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sobre eso –contesta Alberto con cierto interés.

      —¿Y demás? –pregunta Víctor.

      —A ver, –responde el Pato– en principio lo usan para poder memorizar toda la pescada que tiene esta peña que aprenderse –hablaba despacio–. La movida es que ahí se ha visto filón y los químicos han mejorado la composición, más bien le han añadido. Ahora el subidón es muy vasto y mola, la verdad, porque estás súper high, pero también muy despierto y sin fallarte la motricidad ni perder el conocimiento, ni nada chungo.

      —¿Las has probado?

      —Hombre, nene, yo no puedo vender algo sin probarlo, ¿sabes? Yo tengo que saber lo que vendo, para no llevarme sorpresas. Por aquí otros serán como sean, pero yo no quiero matar a nadie ni que les sienten mal mis cosas, eso al final es movida para vosotros, pero más movida para mí.

      —Claro, tío, lo entiendo...

      —Pero sí, las he probado y ahora intento no tomar muchas, porque sí que apetece, ¿me explico? –sonríe de lado mirando a la esquina–. Están buenas y el efecto mola mil, pero es difícil de explicar, no hay nada igual. Es mazo de real, pero mazo de diferente, no sé tío... Es como una herramienta, a cada persona y en cada situación va variando.

      —Va..., dame tres.

      —Yo no quiero, ¿eh? –repitió Atalanta.

      —No pasa nada, yo la cojo por si acaso –el Pato preparó el pedido y se lo dejó en la mesa, después recogió lo demás y lo volvió a guardar todo en sus sitios.

      —¿Cuánto te debo? –preguntó Víctor mirando las bolsitas con las cápsulas transparentes de color azul cristal.

      —Cada una..., las estoy vendiendo a veinte, pero, mira, te las dejo por quince por ser la primera vez y cliente conocido, ¿bien?

      —Cualquier rebaja es buena –saca el dinero y se lo da.

      —Hombre, el mercado ha pegado un boom y, además, está peligroso pillar a cualquiera, ¿eh? Yo..., nunca me veréis vendiendo mierda sintética de la web chunga o con sales de baño o con mierda de violaciones. Y eso es mucho más de lo que pueden decir otros que se dedican a lo mismo –decía orgulloso mientras terminaba de recoger sus cosas y salía por la puerta.

      —Ahí te doy la razón –intervino Alberto–. No veas con el dealer ético, ¿no? –seguía con el portátil encima.

      —Tío, ¿bajas con nosotros a comprar la bebida? Te puedes traer el portátil, podemos llevarlo al parque a pasear si quieres –resopló un Víctor molesto.

      —Estás un poquito..., tonto, ¿no? –Alberto cerró el ordenador y se levantó con media sonrisa para abrazar a su amigo. Víctor lo aceptó y ambos acabaron riendo. Tenían una relación especial, llevaban viviendo juntos tres años y la convivencia se hacía difícil a ratos. Chocaban mucho, eran completamente distintos y, a la vez, coincidían en casi todo lo básico, en esos principios inamovibles en que caemos los seres humanos y que nos imposibilitan establecer lazos con ciertas personas por muy interesantes o guapas que nos parezcan. Alberto era hermético y solitario, mientras que Víctor adoraba estar rodeado de gente y exprimir cada momento al máximo. Ambos se comportaban diferente cuando salían de fiesta, pero habían llegado a un punto en el que, aunque les costara, ni Víctor amargaba a Alberto para ser más activo socialmente, ni Alberto ponía malas caras cuando veía a su amigo pasado de rosca. El término medio les funcionaba casi siempre.

      —Yo estoy lista, –Atalanta salía del baño– ¿vamos? –cogieron móviles y llaves y salieron de casa. Mientras bajaban las empinadas escaleras, se podía oler el ambiente, pero era al salir del portal cuando Víctor se crecía.

      —Ah..., –Víctor tomó un gran sorbo de aire– la fiesta de hoy va a ser espectacular, lo siento en el body.

      —¿Qué queréis de beber? –preguntó Atalanta, los chicos se miraron y sonrieron.

      —Nosotros –se adelantó Víctor– somos fieles totales al néctar supremo de la noche –Atalanta miró a Alberto, este contestó seco.

      —Básicamente es licor cuarenta y tres con bebida energética, ahí somos menos exigentes.

      —Dulce, dulce, dulce, dulce.

      —Puaj, –contesta ella– pero vale, aunque yo cogeré ginebra.

      —Puaj, pero vale –repite Víctor y todos entran en el pequeño comercio rebosante de productos dispares y, por supuesto, alcohol. El estoico Alberto esperando a que Víctor termine de seleccionar la botella de licor más limpia y de más atrás del estante. Podía ser un guarro en casa, pero siempre quería conseguir el mejor producto posible, fuese lo que fuese. Mientras, Atalanta ya esperaba cerca del cajero escribiendo en su móvil con la botella de ginebra y un par de latas de tónica. Alberto se acercó a ella mientras Víctor terminaba de coger bolsitas de aperitivos de dudoso valor nutricional.

      —¿Te pillo unas galletas o algo?, –Alberto odiaba que le gritaran para preguntar algo desde la otra punta de donde se encontrase – ¡hay de las veganas esas que te gustan!

      —Señor..., –volvió hasta donde estaba su amigo– no, gracias, estoy bien así –dijo seco.

      —Luego te va a entrar hambre, pero bueno.

      —Tío, es a ti a quien siempre le entra hambre. Además, no pienso quedarme hasta las siete, aviso.

      —Yo no te digo nada, ya lo sabes –Víctor hizo un gesto de puchero con los labios.

      —¿Vamos o qué? –inquirió Atalanta cuando por fin se acercaron los dos para pagar.

      La noche había comenzado y el grupo estaba dispuesto, así que, antes de colocarse en alguna plaza discreta para beber, recorrieron las estrechas calles mirando algunos escaparates mientras hacían bromas y se ponían al día. Atalanta, a pesar de haber modelado unas cuantas veces, no había desarrollado un gran interés por la moda. Más bien le gustaba lo retro, aunque no desembolsaba grandes cantidades a las tiendas que se autoproclamaban así, sino que hallaba todo lo que quería en sitios más pequeños y menos llamativas. Ese era su secreto y, cuando le preguntaban dónde iba de compras, cosa que ocurría muy a menudo, simplemente explicaba la verdad con una sonrisa y nadie la creía. Víctor y Alberto también iban cómodos para la fiesta, sobre todo el primero que tenía ganas de bailar. Al final, acabaron en una pequeña calle aledaña a la plaza de Tribunal, puesto que la noche estaba templada y no querían acomodarse y que los echaran, amén de no recibir una multa. Con el estilo de un hacedor de cócteles de renombre, Víctor comenzó a preparar la bebida de Alberto mientras Atalanta se servía lo suyo, para después ponerse su vaso.

      —Qué bien se está aquí –soltó ella mientras se recostaba en la pared.

      —Ojalá se quedase así, –añadió Alberto para hacer lo mismo a su lado– odio el verano en Madrid.

      —A mí me encanta el calor, ¡uy! –Víctor se precipitó al ponerse al lado de sus amigos y casi tira medio vaso, por suerte era de tubo y no lo había llenado hasta arriba, pero un cubito de hielo voló.

      —Señor..., ¡ten cuidado! –Alberto sonríe. Sabía bien de la torpeza de su amigo y se lo tomaba con humor. De todas formas, era una torpeza nerviosa, más por ir rápido que por ser torpe per se–. Ojalá estuviese Vesta.

      —¿Qué está haciendo ahora? –Atalanta bebió dos sorbos e hizo un gesto de que estaba más fuerte de lo que esperaba.

      —¿No te contó Víctor? –lo miró de reojo.

      —¡Qué va!, este no me cuenta nada... –lo mira con una sonrisa.

      —Está sacándose ahora la titulación para ser entrenadora personal y sigue entrenando a saco, está ultra fuerte.

      —Estamos mazo de orgullosos de ella –dice Víctor solemne.

      —Mazo –Alberto vuelve a beber.

      De

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