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esperabas encontrar a alguien vivo, ¿o sí?”, dijo. “Tú no ayudas a nadie, excepto a los muertos. ¿Cuántas veces debo decirte eso?”.

      Riley estaba desconcertada. Su padre había muerto meses atrás. Ella no lo extrañaba. Se esforzaba por ni siquiera pensar en él. Había sido un hombre difícil que solo le había causado daño.

      “¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó Riley.

      “Estoy de paso”, dijo antes de dejar escapar una risita. “Viéndote arruinarte la vida de nuevo. Igual que siempre, por lo que veo”.

      Riley quería tirársele encima. Quería golpearlo con todas sus fuerzas. Pero se encontró congelada en su lugar.

      Luego oyó un zumbido fuerte.

      “Quisiera poder quedarme para conversar”, dijo. “Pero tienes que encargarte de otros asuntos”.

      El zumbido se volvió más y más fuerte. Su padre se dio la vuelta y se alejó.

      “Nunca le hiciste nada bueno a nadie”, dijo. “Ni siquiera a ti misma”.

      Los ojos de Riley se abrieron de golpe. Se dio cuenta de que su teléfono estaba sonando. Eran las seis de la mañana.

      Ella vio que la llamada era de Quántico. Una llamada a esa hora tenía que significar algo terrible.

      Contestó el teléfono y escuchó la voz del jefe de su equipo, el agente especial encargado Brent Meredith.

      “Agente de Paige, te necesito en mi oficina ahora mismo”, dijo. “Considéralo una orden”.

      Riley se frotó los ojos.

      “¿Qué sucede?”, preguntó.

      Hubo una breve pausa.

      “Tendremos que discutirlo en persona”, dijo.

      Finalizó la llamada. Por un momento, Riley se preguntó si podría ser una reprimenda por su comportamiento. Pero no, había estado fuera de servicio desde hace meses. Una llamada de Meredith solo podía significar una cosa.

      “Es un caso”, pensó Riley.

      No la llamaría en un día festivo por cualquier otra razón.

      Y, por el tono de voz de Meredith, sabía que esto era grande, incluso hasta transformador.

      CAPÍTULO CINCO

      Riley se sintió más atemorizada a lo que entró al edificio de la UAC. Cuando llegó a la oficina de Brent Meredith, vio que su jefe estaba en su escritorio esperándola. Un hombre grande con características angulares y afroamericanas, Meredith siempre había tenido una presencia imponente. Ahora también se veía preocupado.

      Bill estaba allí también. Riley pudo notar por su expresión que todavía no sabía la razón de esta reunión.

      “Siéntate, agente Paige”, dijo Meredith.

      Riley se sentó en una de las sillas.

      “Lamento interrumpir tus festividades”, le dijo Meredith a Riley. “Tenemos tiempo sin hablar. ¿Cómo te has sentido?”.

      Esto sorprendió a Riley. No era el estilo de Meredith iniciar una reunión de esta manera, con una disculpa y una consulta sobre su bienestar. Él normalmente iba directo al grano. Obviamente sabía que había estado de licencia debido a la crisis de April. Riley entendió que Meredith estaba realmente preocupado por ella. Aún así, esto le pareció extraño.

      “Estoy mejor, gracias por preguntar”, dijo.

      “¿Y tu hija?”, preguntó Meredith.

      “Se está recuperando bien, gracias”, dijo Riley.

      Meredith se quedó mirándola fijamente por un momento.

      “Espero que estés lista para volver a trabajar”, dijo Meredith. “Porque te necesitamos mucho en este caso”.

      La mente de Riley estaba dando vueltas.

      Finalmente, Meredith dijo: “Shane Hatcher se ha fugado del Centro Penitenciario Sing Sing”.

      Esas palabras fueron como una cachetada para Riley. Se sentía aliviada de que estaba sentada.

      “Dios mío”, dijo Bill, viéndose igual de sorprendido que ella.

      Riley conocía bien a Shane Hatcher, demasiado bien para su propio gusto. Había estado cumpliendo una cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional desde hace décadas. Durante su tiempo en prisión, se había vuelto un experto en criminología. Había publicado artículos en revistas académicas y había dado clase en los programas académicos de la cárcel. Riley lo había visitado en Sing Sing varias veces en búsqueda de asesoramiento sobre casos actuales.

      Las visitas siempre habían sido perturbadoras. Hatcher parecía sentir una gran simpatía por ella. Y Riley sabía que se sentía muy fascinada por él. Le parecía que probablemente era el hombre más inteligente que jamás había conocido, y probablemente también el más peligroso.

      Había jurado no regresar jamás después de cada visita. Ahora recordó muy bien la última vez que había estado en Sing Sing.

      “No volveré aquí a verte nuevamente”, le había dicho Riley.

      “Puede que no tengas que hacerlo”, le había respondido.

      Ahora esas palabras le parecían inquietantemente proféticas.

      “¿Cómo se escapó?”, le preguntó Riley a Meredith.

      “No tengo muchos detalles”, dijo Meredith. “Pero, como probablemente ya sabes, pasaba mucho tiempo en la biblioteca de la prisión, y a menudo trabajaba allí como ayudante. Estuvo allí ayer cuando llegaron unos libros. Debió haberse escapado en el camión que había traído los libros. Ayer por la noche, justo cuando los guardias se dieron cuenta que no estaba, el camión fue hallado abandonado a unas pocas millas a las afueras de Ossining. No vieron al chofer por ningún lado”.

      Meredith se quedó callado de nuevo. A Riley le resultaba fácil creer que Hatcher había planificado todo esto. Riley no quería ni siquiera pensar en lo que le había sucedido al chofer.

      Meredith se inclinó en su escritorio y se acercó a Riley.

      “Agente Paige, conoces a Hatcher tal vez más que cualquier otra persona. ¿Qué puedes decirnos de él?”.

      Riley respiró profundamente, ya que aún estaba sobresaltada por estas noticias.

      Ella dijo: “En su juventud, Hatcher fue un pandillero en Siracusa. Fue inusualmente cruel, incluso para un criminal curtido. La gente lo llamaba ‘Shane de las Cadenas’ porque le gustaba matar a sus adversarios con cadenas”.

      Riley hizo una pausa, recordando lo que Shane le había dicho.

      “Un cierto policía se fijó la misión personal de acabar con él. Hatcher se vengó, pulverizándolo con cadenas para llantas. Dejó su cuerpo en su porche delantero para que su esposa y sus hijos lo encontraran. Allí fue cuando lo atraparon. Lleva treinta años en prisión. Se suponía que no saldría jamás”.

      Hubo un momento de silencio.

      “Tiene cincuenta y cinco años ahora”, dijo Meredith. “Creo que no es tan peligroso como lo era cuando joven, ya que lleva treinta años en prisión”.

      Riley negó con la cabeza.

      “Pues estás equivocado”, dijo. “En aquel entonces, solo era un pandillero ignorante. No estaba consciente de todo su potencial. Pero con los años ha adquirido muchos conocimientos. Él sabe que es un genio. Y nunca se ha visto arrepentido por sus acciones. Más bien se ha convertido en tremendo personaje. Y se ha comportado en la cárcel, así que eso le ha permitido obtener privilegios, aunque no lo ha ayudado a reducir su sentencia. Pero estoy segura de que es más feroz y peligroso que nunca”.

      Riley analizó las cosas por un momento. Algo la estaba molestando, pero no podía descifrar lo que era.

      “¿Alguien

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