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sus metas, pero sus alegrías me parecen ofensivas. Y es entonces cuando quiero regresar a mi realidad: mi realidad virtual. Y es cuando me evado del mundo, cuando le encuentro sentido: su lentitud y su peso acompañan al mismo ritmo mi dolor, mi llanto intenso e incontrolado. Y es entonces cuando solo hay una persona que tiene derecho a estar, a acompañarme, a llorar conmigo: mi compañero. Él.

      Así que mi mundo virtual lo lleva una especie de caballo desbocado. Mis emociones responden claramente a mis pensamientos. Soy consciente de que tengo otra hija, así que intento que el caballo vaya al trote y con la cabeza bien alta para transmitirle la sensación de que todo va bien, que todo está en su lugar y que nosotros, sus padres, llevamos las riendas.

      Y me gustaría que este fuera el punto final y que no hubiera ninguna solicitud de aclaración a continuación. Pero la hay. El caballo va solo y tiene todo el mundo por delante. Esto me provoca un miedo hasta ahora desconocido. Un miedo que me asfixia y no me deja respirar. ¿Será la falta de oxígeno lo que hace que viva en otro mundo?

      *****

      De Lluna

      A Carolina

      Miércoles, 12 de noviembre del 2014

      Hola Carolina,

      No sabes cómo te agradezco la confianza de compartir conmigo lo que escribes. Te imagino delante del ordenador concentrada en narrar lo que sientes, poniendo palabras a tu maraña de emociones. Creo que escribir te hace bien, sacas fuera lo que te duele y, de alguna forma, lo ordenas.

      Ayer releí las notas que guardo sobre etapas y procesos de pérdida para encontrar pistas y perspectiva para acompañarte. De algún modo, has perdido el ideal de hija saludable que querías, y esto ha desencadenado una tempestad de reacciones emocionales que son el caballo desbocado del que hablas. Y, además, no hay certezas, no hay diagnóstico. No sabéis de manera cierta para qué os tenéis que preparar.

      Esta es una primera fase de preocupación, es la intuición de saber que algo no va bien, más allá de lo que digan los médicos. Incredulidad, resistencia, miedo, rabia, aislamiento… todo mezclado. Acercándome e intentando imaginar lo que sientes, te puedo asegurar que no eres extraña ni anormal; eres como las demás personas que pasan por situaciones de dolor intenso, de dolor que sale del fondo del corazón.

      El mundo va a su ritmo, el de cada día. El vuestro parece más lento, a pesar de que la cotidianidad sigue su curso. En estos momentos, quizá la misma cotidianidad pueda ayudar a transitar la espera.

      Ayer, cuando nos llamamos, te escuché angustiada. Aun así, tienes las riendas del caballo más agarradas que hace un par de días. Ya hablas de lo que sientes, lo escribes, lo compartes y lo respiras.

      Lo que te dices a ti misma en estos momentos imagina el peor escenario de un desastre. Sin embargo, respecto a esto sí que puedes hacer algo: no alimentarlo; quedarte en el presente e invitar a la preocupación a ser realista y poco proyectada hacia el futuro. Ya habrá tiempo, para el futuro.

      También me atrevo a preguntarte…

      Ahora, en este momento, ¿con quién puedes compartir lo que sientes, tal como lo sientes?

      Respecto al resto de la gente, ¿cómo puedes estar tan segura de que su vida es mejor que la tuya?

      ¿Qué momentos de respiro puedes encontrar para ti?

      Ahora mismo, ¿qué hay de bueno en tu vida?

      «Acompañar conjuga distintos verbos:

      estar, reír, llorar, descansar, compartir, soltar…»

      (Julio Gómez, del libro «Cuidar siempre es posible»)

      3.

      Me declaro culpable

      De Carolina

      A Lluna

      Miércoles, 25 de febrero de 2015

      Ya tenemos el diagnóstico. El destino no nos da tregua, no nos da descanso. El diagnóstico es punzante, desgarrador. Desgarrador, sí. En un instante ha hecho pedazos todas nuestras esperanzas. La pesadilla continúa: ahora el caballo desbocado ya ha tomado una dirección clara y, por mucho que intente con todas mis fuerzas que se desvíe y tome otro camino, es inútil. Su fuerza y determinación no tienen freno.

      Cuando las neurólogas se reunieron para darnos el diagnóstico, solo recuerdo una nube espesa apropiándose de mis pensamientos. No podía pensar. Supongo que a esto se le llama shock. Inmediatamente, las lágrimas se apoderaron de mí y un nudo en la garganta, más intenso que nunca, me impidió emitir ningún sonido. Solo recuerdo que, una vez más, tenía a mi pequeña en brazos y la estreché con fuerza, como si así la pudiera defender de unas palabras que dictaminaban una realidad que no deseaba para ella.

      El viaje a casa se convirtió, de nuevo, en una pesadilla. Las preguntas se iban filtrando por las grietas de las nubes espesas, atropelladamente, sin descanso… ¿Por qué yo? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué a ella?

      Han pasado ya tres días desde la reunión y estas preguntas todavía se repiten una y otra vez, aliñadas con otras… ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Qué he hecho mal? ¿Qué estoy pagando?

      Y encuentro respuestas para todas. «Era demasiado feliz… Lo teníamos todo… Aquel día herí a alguien… Necesitaba un golpe vital como este…».

      No me cuesta encontrar mi culpabilidad, pero me enerva ver que puede agarrar a mi hija por el brazo… Su cuerpo es tan suave, tan pequeño, tan inocente…

      Estos días, el sueño no descansa en nuestra cama, pero cuando consigue hacerse un hueco y abro los ojos por primera vez, me cuesta discernir qué es cierto y qué es falso de todo esto. Solo hace tres días, pero no necesito más que los segundos previos a poner el pie sobre el suelo frío para desear que mi pequeña no esté.

      ¡Que no esté! ¡Yo, su madre! ¡Desear su desaparición! La culpabilidad me invade milésimas de segundo después de tomar conciencia. Pero ya es demasiado tarde, o así es como lo siento. Me percato de que deseo que mi hija sea diferente. Me doy cuenta de que busco en su mirada y en sus movimientos cualquier confirmación de que el sistema médico se ha equivocado. Percibo que de manera inconsciente alejo a mi hija de mí. Me doy cuenta que se me hace muy difícil habitar el mundo con estas nuevas normas.

      *****

      De Lluna

      A Carolina

      Miércoles, 25 de febrero de 2015

      Cómo esperaba tus noticias… Esta noche estaba inquieta.

      Tengo la tentación de preguntarte mil cosas sobre la enfermedad, pero no lo haré. De esto ya habláis con los médicos.

      De lo que hoy me escribes, me llega y me conmueve el coraje y la valentía de expresar lo que sientes aunque venga del fondo de las tinieblas. Sí, esto que sientes también forma parte del proceso y del momento de shock que llega con una noticia radical de fractura, de rotura, con una vivencia de naufragio. Estoy convencida de que, a medida que la emoción estalla y se reconoce, está ya en proceso de transformación.

      Hablas de culpa. Ya te lo he escuchado decir en algunas conversaciones y ahora ocupa el centro del escenario. De acuerdo, ya lo has dicho. Ahora es necesario ponerle freno. Me atrevo a decirte que cortes, radicalmente y cuanto antes mejor, el camino a la interpretación de lo que pasa como si fuera en contra tuya; no sirve de nada. No estás en condiciones de perder el tiempo o las energías tras este castigo que te impones a ti misma.

      También hablas de la vida en función de una dicotomía entre felicidad y tragedia que, además, hay que equilibrar. Esto te pasa factura. Quieres encontrar una explicación, la que sea, y quizá no todas las

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