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“una civilización”. Paul Kirchhoff reconoce a las sociedades que la integran como “cultivadores superiores”. Eduardo Matos Moctezuma estima por su parte que el concepto de Mesoamérica “es sinónimo de la presencia de un modelo de producción” a partir de los olmecas que se extiende hasta llegar, en el siglo XVI “a los límites establecidos por Kirchhoff ”, ya citados.

      En resumen, Mesoamérica se divide en cinco grandes regiones: la costa del golfo de México, donde moran en distintas épocas, olmecas, totonacas y huastecos. La oaxaqueña, habitada por zapotecas y mixtecos; la maya, la del Altiplano Central, donde viven teotihuacanos, nahuas y otomíes; y la de occidente, ocupada por tarascos y diversos pueblos que habitan Colima, Nayarit, Jalisco y Sinaloa.

      A esta “superárea” le dan distintos calificativos que se complementan, haciendo hincapié en “factores medioambientales“, “formaciones socioeconómicas” que dan un “sentido dinámico”, la relación “dialéctica” entre el altiplano y la costa y el paso de una cultura de agricultores a una cultura urbana. La superárea perfila durante su historia un nuevo modelo de producción basado en la agricultura y en el tributo, al pasar de la etapa de cazadores-recolectores, a la sociedad agrícola igualitaria, hasta la sociedad agrícola-militarista estatal, tal como lo plantea Paul Kirchhoff.

      Hay, sin embargo, una “duda razonable”: algunos historiadores explican la región como una “superárea cultural” o “una división metodológica”. Ignacio Bernal cree que tiene una base cultural común y una historia paralela, pero poca unidad racial y lingüística. Conforme se eleva el nivel cultural en Mesoamérica, se limita el área y se distingue de sus vecinos. Se hablan lenguas muy distintas, dieciséis de acuerdo con las familias lingüísticas. Sólo de la lengua maya, existen estas derivaciones, por citar unas cuantas: huasteco, cotoque, maya yucateco, lacandón, mopán, chol, chontal, tzeltal, tzotzil, tojolabal, mam, chuj, kanjobal, kekchí, pokonchí, ixil, quiché, cakchiquel, pokoman, rabinal, tzutuhil, aguacateca, o chorti.

      El tipo físico de los pobladores, no mongoloide, tal vez pertenece a los primeros emigrantes asiáticos, tienen cabeza y nariz alargada, cabellera lisa, estatura alta con piernas largas y delgadas (semejantes a los actuales tarahumaras, pimas o yaquis, del norte de México, los otomíes y los de lengua tzeltal y tzotzil en las tierras altas de Chiapas). Migraciones tardías, de rasgos mongoloides “mucho más pronunciados” según Nicola Kuehe y Joaquín Muñoz, se subdividen en dos grupos, los más adaptados a la montaña, de cabeza ancha, piernas cortas, tórax ancho con un aspecto macizo y los que se adaptan a las Tierras Bajas, de cabeza ancha y pequeña, que ofrecen dos variantes, una de osamenta pequeña y grácil, nariz ancha como su cabeza –totonacas y huastecos de Veracruz– y otra variante, de tipo pequeño, cuerpo macizo, cabeza ancha, nariz grande y aguileña, característica de los individuos de habla maya. Estos rasgos se combinan con el pliegue ocular mongoloide. Es el vestigio de la herencia que deja el lejano antepasado asiático.

      Nicola Kuehe y Joaquín Muñoz señalan que en Mesoamérica se llegan a hablar unas 260 lenguas aproximadamente. Algunas de ellas tenían una sintaxis polisintética, es decir, “expresan los conceptos mediante palabras largas y compuestas”, como en el náhuatl. Otras en cambio son analíticas, elaborando sus conceptos “disponiendo las palabras cortas en una cuidadosa secuencia, como la maya”.

      A pesar de este mosaico lingüístico y de tan distinto origen, con el transcurso de los siglos, es capaz de “crear una unidad cultural fundada en torno al cultivo del maíz”. Austin y Luján señalan que comparten “una tradición, independiente de influencias extracontinentales, hasta el siglo XVI”. Así, el sedentarismo agrícola y la irrupción europea “son los límites temporales de Mesoamérica” hasta desaparecer como tradición cultural autónoma a partir de 1521 d.C. Por tanto, entre esos siglos (2500 a.C. a 1521 d.C.) se esbozan grosso modo tres fases en Mesoamérica: el Preclásico (entre 2000 a 100 a.C.), el Clásico (100 a 900 d.C.) y Posclásico (900 a 1521).

      Este vasto territorio y su medio ambiente tan entreverado impone a sus habitantes cierto comportamiento ecológico. Abarca todos los climas y sólo para recalcar, como se ve a lo largo de esta historia, recordemos el peculiar trazado de los ríos: en el caso de la costa del Pacífico tienen un recorrido muy corto y caen al mar desde gran altura –el Lerma recorre 430 kilómetros y desciende 1.500 metros–, en la Costa del Golfo las lluvias son cuantiosas y ofrecen más bien un problema por exceso que por su escasez. Mesoamérica iba aproximadamente, hasta el momento de la conquista, de los 25o a los 10o latitud norte y de mar a mar en la mayor parte de su extensión. Así acotado incluye valles fríos y elevados, bosques tropicales y lluviosos, amplias planicies costeras, llanuras extensas, tierras árida unas y otras ricas en corrientes y depósitos de agua. La naturaleza no ofrece “una vida fácil al hombre mesoamericano” y contribuye al “problema” del agua, uno de los motivos de sus expresiones artísticas y religiosas. La obsesión por el agua se refleja en su vida cotidiana y en el calendario religioso. “Llegaron al extremo de concebir su espiritual paraíso como un lugar pletórico de agua, con abundancia de aves acuáticas y exóticos follajes, al que llamaron Tlalocan”, recuerdan Nicola Kuehe y Joaquín Muñoz.

      La historia mesoamericana y sus tres fundamentos (tradición básica, la dualidad local-regional y la “acción globalizadora” de los “protagonistas”) se fortalecen a lo largo de los siglos hasta que, según Austin y Luján, la parte de los “protagonistas” se considera “una fuerza uniformadora”. Así, olmecas, teotihuacanos, toltecas y mexicas, difunden creencias, instituciones, conocimientos, estilos y modas, pero “implantan sistemas” y no siempre para establecer relaciones simétricas sobre los pueblos incluidos en su radio de influencia. Por tanto, además de propiciar el desarrollo de un modelo del que ellos mismos son prototipo, “inhibieron con su acción la potencialidad económica y creativa de los afectados”. Favorecen semejanzas y también diferencias: “Las sociedades que ingresaban en sus sistemas tenían que responder a los papeles específicos que les correspondían en el orden introducido”.

      Esta superárea se divide en cinco, –lingüísticas, étnicas, históricas y geográficas–, según sus características: Occidente-Norte, Centro de México, Oaxaca, Golfo y Sudeste. Los escenarios histórico-cultural cambian según las épocas, pero la clasificación resulta útil para una realidad tan extensa y variada, en donde, incluso –es obvio–, coexisten varios grupos étnicos, no necesariamente subordinados unos a otros. La pluralidad étnica es así al menos en la última fase de la historia prehispánica. Sonia Lombardo y Enrique Nalda coinciden en la visión de un México antiguo desmembrado, con pueblos en pugna constante –visión justificable si se consideran solamente los acontecimientos durante la conquista española–. Habría entonces que ajustarla, pues no es fácil que se concilie con la de la tolerancia requerida para la coexistencia de etnias diferentes.

      Y lejos de verse como “espectadores pasivos”, los mesoamericanos creen ser integrantes plenos del orden cósmico. Su preocupación por asignar a cada individuo un lugar en el universo es, sin duda, “la principal contribución al importante desarrollo de la astronomía mesoamericana”.

      Entre esos pueblos antiguos, los mexica imponen formas de vida y estilos, apoyados en un poderoso aparato militar. Dominan y cobran tributos a lo largo y ancho de un amplio territorio, salvo algunos pueblos aislados –Tlaxcala y el mundo tarasco, entre ellos–. Así, los conquistadores españoles reconocen a la capital mexica, Tenochtitlán, como “el mayor centro mesoamericano de poder y de acumulación de riquezas y, por tanto, el objetivo final de su empresa de conquista”. A los mayas, sin embargo, les cuesta más sojuzgarlos. La fecha de 1521 es el límite de la realidad mexica, pero el último rincón de Mesoamérica no colonizada es Tayasal, en territorio maya: subsiste libre hasta 1697.

      El golfo de México

      La tierra del jaguar

      Dividido en tres épocas el periodo histórico denominado Preclásico (2200 a.C. a 200 d.C.), es el Preclásico Medio (1200 a.C. a 400 a.C.) y especialmente el Preclásico Tardío (400 a.C. a 200 d.C.), el que más nos interesa. En la etapa intermedia aparecen las diferencias sociales y alcanza sus primeros efectos espectaculares entre los olmecas del área del golfo de México: se observa entre los individuos de una misma comunidad en

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