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parte de prejuicios, de etiquetas. El conocimiento de la cabeza es estrecho, calculador, no es transpersonal como lo es la penetración del cuerpo en los espacios de la verdad del instante.

      Pero cabeza y cuerpo están conectados, están aunados por un aire, una suerte de atmósfera que bien podría ser sensosfera. El aire de sensaciones se aglomera en la cabeza, el aire actualiza y deshollina la cabeza. Nuestra respiración aúna cabeza y cuerpo, los globaliza, los armoniza, los actualiza y los orienta al presente y futuro inmediatos. El aire hace de puente entre espíritu y materia, y solo el aire puede desconglomerar la actividad pensante, los residuos pensantes –cual hojas secas– no puede llevárselos ya el pensamiento, sino el aire. Por eso, lo primero de todo es respirar: al venir al mundo inspiramos, y al dejarlo, espiramos.

      Por otro lado, no podemos obviar que la cabeza es cuerpo, y cuando actúa sin anticiparse –sino confirmando lo que el cuerpo deduce– y se muestra humilde, la cabeza capta una información indecible. No olvidemos que la razón es uno de los tesoros del ser humano.

      Mientras el pensamiento y el sentimiento se construyen principalmente en el cerebro, la vida emocional transcurre y se fragua en el cuerpo. ¿Por qué se le ha dado tanta importancia al pensamiento en detrimento de la emoción? ¿Es que conocer no pasa por sentir?

      La mayoría de nosotros pensamos nuestras vidas en vez de vivirlas. Nos pasamos el tiempo viendo la pantalla pensante, miles de proyecciones, casi como si fuese un vicio –o lo es–. Las personas que llevan tiempo meditando descubren ese automatismo pensante y dependiente. Como digo en otro lugar1:

      Quizás la solución pase por persensar2, pues, como dicen la mayoría de tradiciones religiosas, el conocimiento último de las cosas llega cuando «se abandona» el pensamiento para poder percibir y penetrar directamente la realidad. Solo entonces se acepta de manera radical todo lo que existe, como diría Anne Weiser3.

      El cuerpo es fronterizo, la cabeza frontera, el cuerpo es tránsito, la cabeza es límite. ¿Podemos vivir sin cabeza, como propone Douglas E. Harding?4. Cualquiera que sea la respuesta, no se trata de vivir sin mente, pues el cuerpo, como prolongación cerebral que es, también es mental. Y la cabeza también es cuerpo y la mente está también en el cuerpo. Pero sí se trata de no obedecer tanto a la mente que enjuicia continuamente.

      «No obedecer tanto a la mente».

      Algunas personas confunden esto con dejarnos llevar por las pasiones, no se trata de eso. El cuerpo es capaz de sentir una intuición que difiere de las emociones, aunque estas tienen también una misión de supervivencia y nos dan mucha información. Se trata de integrar los dos hemisferios cerebrales y no dejar que gobierne nada más que el lógico-analista. El cuerpo tiene respuestas intuitivas a la hora de decidir, mientras la cabeza da vueltas y vueltas. El cuerpo intuye la paz, la armonía, lo que toca.

      Cualquier vivencia humana –duda, miedo, conflicto, alegría, plenitud...– deja en el cuerpo profundo una huella que, si la seguimos, nos da información a la vez que nos lleva por buen camino. No tenemos por qué confundirla exactamente con la intuición pero sí es de su familia. Se llama sensación-sentida a «la impronta somática (o huella vivencial corporal) que se manifiesta en el interior y profundidad de nuestro cuerpo durante cualquier vivencia. Se genera durante cualquier percepción, ya sea en forma de sensación, emoción, sentimiento o pasión»5.

      La revelación o el despertar corporal son más inmediatos que el pensamiento. Por otro lado, el ego se sitúa en la cabeza e interrumpe nuestro caminar espiritual y nuestro silencio. Es el ego quien parlotea, mientras el cuerpo aguanta y aguanta hasta que le dejamos entrar en escena.

      El cuerpo goza de multitud de «sensores de alta fidelidad» para el conocimiento de lo real. Hoy es más propio decir «siento, luego existo», que «pienso, luego existo».

      No obstante, podríamos hablar de pensamiento corporal, pero no en tanto que la cabeza piense lo que el cuerpo ha de hacer, sino que el cuerpo, por sí mismo, piensa.

       De cabeza y de corazón

      Ponte a dibujar lo que te venga en gana con un lápiz en un papel blanco. Enfoca –pon tu atención– en tu cabeza y dibuja, luego enfoca tu cuerpo y sigue dibujando. Transita de la cabeza al cuerpo escuchando qué te dicen una y otro y verás como la cabeza está sujeta a aprioris –etiquetas–, mientras que el cuerpo te permite balbucear, ir y venir antes de concretar. ¿Notas la diferencia? ¿Dónde eres más tú? ¿Qué cosas sueles hacer desde uno y otro sitio? ¿Qué sabor tiene lo que sale de la cabeza? ¿Y lo que sale del pecho, del corazón?

      Ahora haz lo mismo pero enfocando algún tema que te preocupe o atraiga en este momento. Comienza a escribir desde la cabeza con la corrección con la que normalmente escribimos, lo que salga. Lee lentamente lo que has escrito. A continuación, haz lo mismo, pero desde el corazón, sin límites ni criterios.

      Toma una hoja de papel y comienza a describir a un ser querido. Ve anotando adjetivos. Cuando acabes, lee lo que has escrito y compáralo con lo que sientes y con lo que realmente es ese ser. Pregúntate: ¿está totalmente en el papel todo lo que es y cómo es esa persona? ¿Verdad que no? Esa es una evidencia de que el cuerpo siente matices e integra de manera holística aspectos que la cabeza no puede expresar. Dentro de ti se quedan muchas cosas que la mente no puede describir. El lenguaje que más se acerca a la expresión absoluta es el arte.

      CUERPO, CORPOREIDAD

      Y CORPORALIDAD

      «No sé si en el cuerpo o fuera de él».

      SANTA TERESA DE ÁVILA

      ¿De qué hablamos cuando hablamos de cuerpo? Para mí es prácticamente sinónimo de persona, o de sujeto encarnado, es lo más natural. Si nos referimos al cuerpo, estamos hablando de todas las disciplinas juntas, aunque la antropología sea la principal: médica, filosófica, ética, social, psicológica, cultural, sexual... En definitiva, ocurre eso porque hablamos de la persona en su conjunto. Medita eso, por favor.

      Hablar del cuerpo es realmente complejo, incluso cuando lo intentamos aparece un cierto estorbo lingüístico pero, en cambio, es la única manera de acercarse al quid de lo humano1. En realidad «el cuerpo y la psique son solo un sistema que se desarrolla en la interacción con otras personas... El hombre es corporal, social y psíquico, no en tres compartimentos sino en cada momento y fragmento de experiencia»2.

      Debemos tomar como punto de partida la afirmación de la corporalidad del sujeto, y eso nos abre más. Como apunta D. Najmanovich, «esta afirmación hace que el sujeto encarnado entre dentro del cuadro»3 y no se nos quede fuera buscándolo en sus atributos.

      Así mismo, parece ineludible obviar las categorías de lo corporal siempre y cuando las veamos como posibilidades naturales no separadas entre sí. El cuerpo del que podemos hablar no puede ser de ninguna de las maneras un cuerpo objetivo, un cuerpo objeto. Ya existe consenso interdisciplinar en que la propia observación de la realidad influye en el conocimiento de la misma. Más todavía cuando queremos adentrarnos en lo corporal.

      El dentro-fuera «del cuerpo» pierde su fuerza limitante al hablar de interioridad si dejamos de sustantivizar lo que somos. Abriendo la puerta al verbo y al adjetivo: soy un ser –infinitivo– corporal –adjetivo–, el interior y el exterior se unen –que no confunden– y el versus desaparece. Entonces el interior se hace exterior y el exterior, interior. Eso sí, con una sola condición: que nos habite Alguien. Lo demás son categorías. En definitiva, la interioridad es emergente, sale hacia afuera, pero no es porque esté escondida, sino porque el cuerpo que vemos es aparente y también contiene muchos niveles de profundidad.

      «La interioridad es emergente».

      Es muy común señalar al alma para entender el cuerpo en tanto que visible-invisible. He ahí un

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