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algunas prácticas de «mantenimiento». Por eso hemos tenido interés en situar la práctica del silencio desde una perspectiva más amplia, o más «esencial», subrayando la relación entre silencio y conocimiento, entre silencio y comprensión. Porque se abre ahí una puerta (una ventana, decía Jane Goodall) que no tendría que pasarnos desapercibida, es demasiado importante. Una puerta, un camino, que nos invita a explorar y a adentrarnos más y más en la experiencia humana de vida. Recordemos... «no es un capricho»... No, no es capricho, es (creo) una urgencia personal y colectiva.

      Seguiremos ahondando en ello en los próximos capítulos, dejándonos guiar por la pregunta sobre el «cómo hacerlo»: ¿cómo concretaríamos ese «bajarle el volumen» al yo para poder oír la realidad, acogerla, vivirla? Anunciábamos más arriba que lo haríamos explorando las indicaciones que nos han legado quienes nos han precedido en la indagación. Pues vamos a empezar a ponerlo en práctica, como cierre de este capítulo de introducción sobre la naturaleza del silencio, dándole la palabra a una maestra del silencio, Cristina Kaufmann (1939-2006, carmelita), que así lo define:

      El silencio viene a ser la madre, el útero de la persona, ya que solo desde él recibe vida que es comunicación. [...] Este fundamental silencio, que lleva en sí la soledad de la persona y que la hace ser ella misma, es la fuente y la condición absoluta para que viva y se deje fecundar por otras formas de silencio, todas ellas nacidas de este fondo único del ser. Desde allí cobra o recobra una aptitud de percibir el mensaje de todo lo que le rodea. La capacidad para oír, escuchar el silencio del mar, de las montañas, de una flor, del viento y de las nubes; su mirada y su oído se hacen permeables al silencio sonoro de la naturaleza, llevada a su más alta expresión en el hermano. Así descubre el ritmo entre el silencio y la palabra, entre soledad y comunión en el universo donde ella existe y en el universo que ella misma es6.

      Subrayo del texto: silencio que nos descubre cómo se complementan los dos «modos» de nuestro vivir, silencio que nos dota de capacidad de percibir el mensaje de la existencia a través de todas sus formas. Silencio que nos permite ser lo que en verdad somos desde ese fondo único que late en ti, en mí, en cualquier rincón. Y así, silencio «útero» que nos engendra y nos alimenta, como verdaderos seres humanos, como seres capaces de vivir en profunda comunión con todo y con todos.

      Un último apunte para que podamos aprovechar sin dificultades esas voces cuando provienen de entornos religiosos o se expresan en claves culturales que nos pueden resultar algo ajenas. Las palabras que, de alguna manera, nacen de y apuntan hacia el reconocimiento silencioso de la realidad apelan, precisamente, a una experiencia desnuda de palabras, desnuda de conceptos e ideas: apuntan a lo indefinible e inexpresable. «Es difícil (imposible, de hecho) plasmar en palabras el momento de verdad que de repente me invadió», sentía Jane Goodall. Y si lo intentara, ¿qué haría? Pues tomaría prestados aquellos términos de su vocabulario que guardaran alguna similitud con la experiencia vivida, forzando esos conceptos, dándoles un uso metafórico: lo que veo, lo que he percibido, lo que siento... «sería como si...», «... como si dos ventanas» (Goodall), «como si cayendo agua del cielo todo queda hecho agua...» (Teresa de Jesús en Las Moradas); como si... «mires donde mires, ahí está el rostro de Dios» (Corán 2,115), o todo es «el cuerpo del Buda» (Huei Neng, Yoka Daishi). «La Materia, despojándose de su velo de agitación y de multitud, le descubrió su gloriosa unidad [...]. Realidad majestuosa, desbordante de Energía, que se revelaba ante él, universal en su presencia, inmutable en su verdad, implacable en su desarrollo, inalterable en su serenidad, maternal y segura en su protección» (Teilhard de Chardin)...

      Cuando el velo se descorre, la realidad misma, todo, es un «como si» porque la vivencia no encaja en nuestras construcciones, las desborda. Como si todo fuera..., como si en todo latiera, como si... Dios, Brahman, el Ser, Consciencia indivisible y sin límites, Energía, Fuente, Fondo, lo Absoluto... «Inexpresable, silencioso, libre, inmutable... se encuentra en todas partes y es inagotable, no sé su nombre, pero lo llamo Tao...» (Dao-de-jing 25). Conceptos poderosos según cada contexto cultural, que actúan como «dedos apuntando a la luna» –dirá un canto budista–, apuntando a una visión transformada de la realidad. La cuestión no es ni quedarse mirando al dedo, ni entrar en discusión con él, sino volverse hacia la dirección a la que apunta. Algunos podrán parecerme más sugerentes que otros pero sé que, mientras el mundo que veo y la realidad que vivo me parezcan «normales», no puedo saber de verdad de qué hablan. Solo puedo seguir intentando saberlo. Lo saben quienes pueden sentir como propias palabras como estas de Fernando Pessoa:

      La asombrosa realidad de las cosas

      es mi descubrimiento de cada día.

      Cada cosa es lo que es,

      y es difícil explicarle a alguien cuánto me alegra esto,

      y cuánto me basta.

      Basta existir para sentirse completo7.

      Sí, la persona que es capaz de sorprenderse cada día es que está «viendo» con todo el ser; vive desde la profunda raíz de la cualidad humana. Sea cual sea la situación, por difícil que pueda presentarse, es posible asombrarse, sentir lo excepcional que es cada momento y cada forma de existencia, sentir el infinito valor de todo y de todos. Y hasta que mi corazón, mi cuerpo entero, no lo sepa, haré por que todas esas palabras me acompañen y alimenten para que no deje de crecer el anhelo de «existir» de verdad, desde el fondo, desde todas las capacidades. Porque sé que vale la pena, porque sé que la vida lo merece.

      Vamos a ver si podemos recoger algunas pistas y consejos que puedan ayudarnos a ahondar en el cultivo de esa dimensión silenciosa tan nuestra.

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