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hacia el bosque.

      Se sentía tonta por estar andando por el bosque. No había cazado en cinco años más o menos, desde el mismo fin de semana que recibió el arma de su madre. No tenía el equipo adecuado, ni las botas adecuadas, ni el olor de ciervos para rociar en los árboles, ni los gorros o chalecos naranja. Pero también sabía que era un miércoles por la mañana y que el bosque estaría prácticamente vacío. Se sentía como la chica tímida que solo jugaba al baloncesto sola y se iba cuando chicos más talentosos entraban en el gimnasio.

      Caminó por veinte minutos hasta llegar a un terreno elevado. Caminó con mucha precaución, con la misma que había practicado como detective de homicidios. El arma en sus manos se sentía bien, aunque un poco extraña. Estaba acostumbrada a armas mucho más pequeñas, en particular a su Glock, por lo que el rifle se sentía bastante potente. Cuando llegó a la cima de la colina, vio un roble caído a varios metros de distancia. Lo utilizó para ocultarse, sentándose en el suelo y luego bajándose un poco con la espalda apoyada en el árbol caído. En una posición reclinada, colocó el rifle a su lado y levantó la mirada hacia las copas de los árboles.

      Se quedó allí con toda tranquilidad, sintiéndose aún más encerrada que como se había sentido hace una hora en el porche. Sonrió cuando se imaginó a Rose aquí con ella. Rose odiaba casi todo que tuviera que ver con la naturaleza y probablemente perdería la cabeza si supiera que su madre estaba sentada en el bosque con un rifle, tratando de matar un ciervo. Pensar en Rose ayudó a Avery a despejar su mente un poco y concentrarse en todo a su alrededor. Y cuando ella era capaz de hacer eso, los instintos de su carrera empezaban a activarse.

      Oyó el crujido de las hojas en el suelo, así como también en los árboles, donde las últimas hojas tercas se aferraban a pesar del invierno que se avecinaba. Oyó un ruido a su derecha por encima de ella, probablemente una ardilla que había salido. Una vez que se aclimató a su entorno, cerró los ojos y se dejó llevar.

      Oyó todas esas cosas, pero también vio sus propios pensamientos comenzar a deslizarse en su lugar. Jack y su novia, ambos muertos. Ramírez, muerto. Pensó en Howard Randall, cayendo a la bahía, probablemente también muerto. Y al final de todo, vio a Rose… y cómo había corrido peligro debido al trabajo de su madre. Rose nunca lo había merecido, nunca lo había pedido. Había hecho todo lo posible para ser una hija compresiva y finalmente había alcanzado su punto de quiebre.

      Honestamente, a Avery le impresionaba el hecho de lo mucho que había aguantado. Especialmente después de su último caso, donde su vida había estado literalmente en peligro. Y esa no había sido la primera vez.

      El chasquido de una ramita detrás de ella interrumpió sus pensamientos. Sus ojos se abrieron de golpe y se encontró mirando las ramas de los árboles sobre ella. Alcanzó lentamente el Remington a lo que oyó otro ruido detrás de ella.

      Preparó el rifle y lo movió sigilosamente. Inhaló y exhaló lentamente, asegurándose de ni siquiera soplar una hoja torcida. Sus ojos recorrieron la zona debajo de la pequeña elevación en la que se ocultaba. Vio el ciervo al oeste, a unos sesenta metros de distancia. No era muy grande, pero al menos era algo. Vio a otro más lejos, pero estaba cubierto parcialmente por dos árboles.

      Se elevó un poco, estabilizando el rifle en el lado del roble caído. Flexionó el dedo al encontrar el gatillo y agarró la culata con fuerza. Trató de apuntar, pero le pareció un poco más difícil de lo que había previsto. Cuando vio que tenía un tiro limpio, disparó.

      El chasquido del rifle debido al disparo resonó en el bosque. El retroceso fue notable, pero muy leve. Supo que no había acertado, ya que su codo se había resbalado al apretar el gatillo.

      Pero no logró ver al ciervo escapar.

      Cuando el sonido del disparo resonó en sus oídos y en el bosque, algo en su mente pareció temblar y luego congelarse. Por un momento paralizante, no pudo moverse. Y, en ese momento, no estaba en el bosque, no habiendo podido cazar a un ciervo. En su lugar, estaba en la sala de estar de Jack. Había sangre por todas partes. Tanto él como su novia habían sido asesinados. Ella no había sido capaz de detenerlo y, como tal, se sentía como si ella misma los hubiera matado. Rose tenía razón. Sí fue su culpa. Podría haberlo detenido si hubiera sido más rápida, si hubiera sido mejor.

      La sangre brillaba y los ojos de Jack la miraban, muertos y suplicantes. —Por favor —le decían—. Retráctate, por favor. Haz lo correcto.

      Avery soltó el rifle. El ruido del mismo al caer al suelo la trajo de vuelva, y se encontró sollozando. Las lágrimas brotaron y brotaron. Se sentían como riachuelos de fuego por su rostro congelado.

      —Es mi culpa —dijo al bosque—. Fui la culpable. De todo.

      No solo había sido la culpable de lo que le había sucedido a Jack y su novia… No, sino también de lo que le había sucedido a Ramírez. Así como lo que les había sucedido a todos los demás que había sido incapaz de salvar. Debió haber sido mejor.

      Vio la foto de Jack y Rose en frente al árbol de Navidad en su mente. Se enrolló como un ovillo al lado del roble caído y comenzó a temblar.

      «No. No ahora, no aquí. Recomponte, Avery», pensó.

      Luchó y se tragó la oleada de emociones. No fue demasiado difícil hacerlo. Después de todo, se había hecho bastante buena en eso durante la última década. Se puso de pie lentamente, recogiendo el rifle del suelo. Miró el lugar donde los dos ciervos habían estado. No se sentía mal por haber fallado el tiro. Simplemente no le importaba.

      Regresó por donde había venido, llevando el rifle sobre su hombro y una década de culpa y fracaso en su corazón.

      *

      En su camino de regreso a la casa, Avery supuso que lo mejor era no haber matado al ciervo. No tenía ni la menor idea cómo lo habría sacado del bosque. ¿Lo habría arrastrado a su auto? ¿Lo habría atado sobre su auto y luego conducido lentamente a casa? Sabía lo suficiente sobre eso como para saber que era ilegal dejar una caza en el bosque.

      En cualquier otro momento, la imagen de un ciervo atado sobre su auto le habría parecido graciosísima. Pero en este momento simplemente le parecía otro descuido. Otra cosa más que no había pensado bien.

      Justo cuando estaba a punto de girar en su carretera, oyó su teléfono celular sonar. Lo tomó de la consola y vio un número que no conocía, pero un código de área que había visto durante la mayor parte de su vida: el de Boston.

      Atendió con escepticismo, ya que su carrera le había enseñado que llamadas de números desconocidos a menudo traían problemas.

      —¿Hola?

      —Hola, ¿habla la señora Black? ¿La señora Avery Black? —preguntó una voz masculina.

      —Sí, ella habla. ¿Quién es?

      —Mi nombre es Gary King. Soy el arrendador del lugar donde vive su hija. Indicó que era su pariente más cercano en su papeleo y…

      —¿Rose está bien? —preguntó Avery.

      —Que yo sepa, sí. Pero la estoy llamando por otros asuntos. En primer lugar, está atrasada en su renta. Lleva dos semanas de atraso, y esta es la segunda vez que pasa en tres meses. He ido varias veces para allá para hablar con ella de esto, pero nunca me abre la puerta. Y no me devuelve las llamadas.

      —Ciertamente no me necesita para eso —dijo Avery—. Rose es una mujer adulta y puede lidiar con ser regañada por un arrendador.

      —Bueno, no es solo eso. He recibido llamadas de su vecina quejándose de llantos fuertes por las noches. Esta misma vecina afirma ser buen amiga de Rose. Ella dice que Rose ha estado rara últimamente. Dice que ha repetido mucho que todo es una mierda y que la vida carece de sentido. Está preocupada por Rose.

      —¿Y quién es esta amiga? —preguntó Avery.

      Era difícil luchar contra esto, pero se sentía a sí misma comportándose como detective.

      —Lo siento,

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