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la participación de todo el pueblo de Dios en los Misterios centrales de nuestra salvación, teniendo presente que cada celebración se convierte en un camino de contemplación y conversión. Un camino que no se hace solo, que se vive en comunidad y en el que se asciende y progresa hacia la cumbre: la Pascua, el triunfo de la vida sobre la muerte en Jesucristo Resucitado.

      El Domingo de Ramos comienza la Semana Santa, la semana más importante del año para los cristianos. En este día aclamamos a Jesús, nuestro guía; recordamos su entrada en Jerusalén y proclamamos que queremos seguirle, sabiendo que no es sencillo ni fácil.

      El lunes, martes y miércoles Santos nos introducen en el Triduo Pascual de la Pasión, muerte y Resurrección de Cristo, que es el culmen de todo el año litúrgico y también de nuestra vida cristiana.

      El Triduo se abre con la conmemoración de la última Cena. Jesús, la víspera de su Pasión, ofreció al Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino y, entregándolo como alimento a los apóstoles, les mandó perpetuar esta entrega en su memoria. El Jueves Santo es el día en el que el amor mantiene la esperanza: Jesús convoca a una cena de despedida, realizando gestos que serán garantía de su entrega y que nos deja en herencia. Nos promete su presencia siempre entre nosotros y nos invita a compartir (partir el pan) y comunicar (compartir el vino), dándonos un nuevo mandamiento: «que os améis unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Jesús lava los pies a sus discípulos para darnos ejemplo: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45).

      El Viernes Santo meditamos el misterio de la muerte de Cristo y adoramos la Cruz. Es quizá el momento más decisivo de contemplación de toda la historia humana, el camino es ya camino de cruz y desde esa cruz reina Jesús, porque donde no había amor, puso él mucho amor y esperanza. Al adorar la Cruz, mirando a Jesús, podemos examinarnos en el amor, en el servicio, en nuestra vida. Cristo nos ha redimido hasta el final: «Todo está cumplido» (Jn 19,30).

      El Sábado Santo se manifiesta el dolor de Cristo que es también el dolor de la Iglesia. Todo está envuelto en un silencio lleno de sentido, el sagrario está vacío, la Iglesia peregrina permanece junto al sepulcro del Señor esperando en oración lo que él prometió: su santa Resurrección. El Sábado Santo la Iglesia se identifica con María, nuestra madre: toda su fe está recogida en ella, la primera y perfecta discípula, la primera y perfecta creyente. Ella permanece esperando contra toda esperanza en la resurrección de Jesús.

      En la Vigilia Pascual vuelve a resonar el «Aleluya», celebramos a Cristo Resucitado, centro y fin de la historia, y esperamos su regreso cuando la Pascua tenga su plena manifestación. La Pascua es una noche de espera vigilante en honor de nuestro Señor. En esta noche santa la Iglesia nos entrega la luz del Resucitado que nos guía en la oscuridad y nos invita a hacerlo todo nuevo: «La resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin se abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad» (Papa Francisco, Mensaje Urbi et orbi, 21 de abril de 2019).

      EL EDITOR

      DOMINGO DE RAMOS

      EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

      1. En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su Misterio pascual. Por esta razón, en todas las misas se hace memoria de la entrada del Señor en la ciudad santa; esta memoria se hace o bien por la procesión o entrada solemne antes de la misa principal, o bien por la entrada simple antes de las restantes misas. La entrada solemne, no así la procesión, puede repetirse antes de aquellas misas que se celebran con gran asistencia de fieles. Cuando no se pueda hacer ni la procesión ni la entrada solemne, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios con relación a la entrada mesiánica y a la pasión del Señor, ya sea el sábado al atardecer, ya sea el domingo a la hora más oportuna.

       I. CONMEMORACIÓN DE LA ENTRADA

       DEL SEÑOR EN JERUSALÉN

       Forma primera: Procesión

      2. A la hora señalada se reúnen todos en una iglesia menor o en otro lugar apto fuera de la iglesia a la que se va a ir en procesión. Los fieles tienen en sus manos los ramos.

      3. El sacerdote y el diácono, revestidos con las vestiduras rojas que se requieren para la celebración de la misa, se dirigen al lugar donde se ha congregado el pueblo. El sacerdote, en lugar de casulla, puede llevar capa pluvial, que se quitará una vez acabada la procesión.

      4. Mientras los ministros llegan al lugar de la reunión, se canta la siguiente antífona u otro canto apropiado:

       Antífona

      Cf Mateo 21,9

      Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. Hosanna en el cielo.

      5. El sacerdote y el pueblo se signan, mientras el sacerdote dice: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Después saluda al pueblo como de costumbre, y hace una breve monición, en la que invita a los fieles a participar activa y conscientemente en la celebración de este día, con estas palabras u otras semejantes:

      Queridos hermanos: Ya desde el principio de la Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual del Misterio pascual de la pasión y resurrección de nuestro Señor Jesucristo quien, para llevarlo a cabo, hizo la entrada en la ciudad santa de Jerusalén. Por este motivo, recordando con fe y devoción esta entrada salvadora, acompañemos al Señor para que, participando de su cruz por la gracia, merezcamos un día tener parte en su resurrección y vida.

      6. Después de la monición, el sacerdote dice una de las siguientes oraciones, con las manos extendidas:

      Dios todopoderoso y eterno, santifica con tu + bendición estos ramos, y, a cuantos vamos a acompañar a Cristo Rey aclamándolo con cantos, concédenos, por medio de él, entrar en la Jerusalén del cielo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

      R. Amén.

      O bien:

      Aumenta, oh Dios, la fe de los que esperan en ti y escucha las plegarias de los que te invocan, para que, al levantar hoy los ramos en honor de Cristo vencedor, seamos portadores, apoyados en él, del fruto de las buenas obras. Por Jesucristo, nuestro Señor.

      R. Amén.

      A continuación, asperja con agua bendita los ramos sin decir nada.

      7. Seguidamente el diácono, o en su defecto, el sacerdote proclama, en la forma habitual, el Evangelio de la entrada del Señor, según uno de los cuatro evangelios. Puede utilizarse incienso, si se juzga oportuno.

       Año A

       EVANGELIO

      Mateo 21,1-11

      Bendito el que viene en nombre del Señor.

      V. El Señor esté con vosotros.

      R. Y con tu espíritu.

      V. Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

      R. Gloria a ti, Señor.

      Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en el monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, los desatáis y me los traéis. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto». Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho

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