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[samsung × hyundai]

      Sede de Samsung, Japón.

      Areum

      —Cielo, sé amable con el hijo del señor Takashi. La colaboración dependerá de que os llevéis bien.

      —No te preocupes, mamá.

      Mi madre se metió en su despacho a zanjar el acuerdo colaborativo con el señor Takashi, un hombre de su misma edad. Faltaba por llegar el hijo, que llegaba veinte minutos tarde. Aquello era toda una descortesía en cualquier primer encuentro comercial, pero decidí no destacar demasiado sus carencias.

      Me asomé a la ventana para hacer tiempo, mirando los infinitos edificios de cristal con cansancio. Suspiré, ¿por qué tenía que perder yo mi tiempo por gente incompetente?

      Aunque en verdad no tenía tanto que hacer, toda la faena y documentos importantes los llevaba mi madre. Mi deber como hija única era ser la futura heredera de Samsung, estar presente en las reuniones y poco más.

      El reloj en la pared marcó las 21:30, un horario laboral para nada decente. El chico todavía no venía y yo mañana tendría instituto. Pffttt.

      Afortunadamente mi teléfono vibró, aportándome una chispa de dinamismo a mi burbuja empresarial

      Kohaku

      Ya me contarás mañana qué clase de pardillo es el heredero de Hyundai

      21:27

      Mañana te llevo a hacer vandalismo;)

      [Foto sonriente]

      21:27

      Ah...lo que daría por irme a hacer cualquier gamberrada con mi amigo en vez de estar aquí.

      No estaba ni mucho menos nerviosa por el encuentro, había hecho estas reuniones miles de veces con los hijos herederos. Por razones culturales cuestionables, todavía faltaban mujeres en el mundo empresarial, y era por eso que la mayoría de ellos se sorprendían al verme.

      Algunos de los herederos más jóvenes a veces se llevaban impresiones incorrectas, y por ello ya había aprendido a sonreír lo justo y necesario.

      —Buenas noches –una voz desarrollada irrumpió en el nocturno pasillo de ventanales, llamando mi atención.

      A diferencia de otros muchos herederos de mi edad, este era un hombre joven, alto y unos años mayor que yo. Iba formalmente vestido, con accesorios en los dedos y el pelo desaliñado. Pero tenía esa típica sombra en los ojos, de aquella gente que no se ríe demasiado y que tiene ojos depredadores, que ni su sonrisa pudo ocultar.

      Me habría gustado decirle que odiaba la impuntualidad, pero tenía que (fingir) ser amable.

      —Buenas noches –le miré de soslayo, sin apartarme de la cristalera–. Mi nomb...–

      —¿Por qué han dejado entrar a una colegiala aquí? –escupió con una sonrisa educada, con las manos en los bolsillos.

      Oh. No solo se cree gracioso sino que encima me interrumpe.

      Dejé pasar el hecho de que estaba todavía con el uniforme del instituto, de que recorrió mi cuerpo con un brillo raro en los ojos, también oscuros como el vacío.

      —Mi nombre es Areum. So Areum –me presenté formal, tendiéndole una mano–. Este es mi edificio –me recordé.

      —Takashi –estrechó mi mano con una seriedad tan bien cultivada que me puse nerviosa. Solo me dijo su apellido, por lo que supuse que no quería que le tuteara–. Bonito nombre –se mofó desde su altura, con cierta prepotencia y una sonrisa de mofa–, ¿es Coreano, verdad?

      No os tengo que recordar la tensa relación postcolonial entre los japoneses y los coreanos, y tampoco era la primera vez que alguien japonés remarcaba mi nombre para sentirse superior.

      —Sí es –me adelanté cuando vi que iba a hacer un comentario malicioso–. Nuestros padres nos esperan en el despacho, estaba esperando a que se dignase a aparecer –esperé a que se avergonzara, a que se diese cuenta de que era la heredera de Samsung y no cualquier niñata. Pero su mirada arrogante no cambió, sino que creció.

      —¿Eres tú la niña de la colaboración? –se inclinó curioso hacia mí, inspeccionándome de forma intrusiva.

      —¿Niña? –repetí, camuflando la molestia con sarcasmo. Me estaba subestimando, como todos.

      Ignoré su descortesía porque no me quedaba otra, y saludé por décima vez en lo que iba de mañana cuando entré en el despacho sola, ambos progenitores ya sentados y discutiendo sobre la colaboración.

      —Señorita So, un gusto conocerla por fin –el señor Takashi padre sacudió mi mano con cordialidad, y a continuación miró a su hijo con los ojos entrecerrados, como advirtiendo–. Le pagaré el psicólogo si lo necesita.

      Asentí educadamente sin entender; parecía que ni su propio padre podía confiar en él.

      El señor Takashi padre tenía una expresión amable de abuelito, no parecía un multimillonario, sino más bien tu vecino que se dedica a cuidar su jardín de tulipanes con cariño.

      Su hijo era más bien todo lo contrario. Zapatos y pendientes Gucci de diseño extravagante, el pelo despeinado como si no le importase arreglarse para una reunión importante, y los dedos llenos de anillos vistosos. No le conocía, pero a primeras impresiones me generaba desconfianza. Cómo caminaba con sus zapatos negros, como si fuera el amo del lugar.

      Siendo la viva imagen del derroche y del placer propio, algo tenía aquel hombre, desde luego.

      —Areum, la sala está preparada, el papeleo también –mi madre señaló la puerta auxiliar en la misma habitación.

      Caminé sin pensármelo dos veces a la tan familiar sala, con el chico pisándome los talones. Bueno, realmente no era un chico, era un hombre bastante desarrollado y bien formado. Sus cejas imponían bastante, pero intenté que no se notara. No es como si me fuera a comer.

      En esa sala discutía los temas empresariales con el resto de herederos, y a menudo mis ideas tenían más trasfondo que las suyas.

      —¿Tiene alguna sugerencia para la colaboración? –rompí el hielo bajando la pantalla de proyección, y me extrañé cuando tardó más medio minuto en contestar.

      ¿Estaba sordo o qué?

      —¿Siempre eres tan directa? –cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra esta, las manos en los bolsillos y la lengua contra los dientes. No me habló de usted y me sentí inferior–. Porque de ser así podría ahorrarme un par de cosas contigo –sus brazos se marcaron cuando los cruzó, y una sonrisa turbia apareció en su masculina cara.

      Ignoré el doble sentido de sus palabras, porque pensé que no podía ir en serio.

      —¿No me va a hablar de usted? –incliné la cabeza a un lado, aumentando la batalla de poder con silencio. No me asustaban los hombres, y él no iba a ser el primero en hacerlo.

      —No tienes mi edad, ¿por qué debería hablarte con honoríficos? –se sentó en el borde de la mesa frente a la pizarra digital, con las piernas abiertas y el semblante para nada amigable–. ¿No deberías de estar haciendo los deberes del instituto en vez de aquí? –se mofó, arqueando las cejas con fingida pena, casi con paternalismo–. Qué trabajadora...

      ¿Por qué no me veía como a una adulta a la que respetar? ¡Que era la heredera de Samsung, joder!

      —Empezaré mi parte de la presentación, pues –le contesté sin perder las formas ya que así me habían criado, y volví mi atención al proyector para exponerle el esquema de mi idea.

      Atrapé más de una vez su mirada inquisitiva en mis piernas descubiertas, e hice un esfuerzo por que no se notara mi incomodidad. Claro que

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