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relación filial y fraterna lleve la voz cantante22, con una gran autoexigencia que incluya los bienes civilizatorios y culturales del Occidente mundializado, pero los bienes, no la basura. Vamos a explicarlo.

      Si nos definimos por las relaciones de hijos y hermanos no podemos atenernos al circuito producción-consumo ni nuestra meta puede consistir en estar dentro y subir cuanto se pueda. Ante todo, porque en este circuito no caben esas relaciones. Las relaciones que fundan este circuito son las relaciones mercantiles y la satisfacción de las apetencias, más que de las necesidades. A esto se atienen los configurados por él. Si son cristianos, la filiación y fraternidad son cosa del tiempo libre. Esto lo tenemos que tener muy claro. Por ejemplo, si soy profesor de Teología o decano de esa facultad y mi aspiración es subir en el ranking o que la facultad suba, lo que escribamos se reduce a la condición de medio y sea lo que sea de su exactitud formal, pierde su densidad real. Lo mismo podemos decir de cualquier otra realización profesional. Lo mismo que si aspiramos a ganar lo suficiente para vivir conforme a lo que creemos merece nuestro estatus e incluso a darnos algunos gustos.

      Ahora bien, esto no equivale a no aceptar un empleo o no consumir nada. Significa vivir desde otra lógica. Por ejemplo, si soy profesor de Teología cristiana, tengo que reservar un tiempo denso al contacto con pobres con espíritu, si creo que Dios les ha revelado los misterios del Reino, que les ha ocultado a los especialistas23. Desde el interés medular en iniciarse en estos misterios (el Reinado consiste precisamente en el ejercicio, en Jesús de Nazaret, de las relaciones de hijos y hermanos) en el seno de la Iglesia y encarnado en la situación, viene la selección de los temas y el modo de tratarlos. Ahora bien, si realmente me interesan, los trataré con la mayor asiduidad posible, de modo analítico, de manera que se perciba su realidad y su pertinencia. Si eso se aprecia en la academia, mejor que mejor; pero no puede hacerse en función de la academia. Más bien, habrá que hacer todo lo posible porque la academia acepte definirse por su condición de cristiana con todas sus consecuencias. Lo mismo podemos decir de cualquier otro trabajo. Habrá que elegir un trabajo compatible con esa condición fraterno-filial (siempre se puede encontrar alguno; recuérdese que la dirección dominante no totaliza la situación) y realizarlo desde esa lógica, lo que conlleva tratar de hacerlo con la mayor excelencia posible.

      Lo mismo podemos decir respecto del consumo. Desde esas relaciones queda eliminada la compulsión a estar en la onda y a consumir como un modo de sentirse vivo y con relevancia. Más aún, tendencialmente no se necesitará nada, más allá de lo necesario para mantenerse vivo y saludable. Esto liberará energías y recursos para dedicarlos a otras dimensiones. Ya hemos hablado de la soledad y el silencio. Ahí aflorará nuestra verdad y podremos trabajarnos y hacernos más verdaderos. También se ejercitará la oración al Padre materno y la lectura discipular del evangelio y el discernimiento para seguir el impulso del Espíritu. Pero también habrá tiempo y energías para la convivialidad, para conversar y compartir; para contemplar la naturaleza y caminar por ella y por la ciudad; y para el deporte y el juego; y para la fiesta que celebra logros y efemérides y, más al fondo, la vida como don recibido, gustado y compartido. Y no faltará tampoco para participar en comunidades, grupos, organizaciones e instituciones que vehiculen algunos aspectos medulares de esa vida filial y fraterna.

      Si Dios es el Dios de la vida y de la vida humana, y el Hijo de Dios humanado nos supera infinitamente en humanidad y nos atrae a ser humanos con el peso infinito de su humanidad, y no fue un asceta, atado a sus ejercicios, ni un maestro atado a la ley, ni un sacerdote atado al culto, ni un militante y menos aún un liberado del trabajo, que vive en la organización para realizar esforzadamente la causa, sino que fue una persona del pueblo, que vivió en la vida, en la cotidianidad, en los espacios públicos, sin agendas ni proyectos protocolizados, en un intercambio libre y sin alcabalas con todos; que convivía, que gustaba de la naturaleza, que aceptaba las invitaciones, que no necesitaba nada, pero que aceptaba lo que le daban y daba de sí sin reservas. Si este es el modo de proceder del Hijo de Dios que es el paradigma absoluto de humanidad y por eso su parámetro24, desechar la polifonía de la vida para concentrarse en una sola dimensión, la que propone el mercado totalitario u otra pretendidamente alternativa, no humaniza, no supera lo que se opone a Dios, y por tanto no lo hace presente. A Dios lo encontramos en la vida cuando se vive abiertamente, haciendo justicia a todas sus dimensiones y ejercitando todos sus registros; aunque no dispersándose sino viviéndolo todo como hijos de Dios y hermanos de todos.

      Ahora bien, como la dirección dominante desconoce estas relaciones, es decir, como vamos a contracorriente y en el fondo trabajamos por construir otro orden donde habite la justicia y la interacción simbiótica y por eso quepamos todos mancomunadamente, el esfuerzo tiene que ser mucho mayor que si solo aspiramos a subir o al menos a mantenernos en él. Por eso esa gran disciplina tiene que ser una dimensión autoimpuesta; pero no ya voluntarista ni, como lo contemplaba Hegel, negadora de nuestra subjetualidad, sino que tienen que actuar, por el contrario, todos nuestros resortes desde lo más genuino que tenemos y somos y apoyándonos unos a otros, y por eso es un dinamismo incesante, pero en paz y por eso distendido, ya que se hace con gusto. Esto ha de ser puesto de relieve sin ocultar la dificultad inmensa y por tanto la autoexigencia que entraña esa gran marcha personalizadora en la que estamos.

      Esto es importante recalcarlo porque una nota común a todos los populismos, que son alternativas baratas y por eso no superadoras de este orden injusto, es la dejación de la responsabilidad, el facilismo, el entregarse al líder y la causa, y esperar todo de ellos como por arte de magia.

      ¿Qué decir de este punto de entregarnos a la polifonía de la vida? En primer lugar, que las personas religiosas y los estudiosos de la religión y la antropología religiosa tendrán dificultades para reconocer que este modo de vida supera lo que se opone a Dios, tanto en el mundo globalizado como particularmente en Nuestra América, y lo hace presente y por tanto participar de esta vida es un modo de encontrarse con Él. Es que no se tiene en cuenta que el cristianismo, aunque en todo caso tiene una dimensión religiosa, de suyo no es una religión, aunque por inculturación a la cultura neolítica y, no menos por aculturación a ella, recortando aspectos medulares, ha adquirido históricamente la forma de una religión. No se puede perder de vista que Jesús fue condenado por los representantes oficiales de la religión judía, y que era cierto que nunca aparece participando personalmente en ningún acto de culto, ni cumpliendo aspectos específicos del código legal que se atribuía a Moisés. Es cierto también que en todo lo que nos propuso para encontrarnos con Dios el templo no ocupaba ningún lugar, así como tampoco la ley de pureza que tendencialmente cubría todas las facetas de la vida. Jesús llevó a cabo su misión en la vida. En ella sintió la gente que mediante sus palabras y sus obras e incluso su presencia, Dios estaba visitando a su pueblo (Lc 7,16). Ya hemos insistido en que Jesús vivió la vida en todas sus facetas y la convivió como Hermano desde su condición de Hijo. También nosotros tenemos que trasparentar a Dios en nuestra vida, vivida en la pluriformidad de la realidad. De este modo superaremos también la unidimensionalización del circuito producción-consumo que nos propone e impone el orden establecido como el único modo estimable de vivir.

      ¿Cabe cobrar esperanza por lo que hemos conseguido en ese modo pluriforme de vivir? Lo característico de la cultura de barrio es la convivialidad. Van aumentando los trabajos sociales en los que la relación horizontal y mutua, humanizadora, da la pauta. Los que viven con consistencia humana, entre ellos, sobre todo, los pobres con Espíritu, sí son capaces de vivir la polifonía de la vida y de hecho la viven. Este modo de vida está bastante diseminado en Nuestra América hasta dar el tono a muchos ambientes.

      Pero la sociedad de consumo ha deteriorado el cultivo de la polifonía de la vida. No pocos se matan a trabajar para consumir, con lo que desechan la primacía de las relaciones. En otros el problema es la necesidad de vivir casi solo para trabajar, por lo cuesta arriba que se lo pone el mercado totalitario; aunque bastantes de estos sí son capaces de buscar tiempo para convivir e incluso celebrar, ya que eso les da vida. Por eso hay que afirmar que sí existe base para la superación de esta unidimensionalización tan empobrecedora. Debemos cultivarla y estimular a otros para que entren por ese camino. En este empeño hacemos presente a Dios y otros se pueden encontrar con Él.

       Organizaciones de vida buena y solidaridad, que cultivan la dimensión política sin politizarse,

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