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había salido mal? ¿Qué había pasado por alto? ¿Habría sobrevivido al caso de no haber sido por la interferencia de Howard Randall?

      Después Avery cenaba, leía, limpiaba y se iba a la cama. Era una rutina básica.

      Le tomó dos meses terminar de limpiar y organizar la cabaña. Para entonces, su carrera de tres kilómetros se había convertido en una carrera de ocho kilómetros. Ya no miraba sus expedientes antiguos ni el de su último caso. En su lugar, leía libros que había comprado en Amazon, dramas criminales de la vida real y libros sobre procedimientos policíacos. También leía libros de las evaluaciones psicológicas de algunos de los asesinos en serie más notorios de la historia.

      Solo estaba parcialmente consciente de que esta era su formar de llenar el vacío que su trabajo una vez había llenado. A lo que terminó de caer en cuenta, no pudo evitar preguntarse qué le deparaba el futuro.

      Una mañana, mientras se encontraba corriendo alrededor del estanque Walden, el frío quemándole los pulmones de una forma que era más agradable que insoportable, esto la afectó mucho. Estaba pensando en el paquete de Howard Randall.

      En primer lugar, ¿cómo sabía dónde vivía? ¿Y cuánto tiempo llevaba sabiéndolo? Había creído que había muerto en la bahía la noche en que ese terrible caso llegó a su fin. Aunque su cuerpo nunca había sido encontrado, se había especulado que efectivamente había sido disparado por un oficial en la escena antes de caer al agua. Mientras daba una vuelta, trató de armar los pasos a seguir para averiguar dónde estaba y por qué le había enviado ese extraño mensaje: ¿Quién eres tú?

      «El paquete vino de Nueva York, pero es obvio que él ha estado en Boston. ¿De qué otra forma podría saber que me mudé? ¿De qué otra forma podría saber dónde vivo?», pensó.

      Esto, por supuesto, trajo a su mente imágenes de Randall escondido en los árboles, vigilando su cabaña.

      «No me extrañaría —pensó—. Todos los demás en mi vida han muerto o me han echado a un lado. Tiene sentido que un asesino convicto fuera el único que se preocupara por mí.»

      Ella sabía que el paquete en sí no ofrecería respuestas. Ya sabía cuándo fue enviado y desde dónde. Randall solo estaba burlándose de ella, haciéndole saber que todavía estaba vivo, suelto e interesado en ella de alguna forma u otra.

      Cuando regresó de correr, aún tenía el paquete en mente. Mientras se quitó los guantes y gorro de lana, sus mejillas rosadas del frío, se dirigió al lugar donde había guardado la caja. La había examinado en busca de pistas o pequeños significados ocultos de Randall, pero no había encontrado ninguno. Tampoco había encontrado nada al examinar el periódico arrugado. Había leído todos los artículos en el papel arrugado, pero nada le había llamado la atención. Solo había sido relleno. Por supuesto, eso no significaba que no había leído cada palabra de esas páginas varias veces.

      Estaba tocando la caja con ansiedad cuando su teléfono celular sonó. Lo tomó de la mesa de la cocina y se quedó mirando el número en la pantalla por un momento. Sonrió e intentó ignorar la felicidad que inundó su corazón.

      Era Connelly.

      Sus dedos se congelaron por un momento porque honestamente no sabía qué hacer. Si hubiera llamado hace dos o tres semanas, simplemente habría ignorado la llamada. Pero ahora… Bueno, ahora las cosas habían cambiado un poco, ¿cierto? Y por mucho que odiaba admitirlo, se suponía que eso se debía a Howard Randall y su carta.

      Atendió justo antes de que la llamada pasara a su buzón de voz.

      —Hola, Connelly —dijo.

      Hubo una pausa en la otra línea antes de que Connelly respondiera:

      —Hola, Black. Bueno, seré honesto. Estaba esperando solo tener que hablar con tu buzón de voz.

      —Lamento decepcionarte.

      —No, para nada. Me alegra oír tu voz. Ha pasado mucho tiempo.

      —Sí, es verdad.

      —¿Supongo que estás lamentando tu jubilación prematura?

      —No, tampoco así. ¿Cómo están las cosas?

      —Las cosas están... bien. Digo, hay un vacío que Ramírez y tú solían llenar, pero ahí vamos. Finley realmente está dando la talla. Ha estado trabajando muy de cerca con O'Malley. Creo que Finley lo tomó personal cuando renunciaste. Y decidió que, si alguien va a tener que tomar tu lugar, entonces ¿quién mejor que él?

      —Es bueno saberlo. Dile que lo extraño.

      —Bueno, yo estaba esperando que vinieras y se lo dijeras en persona —dijo Connelly.

      —No creo que estoy lista para visitas.

      —Bueno, nunca he sido bueno para la charla trivial —dijo Connelly—. Iré directo al grano.

      —Sí, tú eres bueno para eso.

      —Mira... tenemos un caso…

      —Detente —le dijo Avery—. No voy a volver. No ahora. Probablemente nunca vuelva, aunque no lo descartaría por completo.

      —Escúchame, Black. Espera hasta que escuches los detalles. Quizá ya estés enterada. Este caso ha estado en las noticias.

      —Yo no veo las noticias. Yo solo uso la computadora para navegar en Amazon. No recuerdo la última vez que leí un titular.

      —Bueno, el caso es extraño y no hayamos forma de resolverlo. O'Malley y yo nos tomamos unos tragos anoche y decidimos que teníamos que llamarte. No es porque esté tratando de convencerte… pero tú eres la única persona que creemos puede resolver esto. Si no has visto las noticias, puedo decirte que…

      —La respuesta es no, Connelly —dijo ella, interrumpiéndolo—. Agradezco el gesto, pero no. Si estoy dispuesto a discutir mi regreso, te llamaré.

      —Un hombre está muerto, Avery, y el asesino seguirá matando.

      Por alguna razón, oírlo usar su nombre dolió un poco.

      —Lo siento, Connelly. Asegúrate de decirle a Finley que le envió saludos.

      Y con eso, colgó. Se preguntaba si acababa de cometer un error. Estaría mintiendo si se dijera a sí misma que la idea de volver al trabajo no la emocionaba un poco. Hasta escuchar la voz de Connelly había hecho anhelar esa parte de su vida anterior.

      «No puedes hacerlo —se dijo a sí misma—. Si vuelves a trabajar ahora, básicamente estás diciéndole a Rose que no le importas un comino. Y estarías regresando a los brazos de la criatura que te llevó a dónde estás ahora.»

      Ella se puso de pie y miró por la ventana. Miró los árboles, las sombras diurnas entre ellos, y pensó en la carta de Howard Randall.

      En la pregunta de Howard Randall.

      ¿Quién eres tú?

      Estaba empezando a pensar que no estaba muy segura de la respuesta. Y tal vez no estar trabajando era el motivo.

      ***

      Ella rompió su rutina esa tarde por primera vez desde haberla establecido. Condujo a South Boston, al cementerio St. Augustine. Era un lugar que había estado evitando desde su mudanza, no solo por lo culpable que se sentía, sino porque parecía que la fuerza cruel que manipulaba el destino le había propinado un gran golpe. Ramírez y Jack estaban enterrados en el cementerio St. Augustine y, aunque estaban bastante separados, a Avery no le importó. En su opinión, el nexo de sus fracasos y dolor se localizaba en esa franja verde de tierra, y no quería ni acercarse a ella.

      Es por eso que esta era su primera visita desde los funerales. Se quedó sentada en su auto por un momento, mirando hacia la tumba de Ramírez. Se bajó del auto lentamente y se acercó a donde el hombre con el que estuvo a punto de casarse había sido enterrado. La lápida era modesta. Alguien había colocado un ramo de flores blancas recientemente, probablemente su madre, que se marchitarían

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