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al otro extremo de la biblioteca. En pocos momentos entró un camionero empujando un gran contenedor de plástico. La puerta del muelle se cerró ruidosamente detrás de él.

      “Qué tienes para mí esta semana, Bader?”, preguntó Freddy.

      “¿Qué crees que tengo?”, contestó el camionero. “Libros, libros y más libros”.

      El camionero miró en la dirección de Hatcher, y luego se dio la vuelta. El camionero obviamente estaba enterado del plan. A partir de ese momento, tanto el camionero como Freddy trataron a Hatcher como si no estuviera allí en absoluto.

      “Excelente”, pensó Hatcher.

      Bader y Freddy descargaron los libros en una mesa de acero con ruedas.

      “¿Te apetece una taza de café en la comisaría?”, le preguntó Freddy al camionero. “¿O tal vez rompope? Están sirviéndolo por la época navideña”.

      “Suena genial”.

      Los dos hombres charlaban casualmente mientras desaparecieron por las puertas dobles giratorias de la biblioteca.

      Hatcher se quedó parado allí por un momento, estudiando la posición exacta del contenedor. Le había pagado a un guardia para que jugara un poco con la cámara de vigilancia durante unos días hasta que encontrara un punto ciego en la biblioteca, uno que los guardias que veían los monitores aún no habían notado. Parecía que el camionero había dado en el clavo perfectamente.

      Hatcher salió silenciosamente de entre los estantes y se metió en el contenedor. El camionero había dejado una manta de embalaje pesada y gruesa en el fondo, y Hatcher se cubrió con ella.

      Esta era la única fase del plan de Hatcher en la que pensaba que algo podía salir mal. Pero incluso si alguien entraba en la biblioteca, dudaba que se molestaran en mirar dentro del contenedor. Otras personas que normalmente podría verificar el camión de los libros también habían sido sobornadas.

      No es que se sentía nervioso o preocupado. Tenía unas tres décadas sin sentir tales emociones. Un hombre que no tenía nada que perder en la vida no tenía ninguna razón por la cual sentir ansiedad o malestar. Lo único que podría despertar su interés era la promesa de lo desconocido.

      Se quedó debajo de la manta, escuchando con atención. Oyó el reloj de pared marcar el minuto.

      “Cinco minutos más”, pensó.

      Ese era el plan. Esos cinco minutos le darían a Freddy una negación plausible. Podría decir que no había visto a Hatcher meterse en el contenedor. Podría decir que había creído que Hatcher había salido de la biblioteca anteriormente. Cuando pasaran los cinco minutos, Freddy y el conductor volverían y Hatcher sería sacado de la biblioteca y llevado lejos de la prisión.

      Mientras tanto, Hatcher se permitió comenzar a pensar en lo que haría con su libertad. Recientemente había oído una noticia que hacía que el riesgo valiera la pena, incluso hasta que fuera interesante.

      Hatcher sonrió cuando pensó en otra persona que se interesaría en su fuga. Deseaba poder ver el rostro de Riley Paige cuando se enterara de que estaba libre.

      Soltó una risita macabra.

      Sería genial verla de nuevo.

      CAPÍTULO CUATRO

      Riley vio cuando April abrió la caja que contenía el regalo de Navidad que Ryan le había comprado. Se preguntó qué tanto sabía Ryan de los gustos actuales de su hija.

      April sonrió cuando sacó una pulsera.

      “¡Es hermosa, papá!”, dijo ella, dándole un beso en el cachete.

      “Me han dicho que está de moda”, dijo Ryan.

      “¡Es verdad!”, exclamó April. “¡Gracias!”.

      Luego le guiñó a Riley, y ella reprimió una risita. Hace apenas unos días, April le había dicho a Riley lo mucho que odiaba esas pulseras ridículas que todas las chicas estaban llevando. A pesar de eso, April estaba haciendo un gran trabajo de actuar emocionada.

      Por supuesto, Riley sabía que no todo era una actuación. Podía ver que April estaba contenta por el hecho de que su padre por lo menos había hecho un esfuerzo por comprarle un regalo de Navidad que le gustara.

      Riley sentía lo mismo por la cartera costosa que Ryan le había comprado. No era su estilo en absoluto, y jamás la usaría, excepto cuando supiera de que Ryan iría a su casa. Y quizás Ryan se sentía exactamente igual sobre la cartera que ella y April le habían comprado.

      “Estamos tratando de ser una familia otra vez”, pensó Riley.

      Y en ese momento sentían que estaban teniendo éxito.

      Era la mañana de Navidad, y Ryan había venido a pasar el día con ellas. Riley, April, Ryan y Gabriela estaban sentados cerca de la chimenea bebiendo chocolate caliente. El delicioso olor de la gran cena de Navidad que Gabriela estaba preparando venía de la cocina.

      Riley, April y Ryan llevaban las bufandas que Gabriela les había hecho, y Gabriela llevaba las pantuflas acolchadas que April y Riley le habían comprado.

      En ese momento sonó el timbre, y Riley fue a ver quién era. Su vecino, Blaine, y su hija adolescente, Crystal, estaban en la puerta.

      Riley se sintió encantada e inquieta al verlos. En el pasado, Ryan había mostrado celos por Blaine, y Riley tenía que admitir que Ryan tenía un poco de razón. La verdad era que le parecía un poco atractivo.

      Riley no pudo evitar compararlo a Bill y a Ryan. Blaine era un poco menor que ella, era robusto y esbelto, y le gustaba el hecho de que no era lo suficientemente vanidoso como para disfrazar sus entradas.

      “¡Pasen adelante!”, exclamó Riley.

      “Lo siento, no puedo”, dijo Blaine. “Tengo que ir al restaurante. Crystal sí se va a quedar”.

      Blaine era el dueño de un restaurante popular que quedaba en el centro de la ciudad. Riley no debería sentirse sorprendida por el hecho de que estaba abierto el día de Navidad. La cena navideña que El Grill de Blaine estaba sirviendo hoy de seguro era deliciosa.

      Crystal entró rápidamente y se unió al grupo en la chimenea. Ella y April inmediatamente abrieron los regalos que habían comprado la una para la otra entre risas.

      Riley y Blaine intercambiaron sus tarjetas de Navidad discretamente, y luego Blaine se fue. Riley notó que Ryan se veía un poco amargado cuando se sumó nuevamente al grupo. Riley guardó la tarjeta sin abrirla. La abriría después de que Ryan se fuera.

      “Mi vida sin duda es complicada”, pensó. Pero su vida estaba empezando a sentirse como una casi normal, una versión de vida que ella podría disfrutar.

*

      Los pasos de Riley hicieron eco en un gran cuarto oscuro. De repente oyó el sonido de los interruptores. Las luces se encendieron y la cegaron por unos segundos.

      Riley se encontró en el pasillo de lo que parecía ser un museo de cera lleno de exhibiciones espeluznantes. A su derecha estaba el cadáver de una mujer desnuda, extendida como una muñeca contra un árbol. A su izquierda estaba una mujer muerta envuelta en cadenas y colgando de un poste de luz. Una exhibición mostraba los cadáveres de varias mujeres con sus brazos atados a sus espaldas. Otra más allá mostraba varios cuerpos muertos y desnutridos con sus miembros dispuestos grotescamente.

      Riley reconocía todas las escenas. Eran todos los casos en los que había trabajado en el pasado. Había entrado en su cámara personal de horrores.

      Pero ¿qué estaba haciendo allí?

      Justo entonces oyó una voz gritar.

      “Riley, ¡ayúdame!”.

      Miró hacia adelante y vio la silueta de una niña sosteniendo sus brazos en súplica desesperada.

      Se parecía a Jilly. Estaba en problemas otra vez.

      Riley corrió hacia ella. Pero otra luz se encendió en

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