambio, causa la mejor de las impresiones. Aunque no estaba preocupado por lograrlo.

      Un empleado que fluye haciendo su trabajo simplemente porque le sale de dentro hacerlo bien, acaba siendo reconocido por su profesionalidad. Aunque no lo hacía por eso.

      Una persona que conversa distendidamente con otra sin pretender conseguir nada suele conseguir lo máximo. Pero no era esa su intención.

      Cuando funcionamos sin objetivos no esperamos ningún resultado, y sin embargo solemos conseguir lo máximo que puede conseguirse en cada situación.

      Sin buscarlo, estamos en nuestro máximo potencial.

      Antes, en los otros escalones, cuando queríamos evitar algo lo provocábamos y cuando ansiábamos conseguir algo lo evitábamos.

      Ahora, cuando no pretendemos conseguir absolutamente nada, conseguimos lo máximo. Es la Ley Natural del Amor Verdadero.

      Así es como funciona el Universo. Aunque nos resulte extraño, estas son sus leyes.

      El éxito se consigue cuando no se persigue.

      La segunda trampa

      Imaginemos que un artista desconocido se deja fluir con su arte y publica un álbum musical muy auténtico.

      Imaginemos ahora que el álbum acaba siendo un gran éxito comercial. Nuestro artista se hace famoso y gana mucho dinero.

      No es lo que buscaba, pero ocurre. Así que bienvenido sea.

      Existe ahora el riesgo de que la gloria pueda atraparle.

      Puede pasar que cuando se ponga manos a la obra para componer su próximo álbum empiece a pensar en agradar, en el dinero. Y que entonces ya no sea tan auténtico, que no se deje fluir con lo que lleva dentro.

      Habrá caído del tercer escalón al segundo.

      El tercer escalón está tan arriba que resulta muy fácil caerse de él. Es la segunda trampa de la escalera.

      Porque en el tercer escalón no buscamos nada pero conseguimos mucho. Entonces podemos quedarnos atrapados por la seducción del resultado.

      Podemos desconectarnos de la autenticidad, dejar de dar lo que llevamos dentro y buscar desesperadamente otra dosis de la recompensa que ya hemos catado y que nos ha enganchado.

      Hemos confundido el éxito con el logro.

      Porque el logro es recibir, mientras que el verdadero éxito va a ser siempre dar.

      Vacío interior

      Un objetivo define algo exterior que queremos conseguir y por lo tanto lo único que hace es reflejar algo que falta, una carencia interior que necesitamos sanar de algún modo.

      Evidentemente, si tengo hambre necesito encontrar en el exterior la comida que me falta.

      Lo que ocurre es que la verdadera realización tiene poco que ver con la satisfacción de nuestras necesidades básicas. De hecho, a veces la verdadera realización puede llevarnos a sitios muy incómodos e incluso peligrosos.

      Además, también es verdad que no siempre que como es porque tengo hambre. Algunas veces como por aburrimiento, otras como cuando lo que tengo es sed y muchas veces como por algún tipo de ansiedad.

      Estoy comiendo, pero en realidad estoy buscando compensar otra carencia distinta.

      Estoy tratando de llenar mi vacío interior.

      Comer me dará una satisfacción momentánea pero nunca podrá llenar el vacío interior. Porque no tiene nada que ver con ese vacío.

      Es como ponerme crema hidratante en una mano mientras tengo la otra en el fuego. La crema hidratante es muy agradable pero lo que estoy haciendo no tiene sentido. Si sigo poniéndome crema, cada vez me dolerá más la mano que se está quemando. Aunque me ponga más crema en la otra…

      Si sigo comiendo, comprando, acumulando poder o buscando el reconocimiento para llenar ese vacío, en realidad cada vez me sentiré más vacío. Como beber agua salada para calmar la sed.

      La auténtica realización viene solo entregando fuera lo que llevo dentro. Es la materialización de un potencial interior.

      No se trata de mi carencia, sino de aquello que puedo entregar. No se trata de lo que me falta sino de lo que me sobra. No es una gestión de mis miserias, sino de mi abundancia. No tiene que ver con mis defectos sino con mis capacidades.

      El Universo suele ser difícil de comprender porque muy a menudo es contra-intuitivo.

      Resulta que cuanto más damos, más llenos nos sentimos y, sin embargo, cuanto más recibimos, más vacíos estamos.

      Entonces, si me siento vacío lo indicado no es tratar de llenarme, sino dar, vaciarme.

      Es La Paradoja del Vacío Interior.

      Es tan sorprendente que por eso no solo resulta difícil de entender sino también de creer, y sobre todo, de practicar.

      Pseudoamor y buenismo

      A veces no entendemos lo que significa dar sin esperar nada a cambio. No entendemos lo que es funcionar desde el amor.

      Creemos que es un imperativo moral, algo que es necesario hacer para ser buena persona. Para ser aceptados por los demás o para ir al cielo. Seguimos las leyes humanas, en lugar de seguir las leyes de la naturaleza.

      Nos forzamos a nosotros mismos a dar a los demás, pero en realidad lo hacemos para conseguir algo a cambio.

      Queremos creer que estamos en el tercer escalón. Y queremos demostrárselo a los demás. Pero al hacerlo nos acabamos de colocar en el segundo. Y el miedo a reconocerlo nos suele colocar en el primero.

      Sufrimos de pseudoamor.

      Cuando sufrimos de pseudoamor vivimos muy engañados. Creemos que amamos a otras personas, a nuestra pareja, a nuestros hijos, pero en realidad nuestro supuesto amor está condicionado a lo que recibimos a cambio.

      Si nuestra pareja no nos devuelve nuestro afecto, entonces nos distanciamos. Si nuestros hijos no hacen lo que creemos que es mejor (normalmente lo que nos dejaría tranquilos a nosotros, no a ellos), entonces nos enfadamos.

      Todo esto no es amor, es pseudoamor, porque el amor es dar sin esperar nada a cambio.

      Algunas personas me dicen «pero al final siempre esperas algo a cambio, aunque solo sea la satisfacción que te produce amar».

      Entonces les contesto que sus palabras son un síntoma claro de pseudoamor, en el que todos solemos caer.

      No es que no sepamos amar, simplemente hemos olvidado lo que es amar. Porque todos hemos amado alguna vez en la vida, todos hemos fluido sin objetivos en muchas ocasiones. Aunque no lo recordemos, sabemos hacerlo.

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