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Transmisión . Морган Райс
Читать онлайн.Название Transmisión
Год выпуска 0
isbn 9781640294608
Автор произведения Морган Райс
Серия Las Crónicas de la Invasión
Издательство Lukeman Literary Management Ltd
—Sí que sé, practiqué. Lo peor es que esto significa que nadie me cree cuando les digo que he visto cosas. Dicen que todo es solo por la enfermedad.
Luna inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Qué tipo de cosas?
Kevin le habló de los extraños paisajes que había visto, del fuego arrasándolos, de la sensación de cuenta atrás.
—Eso… —empezó Luna cuando él terminó. Pero parecía que no sabía cómo acabar.
—Ya sé, es una locura, estoy loco —dijo Kevin. Ni tan solo Luna le creía.
—No me has dejado acabar —dijo Luna, tomando aire—. Eso… mola mucho.
—¿Mola? —repitió Kevin. Esa no era la respuesta que esperaba, ni tan solo de ella—. Todos los demás piensan que estoy loco, o que se me está derritiendo el cerebro, o algo así.
—Todos los demás son imbéciles —declaró Luna, aunque, para ser justos, ese parecía ser una configuración suya por defecto para la vida. Según ella, todo el mundo era imbécil hasta que se demostrara lo contrario.
—O sea, ¿que me crees? —dijo Kevin. Incluso ni él estaba ya completamente seguro, después de todo lo que la gente le había dicho.
Luna lo cogió por los hombros, mirándolo directamente a los ojos. Si fuera otra chica, Kevin podría haber pensado que estaba a punto de darle un beso. Pero con Luna, no.
—Si tú me dices que estas visiones son reales, entonces son reales. Yo te creo. Y poder ver mundos extraterrestres está claro que mola.
Kevin abrió un poco más los ojos al oír eso.
—¿Por qué piensas que es un mundo extraterrestre?
Luna dio un paso atrás y encogió los hombros.
—¿Qué otra cosa va a ser?
Cuando se lo preguntó, Kevin tuvo la sensación de que estaba tan atónita con todo esto como lo estaba él. Solo que a ella se le daba mejor ocultarlo.
—Quizás … —supuso ella— …¿quizás todo esto ha cambiado tu cerebro, de manera que ahora tiene línea directa con un lugar extraterrestre?
Si Luna alguna vez conseguía algún superpoder, probablemente sería la habilidad de sacar grandes conclusiones rápidamente de un solo solo salto. A Kevin le gustaba eso de ella, especialmente cuando eso significaba que ella era la única persona que podría creerlo, pero aun así, daba la sensación de que era mucho, para decidirlo tan rápidamente.
—Sabes que suena a locura, ¿verdad? —dijo él.
—No es más locura que la idea que el mundo me va a arrebatar a mi amigo sin ninguna buena razón —replicó Luna, con los puños apretados de una manera que daba a entender que discutiría gustosamente sobre el tema. O tal vez los apretaba por el esfuerzo de no volver a llorar. Luna era propensa a enfadarse, o a hacer bromas, o a hacer locuras en lugar de estar molesta. Ahora mismo, Kevin no podía culparla.
Observó cómo bajaba de cualquier estado cercano al lloro en el que estuviera, quedándose poco a poco sin energía y forzando una sonrisa a cambio.
—O sea, una enfermedad terrible, visiones molonas de mundos extraterrestres… ¿hay algo más que no me hayas contado?
—Solo los números —dijo Kevin.
Luna lo miró evidentemente enojada.
—¿No pillas que aquí se suponía que no tenías que decir que sí?
—Quería contártelo todo —dijo Kevin, aunque imaginaba que ahora probablemente era un poco tarde—. Lo siento.
—Vale —dijo Luna. De nuevo, Kevin tuvo la sensación de que se estaba esforzando por procesarlo todo—. ¿Los números?
—También los veo —dijo Kevin. Los repetía de memoria—. 23h 06m 29,283s, -05º 02’ 28,59
—Vale —dijo Luna. Frunció los labios—. Me pregunto qué querrán decir.
Parecía no ocurrírsele que no podrían no significar nada. A Kevin le encantaba eso de ella.
Sacó su teléfono.
—No puede ser para una matrícula y sería raro como contraseña. ¿Qué más?
Kevin no había pensado en ello, al menos no con la franqueza con la que Luna parecía estar poniendo en práctica con el problema.
—¿Tal vez como número de un artículo, un número de serie? —sugirió Kevin.
—Pero hay horas y minutos —dijo Luna. Parecía estar profundamente atrapada en el problema de lo que podría significar—. ¿Qué más?
—¿Tal vez una hora de entrega y una ubicación? —sugirió Kevin—. Esas segundas partes parecen ser coordenadas.
—No parece muy adecuado como referencia de un mapa —dijo Luna—. A lo mejor si lo busco en Google… oh, guay.
—¿Qué? —preguntó Kevin. Una mirada a la cara de Luna le dejó claro que habían dado en el clavo.
—Cuando escribes esa serie de números en un buscador, solo encuentras resultados sobre una cosa —dijo Luna. Hizo que sonara muy seguro. Giró su teléfono para mostrárselo, con las páginas colocadas en una clara fila—. El sistema estelar Trappist 1.
Kevin sentía que su emoción crecía. Aún más, notaba que crecía su esperanza. Esperanza de que esto realmente podría significar algo y que no era solo su enfermedad, a pesar de lo que dijeran. Esperanza de que realmente podría ser verdad.
—Pero ¿por qué iba a ver esos números? —preguntó él.
—¿Tal vez porque se cree que el sistema Trappist es uno de los que tienen la posibilidad de albergar vida? —dijo Luna—. Por lo que dice aquí, allí hay varios planetas en lo que se piensa que es una zona habitable.
Lo dijo como si fuera la cosa más evidente del mundo. La idea de que unos planetas podrían tener vida parecía demasiada coincidencia cuando Kevin, en efecto, había visto esa vida. O, por lo menos, había visto una vida extraña.
—Tienes que hablar de esto con alguien —declaró Luna—. Tú eres… algo así como la primera prueba de contacto extraterrestre. ¿Quiénes eran esa gente que buscaban extraterrestres, los científicos?
—¿SETI? —dijo Kevin.
—Esos son —dijo Luna—. ¿No tienen la base en San Francisco, o San José, o algo así?
Kevin no lo sabía, pero cuanto más pensaba en ello, más le tiraba la idea.
—Tienes que ir, Kevin —dijo Luna—. Por lo menos tienes que hablar con ellos.
***
—No —dijo su madre, dejando su café con tanta firmeza que se derramó—. ¡No, Kevin, de ninguna manera!
—Pero mamá…
—No voy a llevarte en coche hasta San Francisco para que molestes a una panda de chiflados —dijo su madre.
Kevin sujetó su teléfono en alto, mostrando la información sobe SETI que había en él.
—No están locos —dijo—. Son científicos.
—Los científicos también pueden estar locos —dijo su madre—. Y toda esta idea… Kevin, ¿no puedes aceptar sencillamente que estás viendo cosas que no existen?
Ese era el problema; lo más fácil sería aceptarlo. Sería fácil decirse a sí mismo que esto no era real, pero había algo que daba vueltas por su cerebro y que le decía que sería muy mala idea hacerlo. La cuenta atrás todavía continuaba, y Kevin sospechaba que tendría que hablar con alguien que lo