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que ayudar a los demás. Se preocupaba por él. A Reece no le gustaba verlo tan alejado, tan perdido en su depresión.

      Reece caminó junto a él.

      "Luchaste brillantemente allá", le dijo Reece.

      Conven sólo se encogió de hombros y miró hacia la tierra.

      Reece no dejó de pensar en algo que decir, mientras avanzaban en silencio.

      "Estás feliz de estar en casa?", le preguntó Reece. "¿De ser libre?".

      Conven se dio vuelta y lo miró sin comprender.

      "No estoy en casa. Y no soy libre. Mi hermano está muerto. Y no tengo derecho a vivir sin él".

      Reece sintió un escalofrío correr a través de él, con esas palabras. Evidentemente, Conven seguía abrumado por el dolor; lo usaba como una insignia de honor. Conven era más como un muerto viviente, con los ojos en blanco. Reece lo recordaba lleno de alegría. Reece podía ver que su luto era profundo, y tenía el presentimiento de que nunca lo dejaría. Reece se preguntaba qué sería de Conven. Por primera vez, no pensó en nada bueno.

      Marcharon y marcharon y pasaban las horas y llegaron a otro campo de batalla, hombro con hombro con los cadáveres. Illepra y Selese y los demás se dispersaron, yendo de cadáver en cadáver, volteándolos, buscando alguna señal de Godfrey.

      "Veo a muchos MacGil más  en este campo", dijo Illepra esperanzada, "y no hay soplido del dragón. Tal vez Godfrey está aquí".

      Reece miró hacia arriba y vio a los miles de cadáveres y se preguntó si él había estado aquí, si alguna vez lo encontrarían.

      Reece se separó y fue de cadáver en cadáver, al igual que los demás, volteando a cada uno. Vio todas las caras de su pueblo, rostro por rostro, reconoció a algunos y a otros no, era gente que había conocido y con los que había luchado, gente que había peleado por su padre. Reece se sorprendió ante la devastación que había habido en su tierra, como una plaga, y sinceramente esperaba que por fin todo hubiese terminado. Había visto un montón de batallas y guerras y cadáveres para durar toda la vida. Estaba listo para tener una vida de paz, para sanar, para reconstruir otra vez.

      "¡AQUÍ!", gritó Indra, con su voz llena de emoción. Ella estaba parada junto a un cadáver y lo miraba hacia abajo.

      Illepra se dio vuelta y salió corriendo, y todos se reunieron alrededor. Ella se arrodilló al lado del cuerpo y las lágrimas inundaron su rostro. Reece se arrodilló a su lado y jadeó para ver a su hermano.

      Godfrey.

      Su gran barriga sobresalía, sin afeitar, tenía los ojos cerrados, estaba muy pálido, sus manos estaban moradas de frío, parecía muerto.

      Illepra se inclinó y lo sacudió, una y otra vez; él no respondió.

      "¡Godfrey!". ¡Por favor! ¡Despierta! "¡Soy yo! ¡Illepra! "¡GODFREY!".

      Le sacudió una y otra vez, pero él no despertaba. Finalmente, frenéticamente, se dio vuelta hacia los demás, examinando sus cinturones.

      "¡La bolsa de vino!", le exigió a O’Connor entregársela.

      O’Connor buscó a tientas en su cintura y apresuradamente la quitó y se la entregó a Illepra.

      Ella la tomó y la acercó a la cara de Godfrey y la roció sobre sus labios. Le levantó  la cabeza, abrió su boca y derramó un poco en su lengua.

      Hubo una respuesta repentina, mientras Godfrey lamía sus labios y lo tragaba.

      Él tosió, después se sentó, agarró la bota de vino, con los ojos aún cerrados, y la roció, bebiendo más y más, hasta que se sentó totalmente. Lentamente abrió sus ojos y se limpió la boca con el dorso de su mano. Miró alrededor, confuso y desorientado y eructó.

      Illepra gritó de alegría, inclinándose y dándole un gran abrazo.

      "¡Sobreviviste!", exclamó.

      Reece suspiró con alivio mientras su hermano miraba a su alrededor, confundido, pero vivo.

      Elden y Serna cada uno agarró a Godfrey por debajo del hombro y lo pusieron de pie. Godfrey quedó ahí parado, tambaleante al principio, y tomó otro trago largo de la bota de vino y limpió su boca con el dorso de su mano.

      Godfrey miró a su alrededor, con la mirada nublada.

      "¿Dónde estoy?", preguntó. Estiró la mano y se frotó la cabeza, que tenía un gran bulto, y sus ojos se entrecerraron de dolor.

      Illepra examinó la herida de manera experta, corriendo su mano a lo largo de ella, y la sangre seca de su cabello.

      "Recibiste una herida", dijo. "Pero puedes estar orgulloso: estás vivo. Estás a salvo".

      Godfrey se tambaleó, y los demás lo atraparon.

      "No es seria", dijo, examinándola, "pero tendrás que descansar".

      Ella se quitó una venda de su cintura y comenzó a envolverla alrededor de su cabeza, una y otra vez. Godfrey se estremeció de dolor y la miró. Luego miró alrededor y examinó todos los cadáveres, con los ojos abiertos de par en par.

      "Estoy vivo", dijo. "No puedo creerlo".

      "Lo lograste", dijo Reece, agarrando el hombro de su hermano mayor, felizmente. "Sabía que lo lograrías".

      Illepra lo abrazó, y lentamente, él también la abrazó.

      "Así que esto es lo que se siente ser un héroe", observó Godfrey, y los demás rieron. "Denme más bebidas como ésta", añadió, "y tal vez lo haré más a menudo".

      Godfrey tomó otro largo trago, y finalmente comenzó a caminar con ellos, apoyándose en Illepra, con un hombro alrededor de ella, mientras le ayudaba a equilibrarse.

      "¿Dónde están los demás?", preguntó Godfrey, mientras avanzaban.

      "No sabemos", dijo Reece. "En algún lado del oeste, espero. Es ahí adonde nos dirigimos. Vamos a la Corte del Rey. Para ver quién sigue vivo".

      Reece tragó saliva al pronunciar esas palabras. Miró al horizonte y oró para que sus compatriotas hubieran tenido un destino similar al de Godfrey. Pensó en Thor, en su hermana Gwendolyn, en su hermano Kendrick, y en muchos otros que amaba. Pero él sabía que el grueso del ejército del Imperio todavía estaba adelante, y a juzgar por el número de muertos y heridos que había visto, presentía que lo peor estaba aún por venir.

      CAPÍTULO OCHO

      Thorgrin, Kendrick, Erec, Srog y Bronson estaban parados como una pared unificada contra el ejército del Imperio, su gente detrás de ellos, con las armas desenfundadas, preparándose para enfrentar la embestida de las tropas del Imperio. Thor sabía que sería su muerte, su última batalla en la vida, pero no se arrepentía. Moriría aquí, frente al enemigo, de pie, con la espada en la mano, con sus hermanos de armas a su lado, defendiendo su patria. Tendría la oportunidad de compensar lo que había hecho, de hacer frente a su propio pueblo en batalla. No había nada más que pudiera pedir en la vida.

      Thor pensó en Gwendolyn, y sólo deseaba tener más tiempo, por su propio bien. Él oró para que Steffen la hubiera llevado a un lugar seguro y que estuviera a salvo ahí, detrás de las líneas. Estaba decidido a luchar con todas sus fuerzas, a matar a tanta gente del Imperio como pudiera, para evitar que la dañaran.

      Mientras Thor estaba parado allí, pudo sentir la solidaridad de sus hermanos, todos ellos sin temor, parados ahí valientemente, manteniéndose firmes. Esos eran los mejores hombres del reino, los mejores caballeros de Los Plateados, de los MacGil, de los Silesios – todos ellos unificados, ninguno de ellos retrocediendo de miedo, a pesar de las probabilidades. Todos ellos estaban dispuestos a entregar sus vidas para defender a su patria. Todos ellos valoraban el honor y la libertad más que la vida.

      Thor escuchó los cuernos del Imperio, arriba y abajo de las filas, vio a sus divisiones de incontables hombres alineados en unidades precisas. Eran soldados disciplinados a los que se enfrentaba, soldados con comandantes sin piedad, que habían luchado toda su vida. Era una máquina bien aceitada, capacitada para seguir

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