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ella habían de satisfacérsela anualmente, con testimonio de escribano, que acreditase la existencia de Don Fernando. Por otro mandato real, fecho también en Valladolid á 2 de Marzo de 1537, facilitábasele el cobro de dicha renta, y por él se establecía, que se efectuara por los tercios de cada un año, sin que en cada uno de éstos tuviese que presentar la fé de vida, pues bastaría que llenase este requisito anualmente. Mas como podía ocurrir su fallecimiento una vez cobrado un tercio de la renta, obligábase Don Fernando á que se devolviese por sus herederos á la Hacienda Real. Pocos años pudo disfrutar de la merced el ilustre bibliófilo, pues, entre las 12 y la una del día 12 de Julio de 1539 pasó de esta vida á otra mejor, á los 50 años, diez meses y veintiun días, acompañado del duelo general por sus virtudes y muy particularmente, del de todos los varones amantes de las letras.

      De aquella famosa biblioteca, reunida á costa de tanta diligencia, dispendios y sabiduría, puede decirse que solo quedan tristes restos. El abandono y desidia de unos, la rapacidad y codicia, de los otros, tuvieron, ya á raíz de la muerte de Don Fernando, ancho campo abierto á su funesto dominio; y cuantas precauciones dejó aquel, tan sabiamente dispuestas, en su última voluntad, encaminadas, no solo á la conservación de los libros, sino también á su aumento; las rentas que dejó señaladas para estos fines, todo cuanto soñó en vida, no fueron más que vanos deseos, ninguno de los cuales llegó á realizarse. Las translaciones que hubo de sufrir, primero desde la casa de Don Fernando al convento de San Pablo, de éste á la Catedral, (1552) y las mudanzas de uno á otro claustro del Patio de los Naranjos, y por último el abandono en que estuvo en los primeros años del siglo XIX, con alguna que otra depredación más reciente, redujeron de manera tan considerable el número de volúmenes, al punto, que, los existentes han hallado capaz colocación en un pequeño gabinete, cuya rica estantería costeó con su proverbial munificencia, S. M. la Reina Doña Isabel II.

      Menos aún resta de la que fué suntuosa morada junto á la Puerta de Goles:[17] claustros y salones, portadas y ornatos han desaparecido, y, sobre aquel emporio del saber, tesoro de las ciencias, y monumento del arte, álzanse hoy los fríos muros de unos almacenes de granos!

      Hasta hace poco, quedaba algo más, sin embargo; de la famosa huerta permanecía uno de aquellos hermosos zapotes, que hizo venir del Nuevo Mundo el gran Don Fernando, y que tal vez plantara por su mano. Su magnífica copa alzábase en medio de un solar, «donde las necesidades de la población, obligarán á construir manzanas de casas; entonces caerá al golpe del hacha, como sus míseros compañeros,» mientras que, diremos con un ilustre escritor, la ciudad de Sevilla, indiferente al recuerdo de aquellos ciudadanos, que más honra le dieron, verá desaparecer, sin fijar en ello su atención, ese postrer vestigio de una época, en que las letras y las virtudes cívicas florecieron y fueron honradas en Andalucía; y verá caer, sin sentimiento de pena aquel testigo de los generosos esfuerzos de un hombre, que, según el docto caballero Pero Mexia, «debe ser alabado y merece que los que en esta ciudad vivimos roguemos á Dios por su ánima, la cual según fué su vida tan virtuosamente gastada en letras y en honestos exercicios, y su tan christiana y buena muerte yo creo cierto que está en la gloria de Jesucristo.»

      . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

      Nuestros temores, desgraciadamente, no han tardado mucho en confirmarse. Hace pocos años, el Ayuntamiento vendió el solar en que se alzaba el zapote. No faltaron cultos sevillanos, amantes de nuestras memorias históricas, que alzaron su voz, solicitando del Ayuntamiento que se exceptuase de la venta la parcela en que se hallaba el frondoso árbol, la cual deberíase rodear de una verja, colocando al pie del tronco de aquel una inscripción que expresase al transeunte su histórico significado. Tales excitaciones fueron despreciadas; ¿por ventura, aquellos celosos administradores consentirían que se lesionasen los intereses «materiales» de la ciudad, descontando algunos metros de los que constituían el total del solar; equivalente á unos centenares de pesetas? ¡En cuanto á los intereses morales ... medrados estamos! ¿Quién para mientes en ellos, en esta época de tanto progreso y de tanta cultura?

      Cayó el pobre árbol, y con él, desapareció la última memoria de las casas de Don Fernando Colón!

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