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encogió los hombros.

      —Lo vi cuando estaba esperando en el vestíbulo.

      —¿Lo viste? ¿De la misma manera que “viste” este paisaje extraterrestre? —La Dra. Levin lo miró fijamente y Kevin tuvo la sensación de que estaba intentando deducir algo. Probablemente intentando deducir alguna manera en la que pudiera haber hecho trampa con esto, o hacer que sucediera.

      Pasó casi un minuto hasta que tomó una decisión.

      —Creo —dijo la Dra. Levin, con el tono cuidadoso de alguien que intenta asegurarse de que no se ha vuelto loca— que es mejor que vengas conmigo.

      CAPÍTULO SEIS

      Kevin y su madre siguieron a la Dra. Levin desde las instalaciones del SETI hasta un coche que parecía demasiado pequeño para pertenecer a alguien de su posición.

      —Es muy respetuoso con el medio ambiente —dijo, en un tono que daba a entender que se había enfrentado mucho a esa pregunta—. Vamos, será más fácil que os lleve a los dos en coche. Son bastante estrictos con la seguridad.

      —¿Quiénes? —preguntó la madre de Kevin.

      —La NASA.

      A Kevin se le cortó la respiración al oírlo. ¿Iban a hablar con la NASA? Tratándose de extraterrestres, eso era incluso mejor que el SETI.

      El viaje en coche a través de Mountain View fue corto, como mucho de unos cuantos minutos. Aun así, fue lo suficientemente largo para que Kevin mirara a través de las ventanas a las compañías de alta tecnología esparcidas por la zona, evidentemente atraídas hasta allí por la NASA y Berkeley, la presencia de tanta gente inteligente en un solo lugar las había llevado en la misma dirección.

      —¿En serio que vamos a ir a la NASA? —dijo Kevin. Casi no podía creérselo, lo cual no tenía sentido, dadas las cosas que había tenido que creerse en los últimos días.

      Las instalaciones de la NASA eran todo lo que no había sido el edificio del SETI. Eran grandes, desplegadas por varios edificios y situadas en un lugar en el que conseguía tener vistas tanto de las colinas que la rodeaban como de la bahía. Había una oficina de turismo que básicamente era una carpa construida a una escala que parecía difícil de creer, de un blanco luminoso con el logotipo de la NASA pintado. Pero pasaron de largo de ella, hacia una zona que estaba cerrada al público, tras una valla metálica y una barrera donde la Dra. Levin tuvo que enseñar una identificación para que pudieran entrar.

      —Me esperan —dijo.

      —¿Y quiénes son ellos, señora? —preguntó el guardia.

      —Son Kevin McKenzie y su madre —dijo la Dra. Levin. Vienen conmigo.

      —Ellos no están en la…

      —Vienen conmigo —dijo la Dra. Levin de nuevo y, por primera vez, Kevin se dio cuenta del tipo de dificultad que su posición implicaba. El guardia dudó por un instante y, a continuación, sacó un par de pases de visitante, que la Dra. Levin les entregó. Kevin se lo colgó del cuello y le pareció un trofeo, un talismán. Con esto, podía ir a donde quería. Con esto, la gente lo creía de verdad.

      —Tendremos que ir a las áreas de investigación —dijo la Dra. Levin—. Por favor, id con cuidado de no tocar nada, pues algunos de los experimentos son delicados.

      Los llevó hasta dentro del edificio que parecía estar compuesto mayoritariamente de delicadas curvas de acero y cristal. Este era el tipo de lugar que Kevin había esperado tratándose de Mountain View. Así era cómo un lugar que observaba el espacio debía ser. Había laboratorios a ambos lados, con el tipo de equipo avanzado que daba a entender que podían probar casi cualquier cosa que el espacio lanzara en su dirección. Había lásers y ordenadores, mesas de trabajo y aparatos que parecían diseñados para la química. Había talleres llenos de equipos de soldar y partes que podrían haber sido de coches, pero que Kevin quería creer que eran para vehículos para usar en otros planetas.

      La Dra. Levin iba preguntando a medida que avanzaban, al parecer intentando descubrir dónde estaban todos los que estaban relacionados con la noticia del mensaje de la Pioneer 11. Siempre que pasaban por delante de alguien, ella lo paraba y a Kevin le apreció que conocía a todos los que estaban allí. Puede que el SETI estuviera separado de todo esto, tal y como decía ella que lo estaba, pero era evidente que la Dra. Levin pasaba mucho tiempo aquí.

      —Oye, Marvin, ¿dónde está todo el mundo? —le preguntó a un hombre con barba y una camisa de cuadros.

      —La mayoría están reunidos en el centro para la investigación de superordenadores —dijo—. Con algo así, quieren ver qué se inventarán ahora en los boxes.

      —¿Los boxes? —preguntó Kevin.

      La Dra. Levin sonrió.

      —Ya verás.

      —¿Quiénes son? —preguntó el hombre barbudo.

      —¿Qué dirías si te contara que aquí Kevin puede ver extraterrestres? —preguntó la Dra. Levin.

      Marvin rió.

      —Puedes intentar jugar con la reputación de cazadora de extraterrestres loca todo lo que quieras, Elise. Eres tan escéptica como todos nosotros.

      —Tal vez con esto no —dijo la Dra. Levin. Se giró para mirar a Kevin y a su madre—. Por aquí.

      Los llevó a otra parte del edificio y ahora Kevin tenía la sensación de seguridad extra, con escáners de identificación y cámaras casi a cada curva. Aun más, probablemente este era el lugar más limpio en el que había estado. Mucho más limpio que, por ejemplo, su dormitorio. Parecía que ni una sola mota de polvo podía colarse en él sin permiso, por no hablar de los montones de ropa vieja que llenaban el espacio hasta que su madre le decía que lo ordenara.

      Los laboratorios estaban casi vacíos en ese momento, y vacíos de una manera que daba a entender que los habían abandonado a toda prisa porque estaba sucediendo algo más interesante. Fue fácil ver a donde habían ido. La gente se amontonaba en los pasillos mientras los tres se acercaban a su destino, intercambiando chismes de los que Kevin solo pillaba trozos.

      —Hay una señal, pero es una señal de verdad.

      —Después de todo este tiempo.

      —No son solo datos de telemetría, o incluso escaneos. Hay algo… más.

      —Estamos aquí —dijo la Dra. Levin cuando llegaron a la habitación donde habían dejado la puerta abierta, evidentemente para dejar que la multitud de gente intentara embutirse dentro—. Déjennos pasar, por favor. Tenemos que hablar con Sam.

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