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prefecto zarandeó al joven y le increpó:

      —¿Eres marica, Owin? ¿Y por qué no lo habías dicho? De haberlo sabido hubiéramos escogido a otro para que representara a los hombres.

      La bulla aumentaba.

      Beky se puso de pie.

      —¡Basta!, ¡dejen en paz a mi hermano! —el griterío disminuyó un poco—. Él no les ha hecho nada malo... ¡Déjenlo en paz!

      Beky caminó al frente. Las bolas de papel comenzaron a caer sobre ambos. Ella le sugirió a Owin en voz baja:

      —¡Vamos a la dirección! Debemos quejarnos.

      —No, hermana —contestó él—. Si me defiendes será peor.

      —¡Acuérdate lo que leímos en el cuaderno de mamá!

      —No sé.

      —Vamos afuera.

      —¡Está prohibido salir! —intervino el prefecto—. Lo siento mucho. ¡Mientras no llegue su maestra, yo mando!

      En ese momento se escuchó la voz firme de una mujer.

      —Pues tu tiempo de mandamás terminó. Estoy aquí desde hace rato... por si no lo habías notado.

      Los gritos fueron bajando de intensidad hasta que se convirtieron en murmullos.

      Una mujer joven e impávida los miraba desde la entrada.

      —Soy la maestra suplente —caminó—. He estado parada en esta puerta escuchando majaderías...

      Los murmullos se apagaron por completo. Todos observaban a la mujer que acababa de entrar al salón.

      —Jóvenes —indicó a los hermanos—, hagan favor de regresar a sus asientos, y usted, “prefecto”, puede retirarse. Hablaremos después.

      El liderzuelo salió del aula como huyendo.

      La profesora tenía un rostro fino, cabello negro largo rizado y figura esbelta; parecía una muñeca de colección, sin embargo, en contraste con su belleza física, el ceño fruncido y la boca apretada le daban una apariencia de enfado. Caminó por el aula en silencio.

      —Me entristece haberlos conocido en estas circunstancias —dijo después—. Creí que me habían asignado un grupo de jóvenes, y he aquí que llego al salón y me encuentro con un verdadero circo de pulgas... —respiró varias veces como para tranquilizarse, siguió explicando—. Hace años, en las ferias, había “circos de pulgas”. Las pulgas son insectos muy especiales; a pesar de su pequeñez, tienen enorme fuerza en las patas. Una pulga de medio milímetro puede saltar más de treinta centímetros. ¡Seiscientas veces su tamaño! Es como si alguno de ustedes pudiera subir de un salto al techo del edificio más grande del mundo. El domador de pulgas atrapaba a estos insectos, los encerraba en recipientes de cristal y los dejaba ahí por varios días. Cada vez que una pulga saltaba, chocaba con la dura superficie del vidrio. Algunas morían. al impactarse contra el cristal. Cuando al fin eran sacadas del encierro, las sobrevivientes habían aprendido que sólo podían dar saltos pequeños para no lastimarse. El domador les ponía columpios a su alrededor y las pulgas amaestradas brincaban poquito de un lado a otro sin escaparse. ¡Eso es un circo de pulgas! Ustedes no son capaces de hazañas físicas como las de la pulga, pero sí lo son de hazañas mentales parecidas; pueden soñar con altísimos ideales y saltar hacia ellos, pueden imaginar grandes cosas y alcanzarlas, pueden anhelar metas enormes y lograrlas. Los hombres multiplican seiscientas veces o más su estatura mental cuando realizan obras artísticas, científicas o de investigación. Tienen grandes capacidades. Son triunfadores en potencia, pero ¿qué pasa si alguien asiste a un salón de clases como éste y cada vez que se equivoca recibe el golpe de las burlas? ¿Qué sucede si cada vez que opina, le dicen que se calle?, ¿si pasa al frente y le arrojan bolas de papel? Esos actos son como golpes en la cabeza, y producen el mismo efecto que el vidrio en las pulgas encerradas. Hace rato fui testigo de cómo atacaron a un compañero. Le dijeron: “burro”, “no sirves para nada”, “mejor lárgate”, “no debiste venir a la escuela”, “torpe”, “tarado”, “ignorante”, “bestia”, “zopenco”, “nos das vergüenza”, etcétera.

      La lista de insultos, dicha así, de corrido, sonaba exagerada y hasta chistosa. Hubo algunas risitas. La maestra prosiguió:

      —¡Este salón es un circo de pulgas! ¡Cada vez que un compañero intenta saltar, los demás lo castigan para que aprenda a que no debe hacerlo! Es la escuela de la mediocridad. Los mediocres fastidian a los soñadores hasta arrancarles sus deseos de triunfar. Pero yo observé la mirada de Owin y pude detectar que es un niño noble e inteligente. Tiene derecho a ser feliz y a lograr grandes metas. Nadie debe hacerlo sentir menos.

      Algunos chicos comenzaron a ver a los gemelos de reojo. Beky observaba a la maestra con profundo agradecimiento. Owin apretaba los dientes y miraba al suelo. Su corazón estaba abrumado. Lo habían golpeado tanto que, en efecto, se sentía como un insecto. Sin deseos de saltar ni de moverse.

      —Owin, pasa al frente —dijo la maestra.

      —No... —murmuró—, n... no otra vez.

      —Pasa, por favor. Tus compañeros te van a pedir una disculpa.

      INDIVIDUALIDAD: NO PARTICIPES EN CIRCO DE PULGAS

      REPASO DE CONCEPTOS

      01. Los hombre multiplican seiscientas veces o más su estatura mental cuando realizan obras artísticas, científicas o de investigación.

      02. Todos podemos soñar con altísimos ideales y saltar hacia ellos; imaginar grandes cosas y alcanzarlas, anhelar metas enormes y lograrlas.

      03. La mediocridad se origina en ciertos grupos en los que cada vez que un compañero intenta saltar, los demás lo castigan.

      04. Para que un grupo se convierta en semillero de campeones, los compañeros tienen que ayudarse y motivarse unos a otros.

      PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR

      01. Piensa en alguien a quien hayas insultado. ¿Cómo te sentiste después de hacerlo? Relata.

      02. Piensa en alguien a quien hayas elogiado. ¿Cómo te sentiste después de hacerlo? Relata.

      03. ¿Puedes convertir a tu grupo de trabajo o estudio en un semillero de campeones? ¿Cómo?

      04. ¿Puedes evitar formar parte de los circos de pulgas? ¿De qué forma?

      05. ¿Qué obras artísticas, científicas o de investigación vas a proponerte alcanzar para multiplicar tu estatura mental?

      3 LAS CRÍTICAS AGRESIVAS

      Owin se puso de pie. Avanzó despacio y se paró junto a la nueva maestra.

      —Escúchenme bien —agregó ella—. Este niño es un campeón. Igual que todos ustedes. Crecerá y sorprenderá al mundo con su enorme capacidad. Lo han herido mucho, así que ahora cada uno le dirá algo bueno, para compensar un poco el daño que le han hecho.

      Todos en el salón de clases se quedaron muy quietos. Parecía que no respiraban. Nadie se atrevía a abrir la boca ni a mover un dedo.

      —¡Estoy esperando! —insistió la maestra.

      Owin espió a sus compañeros con timidez. La mayoría eludía la mirada. En efecto, muchos de aquellos chicos tenían como deporte favorito el criticar, calumniar y herir a los demás. Eran verdaderos domadores de pulgas. La maestra había dado el discurso adecuado en el lugar adecuado. Al ver que nadie hablaba, ella insistió:

      —No sé cuánto tiempo voy a ser su profesora suplente, pero mientras esté con ustedes nuestro salón será un semillero de campeones. Para lograr eso tenemos que ayudarnos y motivarnos unos a otros.

      En ese instante sonó el timbre que anunciaba la terminación de clases. Algunos jóvenes comenzaron

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