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de fondo, empecé a escuchar lo que Mackenzie me decía. Después de considerar la gravedad y alcance de mis problemas físicos, lo primero que me dijo fue: «Tienes que ver a Kelly Starrett».

      Unas semanas más tarde conocí a Kelly, doctor en fisioterapia, y entonces inicié una nueva andadura. Mi rodilla –que durante semanas había seguido cediendo cada pocos pasos– pronto encontró una nueva estabilidad. Desde el día en que conocí a Kelly no he vuelto a cojear. También me embarqué en un viaje que me ha permitido volver a correr a pleno rendimiento y de una forma casi totalmente segura. Las ideas, entrenamientos y técnicas que nos ha ofrecido a mí y a un número incontable de corredores del mundo del MobilityWOD se han perfilado y perfeccionado aún más en las páginas del libro que ahora tienes en las manos.

      Me permitió volver a llevar una vida de atleta.

      También es mi opinión que una nueva generación de adalides del mundo del atletismo –como Kelly Starrett, Brian MacKenzie, Nicholas Romanov, Nick Campitelli (un especialista en podología deportiva) y Christopher McDougall, autor de Nacidos para correr–tiene un mensaje fundamental, que es dar un paso adelante trascendental e iniciar una nueva era del atletismo. Este mensaje no es una mera lista de programación de ideas y técnicas. Es mucho más amplio y convincente.

      En el caso de Kelly, es la principal finalidad de su posición, y es lo primero que se lee cuando entras en MobilityWOD.com, el sitio web que fundó junto a su mujer, Juliet:

       «Todos los seres humanos deberían saber realizar un mantenimiento básico de sí mismos»

      Kelly afirma que, aunque pensemos que no tenemos opciones, sí que existen. Si te gusta correr y odias las lesiones, puedes tomar las riendas y cerrar la puerta a esas lesiones crónicas que te vuelven loco.

      ¿Qué pasa si ni siquiera te imaginas que puedas ser un corredor? Correr tal vez parezca demasiado inaccesible o demasiado sufrido y doloroso, o quizá hayas terminado por creer que naciste con los pies planos o las rodillas defectuosas y que correr es para otros, no para ti. Tanto si se trata de correr diez kilómetros o una repetición de series de 400 metros en una sesión de crossfit, en algún momento se te ha dicho o has llegado a la conclusión de que correr es demasiado lesivo para ti.

      Para descartar ese pensamiento, comienza por entender que «todos los seres humanos deberían saber realizar un mantenimiento básico de sí mismos». No se trata de tomar una píldora mágica, sino de asumir una forma de pensar y trabajar con la que es posible liberar al atleta que llevas dentro.

      Es sencillo, pero no fácil, y el primer lastre que debes soltar es la creencia de que todo cuanto hay que hacer (o todo lo que puedes hacer) es pagar a un fisioterapeuta, a un podólogo o al dependiente de la tienda de zapatillas de deporte y esperar que sea otro quien arregle el problema. Para estar listos para correr se requiere plena atención y esfuerzo.

      No existe una cura mágica. De hecho, lo que el reñido debate sobre zapatillas minimalistas y zapatillas tradicionales de atletismo ha dejado en evidencia es que la polémica gira en torno a una pregunta equivocada. Cuando se trata de las lesiones ocasionadas por correr, lo que está claro es que las zapatillas no son la solución. Décadas de aplicación de tecnología al calzado deportivo no han conseguido frenar la tasa de lesiones entre los corredores.

       El verdadero cambio de la situación es la actitud que se adopte en la vida como corredor: la convicción de que somos responsables de cuidar de nuestra maquinaria para correr tal como haría un buen mecánico.

      Las zapatillas en sí no van a curar tus dolencias, se trate de unas zapatillas minimalistas o de unas zapatillas de 453 gramos de peso y con control de movimiento. Lo mismo sucede con las plantillas, los electroestimuladores musculares, los ultrasonidos, los calces de talón, las rodilleras deportivas y los miles de dólares que pueden volar invertidos en el complejo industrial de la medicina del deporte. El verdadero cambio de la situación es la actitud que se adopte en la vida como corredor: la convicción de que somos responsables de cuidar de nuestra maquinaria para correr tal como haría un buen mecánico. Como Chris McDougall ha dicho en respuesta a las críticas suscitadas por su libro Nacidos para correr– los que leen el libro y se apresuran a comprar un par de zapatillas minimalistas esperando que al instante se conviertan en corredores descalzos, sólo para acabar lesionados en cuestión de días o semanas, no llegaron a entender de qué trataba el asunto. Sí, es posible recuperar las capacidades que al nacer tenemos para correr, pero para eso hay que trabajar. Y es un trabajo continuado, paciente e inteligente. Si estás buscando la píldora mágica en las zapatillas para correr –o en cualquier otra intervención, por lo que aquí concierne–, estás condenado a no bajarte del carrusel de lesiones, a la espera de que algún día emprendas algo real.

      Ese es a la vez el reto y el compromiso de este libro para quienes deseen correr bien y con frecuencia hasta el final de sus días. Has nacido para correr. Aunque te hagan dar marcha atrás la vida moderna, un estilo deficiente al correr, los desequilibrios musculares y el ser lo bastante tozudo como para pensar que se puede correr con lesiones –igual que un tanque abriéndose paso por un bosque de árboles jóvenes (de lo cual yo soy en especial culpable)–, existe un botón de reiniciado que puedes pulsar. Todo empieza por asumir la responsabilidad, por trazar un plan de acción y por tener paciencia, ser metódico y perseverante en hacer las cosas hoy, mañana y para siempre.

      La mentalidad y el método de Kelly Starrett tienen por finalidad ser ese puente con que salvar el vacío. Si quieres desatar todo el poder y capacidad física con la que ha nacido tu cuerpo, Listos para correr te ayudará a cumplir tu destino.

       INTRODUCCIÓN

       UN DÍA TÍPICO EN LA VIDA DE UN CORREDOR

      Eres un maratoniano que corre todo el día sin parar y éste es el posible panorama:

      Después de seis o tal vez siete horas de sueño, suena la alarma a las 4:30 de la madrugada. Está oscuro, hace frío, es miércoles. La tierra gira con rapidez sobre su eje. Tus tareas en el futuro más inmediato incluyen preparar a tu hijo de ocho años para la escuela: despertarlo, que se vista, preparar el desayuno y que tenga lista la cartera, sin olvidar el almuerzo y los deberes, además de llevarlo sano y salvo hasta esa calle sin salida en que está su escuela. También tienes que llegar a tiempo para el último ensayo de esa presentación en PowerPoint que darás a las 9:00, y para eso tendrás que conducir 40 minutos hasta el trabajo.

      Pero antes que nada, primero de todo, quieres salir a correr. O bien corres ahora antes de que amanezca, o no podrá ser. La carrera matutina es una tarea, y a pesar de las molestias persistentes y los dolores continuos, tu mente está decidida con acerada determinación. Cuando se trata de completar esta tarea, nadie te lo puede impedir.

      Así que son las 4:30 de la madrugada y estás despierto, está oscuro y cae sesgadamente una lluvia heladora. Te levantas de la cama y te pones unas pantuflas con plantillas ortopédicas para no cargar excesiva presión sobre unos arcos plantares siempre delicados.

      Te pones ropa adecuada e impermeable, te echas al coleto un café americano y sales por la puerta. Durante los primeros 2,4 kilómetros notas los habituales puntos dolorosos: esa punzada justo debajo de la rótula derecha, la inflamación en el talón derecho, la difusa sensibilidad nerviosa en la profundidad del acetábulo de la cadera izquierda. Ya has estirado bastante la capacidad de tu American Express para comprar diversas medidas destinadas a atenuar estos variados y punzantes dolores: unas plantillas genéricas para las zapatillas con control de movimiento, de 150 dólares; un torniquete de caucho y neopreno que llevas por debajo

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