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Sin cadenas. Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Читать онлайн.Название Sin cadenas
Год выпуска 0
isbn 9786077627418
Автор произведения Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Серия Sangre de campeón
Издательство Bookwire
Esas ideas les produjeron un terrible peso de esclavitud. No podían moverse, pero tampoco podían dormir. Fue una noche mala, llena de fantasmas.
Cuando salió el sol se vistieron con mucha lentitud. De pronto, quedaron helados al ver a su padre parado en medio de la sala. Estaba sudando, lleno de tierra, con los ojos inyectados de sangre y un costal mugriento sobre el hombro.
INDIVIDUALIDAD: SUPERA LAS CRÍTICAS AGRESIVAS
REPASO DE CONCEPTOS
01. Criticar a los demás se ha convertido en un deporte que produce amargura; y la amargura se contagia...
02. Hagas lo que hagas, siempre habrá personas en tu contra; digas lo que digas, no faltarán quienes cuestionen tus ideas; aunque te portes bien, hablarán mal de ti.
03. Cree en tus sueños, ve tras ellos y no te enfurezcas si te difaman o critican. Es parte del camino hacia el éxito.
04. Todas las personas importantes han sufrido infinidad de ataques.
05. Si actúas con valor, a la larga te convertirás en una personalidad, pero eso no te importará porque dirás: “viví mi vida intensamente, hice lo que debí hacer, fui quien tuve que ser y, sobre todo, la felicidad colmó cada día de mi existencia”.
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
01. Haz un pacto con tus amigos: De ahora en adelante vigílense unos a otros para detectar e interrumpir las críticas que hacen a los demás. Quizá se sorprendan de cuan acostumbrados están a molestar a sus compañeros y de lo poco constructivas que suelen ser sus conversaciones.
02. Menciona algunos de los ataques verbales que has recibido y describe cómo te han afectado.
03. Escribe una lista de las críticas y difamaciones que quizá recibirás en el futuro. Analízala y acepta que triunfarás y lograrás tus metas a pesar de esa lista.
4 OBSERVA EL RADAR DE LAS EMOCIONES
El señor Meneses parecía un loco recién escapado del manicomio.
— ¿Dónde andabas, papá? ¿Ya te sientes mejor?
—Sí. Estoy bien. Les tengo una noticia: ¡Vamos a irnos de aquí! Renuncié a mi trabajo.
—¿Re... renunciaste? ¿Y... y de qué vamos a... a vivir?
—Me dieron dinero. Con eso iremos a otra ciudad donde nadie nos conozca. Si tenemos suerte, mañana cruzaremos la frontera.
—No... no... pode... podemos irnos, te... tenemos muebles. Además a... a mamá le gustaba esta casa.
—¡Su madre se fue para siempre! ¡Los muebles son viejos! ¡Esta casa apesta! ¡Debemos once meses de renta y el dueño me ha amenazado! Preparen sus cosas... Nos iremos de inmediato.
Puso en el suelo un costal mugriento que había traído y dio por terminada la discusión.
Owin y Beky tardaron varios minutos en reaccionar. ¿Qué le pasaba a su padre?
—Vamos —dijo la muchacha resignada.
Con movimientos reacios, metieron ropa y algunos libros en una maleta vieja. Aunque tenían pocas pertenencias la valija se llenó.
—¡Esto pesa mucho! —los regaño su papá cuando pasó junto a ellos dirigiéndose al sanitario—, ¡con tantas porquerías no podemos cruzar la frontera! Saquen todo y vuelvan a empacar. ¡Sólo lo indispensable!
Owin se puso de pie y se asomó a la cama de su padre con la intención de ver cómo estaba empacando él. En una mochila había acomodado ropa y otras cosas provenientes del costal que trajo.
—¿Qué... qué es... esto? —cuestionó.
Beky se acercó, abrió mucho los ojos y sintió miedo.
—¡Herramientas electrónicas! ¡Tienen el sello de la empresa de mi papá!
El señor Meneses salió del baño y sorprendió a los chicos inspeccionando su valija.
—¡No toquen nada! —gritó—. ¡Dedíquense a lo suyo!
Owin se apartó presuroso, pero Beky se quedó quieta en actitud de reto. Por lo que a ella tocaba, no aceptaría formar parte de un circo de pulgas nunca más. Ni aún en su propia casa.
—Tienes que explicarnos qué es esto, papá —exigió la joven—, ¿lo robaste?
El hombre se mostró ofendido.
—¡No te interesa!
—Sí me interesa. ¡Lo que tú hagas nos afecta a nosotros!
Waldo Meneses apretó los puños y caminó por la estancia furioso.
—De acuerdo. Está bien. Mis jefes son unos pillos, unos explotadores, me hubieran mandado a la calle sin un centavo, así que ayer me quedé en la empresa de noche, entré al almacén y cobré mi liquidación yo mismo.
Los muchachos se quedaron inmóviles como estatuas. ¿Su padre era un ladrón?
Owin murmuró:
—E... entonces es me... mentira que... que te dieron dinero.
—Bueno, vendí algunas herramientas. Con eso compré los boletos del autobús para irnos de aquí.
—¡Vendiste herramientas robadas! —dijo Beky—. Y nos vamos porque estamos huyendo.
—Eso suena muy exagerado. Nadie nos persigue. Es difícil que hayan notado el faltante tan pronto.
—¡Pero tarde o temprano lo notarán, papá!
—Y ya no estaremos aquí. ¡Así que apúrense!
Media hora después, la pequeña familia salía de la casa llevando dos mochilas deterioradas con lo más esencial. Se dirigieron a la estación de transporte público y, poco después, viajaban hacia la frontera en un autobús de segunda clase.
Owin miraba por la ventana sin decir palabra. No entendía cómo es que su vida estaba dando un giro tan terrible. Recordó los malos pronósticos de la maestra y se le hizo un vacío en el estómago. Había relámpagos que amenazaban tempestad. Estaban dejando la casa donde vivieron siempre, abandonando su alberca del deportivo municipal, renunciando a los recuerdos de una existencia feliz al lado de su madre, y obedeciendo a un padre que no había demostrado mucha inteligencia últimamente.
—Tengo ganas de llorar —dijo Beky
—Yo... yo también —contestó su hermano.
Emociones de temor, tristeza y coraje habían confluido en el corazón de ambos. La tarde empezaba a extinguirse y los últimos rayos diagonales de un sol que se había ocultado ya, avivaban el ambiente con luz ambarina. En pocos minutos sobrevino la oscuridad de la noche. Fue un viaje largo y tortuoso. El autobús hizo algunas paradas para cargar combustible y dejar que los pasajeros estiraran las piernas.
Amaneció y volvió a atardecer. Cuando llevaban treinta y seis horas de viaje, la chica sacó el cuaderno de apuntes personales de su madre y lo abrió. Owin se acercó. Beky tomó la iniciativa de nuevo y leyó en voz alta. El cuaderno decía:
RADAR DE LAS EMOCIONES
En los cursos he aprendido que vivir es como conducir un automóvil. Debo manejar con habilidad y atención, sin pisar el acelerador a fondo en momentos de oscuridad y tormenta, porque puedo sufrir un accidente fatal.
Los hermanos dejaron de leer unos segundos y se miraron,
—¿Di... dice “en momentos de oscuridad y tormenta”? —preguntó Owin.
—Sí.
Voltearon a ver