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debido a la gran distancia entre Cataluña y Túnez. Con gran astucia, Pere el Gran envía una embajada a la Santa Sede y solicita al papa Martín IV los subsidios necesarios para resistir y vencer a los sarracenos. La respuesta negativa del Papado refuerza la idea de Pere de fiscalizar el poder que ejercen la Santa Sede y Carlos de Anjou.

      Mientras, el 31 de marzo de 1282, los sicilianos inician una revuelta, las Vísperas Sicilianas, para liberarse del dominio francés que ejerce Carlos de Anjou, quien se prepara para desembarcar en Sicilia y repeler el levantamiento. Pero los sicilianos buscan el apoyo de un monarca europeo; en definitiva, el auxilio de Pere el Gran, ya que su mujer, Constanza, es la heredera real de Sicilia. Los sicilianos ofrecen a Pere la corona siciliana. Aunque tarda en contestar, Pere decide aceptar la propuesta y el 30 de agosto de 1282 llega a Trapani. Una vez coronado rey de Sicilia en Palermo, el monarca inicia la ofensiva, con más de dos mil almogávares, contra Carlos de Anjou, que por entonces controla la ciudad de Mesina. Un mes después de su llegada, el soberano catalán ya ha conseguido grandes victorias.

      Ha llegado el momento –decide también– de controlar parte del Mediterráneo, por lo que envía a Roger de Llúria (Roger de Lauria) a conquistar la plaza de Malta; en pocos días Malta y Gozzo caen. Llúria nace en el sur de Italia del matrimonio entre Constanza de Sicilia y Pere II de Aragón. Tras las largas y victoriosas contiendas en el Mediterráneo es nombrado, en 1297, conde de Djerba, aunque pocos años más tarde se retira de la vida militar. Muere en el año 1305, en sus posesiones valencianas.

      El rey Pere piensa que una buena manera de debilitar definitivamente a Carlos es ocupar las tierras de más allá del estrecho de Mesina; se propone conquistar Calabria. Carlos de Anjou, atemorizado por el peligro que significan Pere el Gran y sus tropas, decide pedir ayuda al Papado. En noviembre de 1282, Martín IV excomulga a Pere y le amenaza con desposeerlo de sus reinos a favor de la Iglesia si no se somete a la autoridad papal. Al mismo tiempo, Carlos acusa a Pere de poca fe y deslealtad hacia la Iglesia por ocupar Sicilia. Pere el Gran responde que él no es desleal ni actúa con poca fe, y reta a Carlos a un enfrentamiento con seis soldados por bando en Burdeos. El desafío debe realizarse el 1 de junio de 1283 y bajo la tutela de Eduardo I, rey de Inglaterra, al cual pertenece la ciudad. El reto radica en que el monarca que no se presente en el campo de batalla quedará como perjuro y traidor y se le arrebatarán los honores reales. Carlos de Anjou es astuto y sabe que si Pere acude a Burdeos, se verá obligado a abandonar la iniciativa de ocupar Calabria. Y acepta el duelo.

      Pere el Gran decide llamar a su mujer y a su hijo Jaume para que se queden en Sicilia y la gobiernen mientras él esté en Burdeos; y deja a su primogénito Alfons al frente de Cataluña y Aragón. El 6 de mayo de 1283 se embarca hacia la Península. El viaje resulta más que accidentado, los vientos son desfavorables y finalmente el monarca decide servirse de una pequeña embarcación a remos para llegar a la costa; le acompañan cuatro hombres. Pero el cansancio y la mala mar les desvían hasta Al-Coll, la ciudad tunecina de donde habían partido hacía meses para iniciar la aventura siciliana. Finalmente, el 17 de mayo encuentran puerto en Menorca. Parte al día siguiente a Valencia y viaja sin detenerse hasta Tarazona, donde se encuentra con su primogénito Alfons. Es el 24 de mayo. Allí, Alfons le cuenta las novedades sobre el duelo en Burdeos: el rey Eduardo I de Inglaterra, sometido a las presiones papales, ha renunciado a ser árbitro de la contienda y cedido el papel al rey francés, Felipe III. A pesar de ello, el duelo sigue en pie. El rey de Francia envía tropas a Burdeos, donde ya se encuentra su hijo Carlos. Pere el Gran resuelve ir al encuentro, pero acompañado solo por cuatro personas: un guía y tres caballeros. El monarca se disfraza de mayordomo para pasar desapercibido. La noche del 31 de mayo, se presenta de incógnito al senescal de Burdeos para que le enseñe el campo de batalla antes de la llegada del rey francés. Este cae en la trampa y accede; una vez en el campo, el rey se descubre y se pasea con su caballo. Pere el Gran se ha presentado en el campo de batalla, la justa está resuelta. Con la misma rapidez con la que ha llegado, el rey se va.

      La astucia y bravuconería del monarca provocan las iras de Carlos de Anjou y de Felipe III. Para contrarrestar el ridículo hecho, durante el mes de agosto un contingente franco-navarro penetra en Aragón y asalta y quema algunas poblaciones fronterizas. Los aragoneses aprovechan la ocupación militar para plantear al rey sus quejas: temen a la vez las incursiones francesas y el olvido que el monarca muestra por Aragón. El rey catalán cede a sus propuestas en la reunión de las Cortes en Tarazana (septiembre de 1283). Pere se encuentra en una encrucijada, pero decide –con acierto– atacar Navarra con un ejército formado por catalanes, aragoneses y almogávares. A finales de septiembre entra en Navarra como vencedor.

      Mientras, en Sicilia las batallas se suceden. Roger de Llúria resuelve las contiendas con gran fuerza y prueba de ello es que el 5 de junio de 1284, durante la batalla de Tagliacozzo, Carlos de Anjou es derrotado y hecho prisionero.

      La victoria catalana en el Mediterráneo provoca que el papa y Felipe III inicien una cruzada contra Cataluña. La Santa Sede y Francia reúnen un gran ejército cruzado en la ciudad de Tolosa. El rey Pere espera controlar territorios como el Rosellón y la Cerdaña, gobernados por su hermano Jaume II, pero éste prefiere ayudar al rey francés y le facilita el paso precisamente por el Rosellón. Pere el Gran, pues, se encuentra solo frente al gran enemigo, únicamente con la ayuda de los catalanes. Los cruzados disponen de cerca de cuatro mil caballeros, mientras que el número de la tropa catalana es claramente inferior. La situación es muy grave. Pere tiene que encontrar una solución si no quiere perder la batalla. De improviso, se le ocurre cubrir una amplia zona boscosa con hogueras y antorchas que provoquen mucha luz. Felipe III se cree entonces rodeado por las tropas catalanas y retrocede precipitadamente hasta el Rosellón. La retirada del monarca francés concede un tiempo de oro al rey catalán para reorganizar la defensa. El ejército cruzado consigue atravesar finalmente el Pirineo por el collado de la Maçana y se dirige a sitiar Gerona. La ciudad resiste y Pere el Gran envía un mensaje ordenando que las naves dirigidas por Roger de Llúria regresen rápidamente para poder afrontar la guerra. La noche del 3 de septiembre, la armada catalana se enfrenta en un duro choque a la flota francesa establecida en el golfo de Rosas. El ejército cruzado es vencido sin piedad alguna. Después de la victoria, Roger de Llúria se dirige a Barcelona, a la que llega victorioso el 23 del mismo mes. La cruzada contra Cataluña ha sido derrotada. El ejército francés se retira completamente vencido y el mismo rey Felipe III muere enfermo durante la huida. (En un mundo repleto de intrigas y supersticiones, las crónicas de Desclot cuentan que el ejército francés quedó diezmado por una extraña enfermedad producida por unas moscas que habían surgido de la tumba de Sant Narcís, en Girona, debido a la profanación de la tumba del santo por parte de los cruzados.) Al final de su reinado, Pere se ve obligado a enfrentarse al levantamiento de protesta social promovido por un personaje barcelonés, Berenguer Oller, quien llega a controlar el poder municipal de Barcelona; pero es detenido por orden del rey y finalmente ahorcado. La paz por fin reina en Cataluña. Finalmente, el rey Pere, aquejado de graves dolencias, muere la noche del 10 de noviembre de 1285. Desde ese momento gobierna su primogénito, Alfons.

      Alfons el Franc (Alfonso el Franco) inicia su reinado en el año 1285 con la intención de mantener unidos sus territorios, no duda ni un momento en conservar bajo su vasallaje a Mallorca ni en ayudar al reino siciliano a permanecer bajo su dinastía. El 16 de diciembre de ese mismo año, su hermano Jaume se corona rey de Sicilia después de haber recibido de las manos de Roger de Llúria la promesa de defensa y colaboración de Al fans. La situación vuelve a ser la misma que con Pere el Gran: la Corona catalano-aragonesa enfrentada a Francia y a la Santa Sede por el control de Sicilia. Alfons hereda de su padre las cualidades guerreras y diplomáticas y lo demuestra con afán; para el monarca es más importante la paz mediterránea que los problemas internos de sus reinos. A pesar de ello, Jaume de Mallorca continúa sin aceptar el vasallaje establecido con la Corona de Aragón y negocia con Francia para promover la invasión de algunas zonas del reino. De hecho, intenta penetrar en el Emporda, pero la presencia allí de Alfons provoca su inmediata retirada.

      Para alcanzar la soñada paz en el Mediterráneo Alfons debe conquistar el único reducto musulmán de las islas Baleares, Menorca. El 5 de enero de 1287, desembarca en la isla y se encuentra con un duro

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