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de verdad, de esos con todas las letras, y que lo amaba más que nunca. Estaba tan emocionada que no lo dejó terminar y lo interrumpió con la intención de decirle que ella pensaba exactamente como él, que había pensado en decírselo también. Por un instante pensó que era el inicio de una historia de amor de esas con las que una mujer siempre sueña, hasta que Gastón agregó:

      —Pero, obviamente, una vez separados nos vamos a vivir juntos enseguida. Yo no tengo diecisiete años para hacer de noviecito. Yo quiero arreglar todo enseguida e incluso pedir la custodia de mi hija, blablablá…

      Él siguió hablando, aunque Camila dejó de escuchar. Ni un minuto había durado aquel hombre ideal, que de pronto se había convertido en una especie de arrogante, egoísta y exigente como no lo había visto hasta ahora. ¿De qué hablaba? ¿Cómo que irse a vivir juntos enseguida? ¿Por qué quería la custodia de su hija? En definitiva, su esposa era una buena madre. ¿Qué clase de egoísta era él? ¿No pensaba en las niñas? Debían adaptarse a la situación, que sin duda les afectaría. ¿No pensaba en el resto de la familia? ¿Qué apuro había? Él y Camila se amaban, sí, pero tenían que conocerse y tiempo había de sobra, eran jóvenes y con una vida por delante.

      Ella le manifestó todo lo que estaba pensando, tratando de disimular su decepción (había hecho conjeturas demasiado rápido y con expectativas demasiado altas).

      Aunque parezca mentira, él, en cierto modo, esperaba esa reacción de parte de Camila. No se mostró tan sorprendido ni enfadado como supuestamente debería haber estado, sino todo lo contrario. Mostrándose comprensivo le dijo:

      —Está bien, pero entonces dame un tiempo. No puedo separarme ya si no tengo la certeza de que, inmediatamente, vamos a vivir juntos. Entiendo tu postura, pero entonces hagamos todo con más calma, tomémonos unos meses y vamos resolviendo de a poco.

      Camila estaba confundida. ¿Al final, entonces, él qué quería? Su reacción la hacía sentir aliviada, sí, pero también desconcertada.

      Años después entendería que él la conocía mejor de lo que ella pensaba y que todo aquello había sido meticulosamente planeado. Él era un gran manipulador. Sabía desde el inicio que ella nunca hubiera aceptado que se fueran a vivir juntos enseguida y por eso se lo dijo, para manipulary controlar la situación. En realidad, nunca había tenido la intención de separarse.

      La hora de la primera clase había pasado volando y decidieron no entrar a la próxima lección. Él la llevó como siempre a la parada del autobús y se despidieron con un beso que no tenía el sabor de siempre, sino uno un poco amargo, incierto.

      Durante todo el viaje de regreso, ella lloró en silencio. Pensaba que era mejor desahogar su angustia antes de pasar a recoger a su hija, que estaba en casa de su madre. Es que su madre siempre se daba cuenta de todo; de hecho, ya estaba sospechando algo y se lo había preguntado:

      —¿En qué andas? ¿Está todo bien? Te noto extraña… Las madres siempre intuyen.

      ¡Lo amaba tanto! No sabía cómo interpretar lo que acababa de pasar. No le había gustado esa forma arrogante y exigente con la que le había hablado, ni tampoco que se mostrara tan decidido para al final después retroceder y decirle que entonces no se separaría ahora, sino en unos meses y de a poco.

      ¿Cómo se separa uno de a poco? Será que Camila era muy determinante cuando se proponía algo, pero ese «en unos meses y de a poco» no lo entendía.

      Se preguntaba si no hubiera sido mejor aceptar la propuesta de él, aunque le pareciera una locura; y entre pensamientos e hipótesis llegó a una sola y clara conclusión: se separaría. Más allá de cómo continuaría su historia con Gastón, ella se separaría.

      Llegó a lo de su madre, recogió a su hija y se fueron juntas a su casa. A veces su marido pasaba a buscarla por la casa de su madre, pero ese día no, ese día él llegaba un poco más tarde del trabajo y habían acordado encontrarse directamente en la casa para cenar todos juntos.

      Después de la cena y de que se durmiera la niña, ella le habló. No quería esperar un día más. Y sin pensarlo y como si las palabras se salieran solas de su boca le dijo todo:

      —Me quiero separar. Te fui infiel, pero no es por eso por lo que me quiero separar, sino porque ya no te amo. Te engañé y lo siento, te lo juro, pero si lo hice es precisamente porque ya no te amo. No sirve como excusa, pero es la verdad.

      Él estaba dolido, pero no sorprendido. A pesar de ser un tanto egoísta, era un buen tipo y no era estúpido, lo sospechaba desde hacía un tiempo. Camila era demasiado transparente para disimular sentimientos y su marido la veía enamorada últimamente y sabía muy bien que no era de él.

      Camila se puso a llorar, pedía perdón y repetía que lo mejor era separarse. En ese momento su marido, uno de los tipos más tranquilos del mundo, se enfureció, la tomó por el cuello y literalmente la levantó y la puso contra la pared mientras la seguía sosteniendo por el cuello. Los pies de ella quedaron elevados a centímetros del suelo. Ella se sorprendió, pero no tuvo miedo en ningún momento. Le concedió esa reacción sabiendo que él jamás le haría daño. Y no se equivocó: después de un minuto, él la soltó y también lloró.

      Los dos lloraban, pero pensando en la niña trataban de contenerse y de no gritar. Ella hubiera preferido verlo enfadado y no sufriendo de esa forma. Él le repetía una y otra vez:

      —Tú, justo tú, la persona de la que menos uno lo esperaría, la mujer que siempre ha enarbolado la bandera de la fidelidad. ¿Justamente tú?

      Se tomaba la cabeza y lloraba como un niño. Después empezó a culparse y a decir que era su culpa por haberla descuidado, por no ocuparse como era debido de ella y de la niña.

      Cada palabra de él era como puñaladas para Camila, la hacía sentir el ser más horrible del planeta. Qué incoherente era todo. Sentirse horrible por haberse enamorado no suena lógico, pero en esas circunstancias lo era.

      Después de un rato, él se calmó y fue al dormitorio.Volvió con un bolso con ropa y le dijo que se iba y que volvería por el resto de sus cosas el fin de semana. En definitiva, esa casa era de los padres de ella y casi todo lo que allí estaba también, así que era fácil la división de bienes.

      Cuando él se fue, ella se quedó triste y llena de culpa, pero sintiendo un alivio enorme.

      Gastón tomó la noticia como algo lógico, como si fuese lo que correspondía, aunque, por supuesto, solo por parte de Camila, ya que él necesitaba unos meses, como ya había dicho.

      Y los meses pasaron y pasó un año que se hizo cuesta arriba para ella. No era fácil ser vista por toda la familia como la infiel que había destruido un matrimonio. A nadie se le ocurría pensar por lo que ella estaba pasando, lo que había sentido y soportado. A nadie le interesaba analizar las circunstancias por las que se llega a una infidelidad, o sentir un poco de empatía o compasión. No, claro que no. Era más fácil juzgar.

      Además de aquellas miradas acusadoras de su familia, debía soportar también todas las desventajas de ser «la otra»: tenía que responder a las indirectas de su ex y lidiar con la economía, porque no es fácil para una mamá separada llevar adelante una casa cuando la cuota alimentaria es poca y el trabajo no alcanza.

      Para Gastón, por el contrario, era todo fácil: él tenía su familia bien constituida frente a la sociedad, una buena situación económica y, cuando podía organizarse, hacía sus visitas a Camila y gozaba de los momentos que ella le brindaba como mujer enamorada que atesoraba y estiraba cada minuto que él, de sobra, le daba.

      No era una situación justa ni pareja. Pero a veces el amor nos ciega, nos anestesia y solemos soportar injusticias en su nombre.

      Cada vez que Camila le recordaba que el tiempo estaba pasando, él respondía enseguida reprochándole:

      —Si hubieses aceptado mi propuesta aquella tarde en la facultad, ya estaríamos juntos. En cambio, ahora se ha complicado la situación con la niña, que empieza la escuela. Necesito tiempo, unos meses más.

      Excusas, excusas y más excusas. Ella

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