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o negativa responde fielmente a la de la corriente que circula por el electroimán del cabezal que, como dijimos, responde a su vez a la codificación binaria –1 y 0– de los bits de datos que originaron la corriente eléctrica. Las unidades de disco recuperan la información desde los discos esencialmente de la misma manera, pero el proceso es justamente el opuesto: los campos magnéticos que generan cada uno de los minúsculos imanes presentes en el disco representan, a medida que el cabezal se desplaza sobre ellos, un flujo magnético de sentido variable: este induce en el electroimán del cabezal, también debido a leyes electromagnéticas, una diferencia de potencial, o voltaje, que genera a su vez una corriente eléctrica que constituye una réplica exacta de la que circuló cuando los datos fueron grabados en el disco. Esto representa una “lectura” electromagnética del disco, mediante la cual los datos son recuperados.

      Surgimiento de las primeras unidades de disco

      Un equipo de investigadores de los laboratorios de IBM en San José, California, desarrolló la primera unidad de disco entre 1952 y 1956. Denominada RAMAC (siglas de Random Access Method for Accounting and Control [Método de Acceso Aleatorio para Auditoría y Control]), era del tamaño de un refrigerador doméstico grande, constaba de cincuenta discos de veinticuatro pulgadas (61 centímetros), y podía almacenar hasta 5 megabytes (MB) de información (ver Figura 1.2). La mayoría de los conceptos fundamentales sobre la arquitectura y las tecnologías de los componentes que constituyen la base de los diseños de las unidades de disco de hoy en día fueron desarrollados también en IBM. Estas arquitecturas y tecnologías incluyen las unidades de discos rígidos removibles (introducidas en el mercado en 1961); las de discos flexibles (1971) y la arquitectura Winchester (1973). Todas ellas tuvieron una influencia poderosa y decisiva sobre la manera en que los diseñadores del resto de las empresas del sector definieron lo que constituía efectivamente una unidad de disco y lo que esta debería ser capaz de hacer.

      Fi­gu­ra 1.2. La pri­me­ra uni­dad de dis­co, de­sa­rro­lla­da por IBM

      Fuen­te: Cor­te­sía de IBM (In­ter­na­tio­nal Bu­si­ness Ma­chi­nes Cor­po­ra­tion).

      A medida que IBM iba produciendo unidades de disco que satisficieran sus propias necesidades, fue surgiendo una industria paralela e independiente que comenzó a fabricar unidades de disco destinadas a dos mercados diferentes. Algunas firmas desarrollaron el mercado de las unidades compatibles (PCM, acrónimo de Plug-Compatible Market) en la década de los ’60, vendiendo clones de las unidades IBM a menor precio directamente a los usuarios de aquellas. Aunque la mayoría de los competidores de IBM en el mercado de los ordenadores (por ejemplo, Control Data, Burroughs y Univac) estaban asimismo integrados verticalmente en la fabricación de sus propias unidades de disco, la emergencia durante la década de los ’70 de fabricantes más pequeños y no integrados, tales como Nixdorf, Wang y Prime produjo un mercado de equipos originales (OEM, Original Equipment Manufacturer). Hacia 1976 ya se producían unidades de disco por un valor aproximado a los u$s 1.000 millones, de los cuales la producción de unidades cautivas representaba alrededor del 50 por ciento y los mercados PCM y OEM aproximadamente un 25 por ciento cada uno.

      Durante los doce años siguientes tuvo lugar una notable historia de crecimientos rápidos, turbulencias de mercado y mejoras en el desempeño de los productos, como consecuencia de sucesivos desarrollos tecnológicos. El monto facturado por la industria de las unidades de disco rígido trepó hacia 1995 a alrededor de u$s 18.000 millones. Hacia mediados de los años 80, el mercado PCM se había vuelto insignificante, mientras que la producción de los OEM trepó hasta representar casi las tres cuartas partes de la producción mundial. De las diecisiete firmas que constituían la industria en 1976– todas las cuales eran corporaciones relativamente grandes y diversificadas, tales como Diablo, Ampex, Memorex, emm y Control Data– todas excepto IBM fracasaron o terminaron siendo adquiridas con anterioridad a 1995. Durante este período ingresaron al sector 129 firmas, de las cuales 109 también fracasaron. Fuera de IBM, Fujitsu, Hitachi y NEC, todos los fabricantes que quedaban hacia 1996 habían ingresado a esta industria como empresas nuevas y muy recientemente.

      La Figura 1.3 muestra que en la curva de experiencia de la industria (que compara el número acumulativo de terabytes [mil gigabytes] de capacidad de almacenamiento en disco suministrado a través de su historia con el precio en dólares constantes por megabyte de memoria) la pendiente de la misma fue del 53 por ciento, lo que en términos prácticos significa que cada vez que se duplicaba el número de terabytes, el coste por megabyte caía al 53 por ciento de su nivel anterior. Esto representa una variación mucho más abrupta de la declinación de precios que la que suministra la pendiente del 70 por ciento observada en los mercados de la mayoría de los otros productos microelectrónicos. El precio por megabyte ha ido disminuyendo en alrededor del 5 por ciento por trimestre durante más de veinte años.

      El impacto de los cambios tecnológicos

      Mi investigación sobre la razón por la cual tantas empresas líderes encontraron tan difícil permanecer al frente de la industria de las unidades de disco me condujo en primera instancia a desarrollar lo que podríamos denominar la “hipótesis del palo enjabonado”: mantenerse a tono con la inexorable acometida de los cambios tecnológicos era equivalente a tratar de escalar un palo recubierto de jabón humedecido. Uno tenía que apelar a todos sus recursos para llegar hasta arriba, y si en algún momento se detenía, siquiera fuese para recuperar el aliento, rápidamente se venía abajo.

      Fi­gu­ra 1.3. Cur­va de ex­pe­rien­cia de los pre­cios de las uni­da­des de dis­co

      Fuen­te: La in­for­ma­ción se ob­tu­vo de di­ver­sos ejem­pla­res de Disk­/Trend Re­port.

      Este estudio me condujo a obtener una visión totalmente diferente de los cambios tecnológicos, que la que hubiera sido inducido a esperar como resultado del trabajo de estudiosos anteriores sobre el mismo tema. Esencialmente, me reveló que ni el ritmo ni la dificultad de los cambios tecnológicos tuvieron que ver con los fracasos de las empresas líderes. La hipótesis del “palo enjabonado” estaba, pues, equivocada.

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