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neogranadino. Del total general de 292 cartas, 174 (60 %) provienen de distritos parroquiales y localidades correspondientes a la provincia de Bogotá, que en ese momento había sido dividida por el Congreso, de acuerdo con el nuevo espíritu constitucional de descentralización, en tres jurisdicciones más: Cundinamarca, Zipaquirá y Tequendama, de donde provienen 46 misivas más que, si las unimos a las de Bogotá, da un total de 220 cartas (75 %). Es decir, que fue la sabana de Bogotá la que tuvo el mayor impacto por los sucesos acaecidos el 17 de abril de 1854.

      En todo caso, el resto de cartas que provienen especialmente de las provincias nororientales (Tunja, Vélez, Tundama y El Socorro) indican las territorialidades directamente impactadas por el golpe del 17 de abril, a consecuencia de las campañas militares que promovió el melismo para someter los actuales departamentos de Boyacá y los Santanderes, y de paso poder penetrar el Magdalena para acceder a la costa.

      Sin embargo, como lo veremos más adelante, a pesar de que el proyecto melista no logró ser hegemónico en todo el territorio nacional, sí existieron movimientos de simpatías en varias regiones, pero por su carácter fragmentado y desarticulado fácilmente fue sometido por las fuerzas constitucionales locales. A pesar de lo señalado, la geografía de las cartas publicadas indica el impacto directo y los vínculos que la dictadura tuvo en ciertas regiones del país, como se aprecia en la figura 1.

Figura 1. Número de cartas por provincia

      Fuente: elaboración propia con base en las cartas publicadas en este libro.

      Igualmente, un análisis de las fechas en las cuales fueron escritas las esquelas permite identificar los momentos de mayor cohesión que tuvo el régimen. Si asumimos la idea, como lo han señalado diversos autores, de que los procesos de centralización estatal se pueden medir en parte por el número de comunicaciones que circulan de la periferia al centro, al ser este un indicativo del nivel de intensidad de relaciones que se sostienen con un eje político, sin duda las cartas sugieren que fueron los meses de junio, julio y agosto donde el régimen tuvo un mayor contacto con sus epígonos en diversas localidades, justamente en el momento en el que Melo y sus seguidores habían logrado dominar las provincias de Tunja, Tundama, Vélez y El Socorro, y avanzaban sobre Pamplona, donde finalmente fue frenada la campaña militar (ver figura 2).

Figura 2. Número de cartas por mes

      Fuente: elaboración propia con base en las cartas publicadas en este libro.

      En resumen, si bien el acervo documental publicado no es el total de cartas que el general José María Melo y otros altos funcionarios melistas recibieron de sus seguidores en diversas partes del país, es, sin duda, una muestra que refleja parcialmente la geografía y las relaciones directas que tuvo el gobierno de facto que se instaló en Bogotá la madrugada del 17 de abril de 1854.

      La idea de publicar las cartas, en primer lugar, es brindar a la comunidad académica y a la ciudadanía en general interesada en el tema una información valiosa sobre uno de los eventos políticos más significativos de la historia del siglo XIX, que aún es objeto de debate9. En segundo lugar, el epistolario es, además, una ventana para observar lo que estaba ocurriendo dentro del gobierno melista, como los conflictos internos entre artesanos y oficiales del Ejército y entre civiles y militares, así como los esfuerzos para someter los territorios inmediatos a la sabana de Bogotá. Además, contiene información sobre los mecanismos implementados para controlar el territorio y extraer recursos para el sostenimiento del Ejército. Se trata, entonces, de un insumo que permite entender, por fuera de los prejuicios ideológicos, una de las etapas más fascinantes y polémicas de nuestro siglo XIX, permitiendo estudiar de manera más ecuánime un acontecimiento que hasta hoy es objeto de amplios debates, pero, por lo general, comprendido más desde las pasiones políticas o como arma de batalla para legitimar ideales y poco investigado desde las fuentes primarias y, en especial, de las fuentes producidas por los mismos seguidores del general golpista10.

      Esperamos, de esta manera, contribuir al estudio de las guerras y los conflictos decimonónicos al entregar a la comunidad académica y lectora del país estas fuentes primarias para un periodo que, repetimos, sigue siendo objeto de debates por fuera de la investigación académica juiciosa y responsable, que es la que consideramos que necesita la nación para comprender nuestro pasado y no instrumentalizarlo para un fin político, como lo hacen actualmente ciertos hombres de la vida pública, por fuera de cualquier trabajo empírico y que legitima posturas que poco contribuyen a la construcción de tejido social y sí alimentan las narrativas de odio, de la guerra sin fin y de la tragedia que hoy tiene atrapada a la ciudadanía colombiana.

      Las cartas en mención se encuentran en el Instituto de Investigaciones Históricas José María Arboleda Llorente, más conocido como Archivo Central del Cauca (ACC), las cuales reposan en el fondo Tomás Cipriano de Mosquera. Sin duda, la razón de que estas cartas se encuentren en este repositorio documental se debe a que el general caucano durante algún momento de la toma de la capital del país a inicios de diciembre de 1854, a la cabeza del Ejército constitucional del norte, debió confiscarlas directamente al general Melo o a uno de sus subalternos.

      Se decidió con el equipo de trabajo modernizar la ortografía de las cartas para facilitar su lectura y hacerlas asequibles a un mayor número de personas. De igual manera, se eliminaron las abreviaturas. Estos cambios se hicieron siempre y cuando no comprometieran el sentido original del texto y con la premisa de conservar el lenguaje propio de la época. Finalmente, se han introducido notas a pie de página que proporcionan información sobre los personajes mencionados en el epistolario y algunos de los eventos que se mencionan para dotar de una mejor comprensión los textos transcritos. Consideramos que estas notas ayudarán a orientar al lector y serán provechosas para futuras investigaciones. No está de más aclarar que se privilegió en este ejercicio a personalidades poco notorias o de escasa visibilidad a nivel nacional, de ahí que no se encuentren comentarios sobre individuos descollantes como Tomás Cipriano de Mosquera o José Hilario López, al considerar que son bien conocidos en la historia nacional.

      La elaboración de las citas se ha hecho con base en la prosopografía que en la actualidad viene adelantando Luis E. Prado Arellano, con base en documentación que reposa en el Archivo Central del Cauca (en el denominado Archivo Muerto, am) y de otros repositorios históricos regionales, junto con diccionarios biográficos poco utilizados por los historiadores profesionales en la actualidad.

      El presente libro es el resultado de una investigación titulada “Memorias, diarios y guerras civiles en el siglo XIX” (ID del proyecto 4994), apoyada por la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad del Cauca, y forma parte de una línea de trabajo del grupo de investigación “Estado-Nación: organizaciones e instituciones”.

      Finalmente, debemos agradecer a diversos historiadores que, con sus lecturas juiciosas, charlas y comentarios, nos han hecho recomendaciones para el estudio introductorio, como David Fernando Prado Valencia, Daniel Gutiérrez Ardila y Joaquín Pinto Bernal.

      LOS AUTORES

      Notas

      1 Una síntesis de este debate y la crítica al concepto de clase se puede encontrar en Geoff Eley y Keith Nield, El futuro de la clase en la historia ¿qué queda de lo social? (Valencia: Publicaciones Universitat de Valencia, 2010), 15-30. También fue central para la crisis de este concepto marco de la agencia política la noción de experiencia de Thompson. Una aproximación a dicho asunto se puede consultar en William H. Sewell y M. Farrandis Garrayo, “Cómo se forman las clases: reflexiones críticas en torno a la teoría de E. P. Thompson sobre la formación de la clase obrera”, Historia Social, n.° 18 (1994), 77-100. La apertura al concepto de género, sin duda alguna, se debió a Joan W. Scott, Género e historia (México: Fondo de Cultura Económica, Universidad Autónoma de Ciudad

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