Скачать книгу

se sentó en el borde de la cama al lado de Riley.

      “¿Ya te asignaron un terapeuta?”, le preguntó ella.

      Bill asintió.

      “¿Quién es?”, preguntó Riley.

      “No importa”, dijo Bill.

      “Claro que sí importa”, dijo Riley. “¿Quién es?”.

      Bill no respondió. Pero Riley fue capaz de adivinar. El psiquiatra asignado de Bill era Leonard Ralston, mejor conocido por el público como “Dr. Leo”. Sintió una punzada de rabia. Pero no por Bill.

      “Dios mío”, le dijo. “No me digas que el Dr. Leo. ¿De quién fue la idea? De Walder, te lo apuesto”.

      “Como dije, no importa”.

      Riley quería sacudirlo.

      “Es un loco”, le dijo ella. “Sabes eso más que nadie. Cree en la hipnosis, recuerdos recuperados, en todo tipo de basura desacreditada. ¿No recuerdas el año pasado, cuando convenció a un hombre inocente que era culpable de asesinato? A Walder le gusta el Dr. Leo porque ha escrito libros y ha estado en la televisión”.

      “No voy a dejar que se meta en mi cabeza”, dijo Bill. “No voy a dejar que me hipnotice”.

      Riley estaba tratando de mantener su voz bajo control.

      “Ese no es el punto. Necesitas a alguien que te sea de ayuda”.

      “¿Cómo quién?”, preguntó Bill.

      Riley no tuvo que pensarlo mucho.

      “Te prepararé un poco de café”, le dijo. “Cuando regrese, quiero que estés de pie y listo para salir de este lugar”.

      En su camino a la cocina de Bill, Riley miró su reloj. No tenía mucho tiempo. Tenía que actuar con rapidez.

      Sacó su teléfono celular y marcó el número personal de Mike Nevins, un psiquiatra forense en DC que trabajaba para el FBI de vez en cuando. Riley lo consideraba un amigo cercano, y la había ayudado a superar sus propias crisis en el pasado, incluyendo un terrible caso de trastorno de estrés postraumático.

      Cuando el teléfono de Mike comenzó a sonar, colocó su teléfono celular en altavoz, lo colocó sobre el mostrador de la cocina y comenzó a preparar café en la cafetera de Bill. Se sintió aliviada cuando Mike contestó el teléfono.

      “¡Riley! ¡Es bueno saber de ti! ¿Cómo están las cosas? ¿Cómo está esa creciente familia tuya?”.

      El sonido de la voz de Mike era refrescante, y casi podía ver al hombre bien vestido y su expresión agradable. Deseaba poder hablar bien con él para ponerse al día, pero no había tiempo para eso.

      “Estoy bien, Mike. Pero estoy apurada. Tengo que montarme en un avión. Necesito un favor”.

      “Dime”, dijo Mike.

      “Mi compañero, Bill Jeffreys, está pasando por un momento difícil después de nuestro último caso”.

      Oía verdadera preocupación en la voz de Mike.

      “Sí, me enteré de lo que sucedió. Qué terrible lo de la muerte de su joven protegida. ¿Es cierto que tu compañero fue puesto de licencia? ¿Algo relacionado con haberle disparado a la persona equivocada?”.

      “Así es. Él necesita tu ayuda. Y la necesita de inmediato. Él está bebiendo, Mike. Nunca lo había visto tan mal”.

      Hubo un breve silencio.

      “No creo entender”, dijo Mike. “¿No ha sido asignado a un terapeuta?”.

      “Sí, pero no lo está ayudando en nada”.

      Ahora Mike sonaba reservado.

      “No sé, Riley. Me incomoda aceptar pacientes que ya están bajo el cuidado de otra persona”.

      Riley sintió una punzada de preocupación. No tenía tiempo para lidiar con la ética de Mike.

      “Mike, lo asignaron al Dr. Leo”.

      Hubo otro momento de silencio.

      “Apuesto a que eso será suficiente”, pensó Riley. Sabía perfectamente bien que Mike odiaba al terapeuta-celebridad con todo su corazón.

      Finalmente Mike dijo: “¿Cuándo puede venir?”.

      “¿Qué estás haciendo en este momento?”.

      “Estoy en mi oficina. Estaré ocupado por unas horas, pero estaré disponible más tarde”.

      “Estupendo. Irá para allá luego. Pero por favor llámame si nunca llega”.

      “Eso haré”.

      A lo que finalizaron la llamada, el café estaba comenzando a gotear en la jarra. Riley sirvió una taza y se dirigió de nuevo a la habitación de Bill. Ya no estaba allí. Pero la puerta del baño contiguo estaba cerrada, y Riley oía la maquinilla de afeitar eléctrica de Bill al otro lado.

      Riley tocó la puerta.

      “Pasa, estoy vestido”, dijo Bill.

      Riley abrió la puerta y vio que Bill se estaba afeitando. Colocó el café en el borde del lavabo.

      “Te hice una cita con Mike Nevins”, dijo.

      “¿Para cuándo?”.

      “Ahora mismo. Puedes irte ya, para cuando llegues estará desocupado. Te enviaré la dirección de su oficina por mensaje de texto. Tengo que irme”.

      Bill se veía sorprendido. Por supuesto, Riley no le había dicho nada acerca de estar apurada.

      “Tengo un caso en Iowa”, explicó Riley. “El avión me está esperando en este momento. No dejes plantado a Mike Nevins. Me enteraré si lo haces, y te las verás conmigo”.

      Bill se quejó, pero luego dijo: “Está bien, yo voy”.

      Riley se volvió para irse. Entonces pensó en algo que no estaba segura de que debería sacar a relucir.

      Finalmente dijo: “Bill, Shane Hatcher sigue prófugo. Hay agentes vigilando mi casa. Pero recibí un mensaje amenazante de él, y nadie lo sabe excepto tú. No creo que atacaría a mi familia, pero tampoco estoy cien por ciento segura. Me pregunto si tal vez...”.

      Bill asintió.

      “Yo estaré pendiente”, le dijo él. “Necesito hacer algo útil”.

      Riley le dio un abrazo y salió del apartamento.

      Mientras caminaba hacia su auto, miró su reloj de nuevo.

      Si no se topaba con tráfico, llegaría a la pista de aterrizaje justo a tiempo.

      Ahora tenía que empezar a pensar en su nuevo caso, pero no estaba particularmente preocupada por eso. Este probablemente no le tomaría mucho tiempo.

      Después de todo, ¿qué tanto esfuerzo y tiempo podría tomar un caso de un único asesinato en un pueblo pequeño?

      CAPÍTULO NUEVE

      Incluso mientras caminaba por la pista hacia el avión, Riley comenzó a prepararse psicológicamente para su nuevo caso. Pero había una cosa que tenía que hacer antes de meterse de lleno en el caso.

      Le envió un mensaje a Mike Nevins.

      Envíame un mensaje cuando llegue Bill. Envíame un mensaje si no llega.

      Soltó un suspiro de alivio cuando Mike le respondió de inmediato.

      Eso haré.

      Riley se dijo a sí misma que había hecho todo lo que podía hacer por Bill, y que ahora él tendría que dar de su parte para sacarle el mayor provecho

Скачать книгу