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Esta retornancia [revenance] no viene a las palabras por accidente, tras una muerte que les llegase a unas o se les ahorrase a otras. La retornancia [revenance] es eso que se reparten [est le partage], desde su primer surgimiento, todas las palabras. Siempre habrán sido fantasmas, y esta ley rige en ellas la relación entre el alma y el cuerpo. No podemos decir que lo sepamos porque tenemos la experiencia de la muerte y del duelo. Esta experiencia nos viene de nuestra relación con esta retornancia de la marca, luego del lenguaje, luego de la palabra, luego del nombre. Eso que se llama poesía o literatura, el arte mismo (no distingamos de momento), o lo que es lo mismo, una cierta experiencia de la lengua, de la marca o del trazo como tales, quizá no sea otra cosa que una intensa familiaridad con la ineluctable originalidad del espectro. Cabe, naturalmente, traducirla en pérdida ineluctable del origen. En el duelo, la experiencia del duelo, el paso también de su límite, sería pues difícil ver una ley que domine un tema o un género. Es la experiencia, y como tal, para la poesía, la literatura, el arte mismo”. Ver Jacques Derrida, Schibboleth: pour Paul Celan (París : Éditions Galilée, 1986), 96; Schibboleth: para Paul Celan, traducción de Jorge Pérez de Tudela (Madrid: Arena Libros 2002), 89.

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