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refleje normas más democráticas. En algunos sentidos, la nueva arquitectura institucional se está polarizando más que la anterior. De ahí que no resulte sorprendente que los intentos de diseñar reformas políticas democratizadoras no tuvieran eco entre la opinión pública. Está demostrado que alcanzar un grado de consenso en la sociedad acerca de lo que se necesita hacer es una meta difícil de lograr (2006: 8).

      Las dificultades en hallar los consensos básicos que permitan la actuación institucionalizada democrática son producto de un complejo conjunto de factores que son analizados en este libro. Drinot, por ejemplo, examina cómo el racismo —y las desigualdades que surgen a partir de él— son fundamentales para entender el funcionamiento de nuestras débiles instituciones, sean estas públicas o privadas.

      El carácter excluyente de muchas de las políticas públicas y las mismas concepciones con respecto al gasto estatal, están imbuidas con una concepción del “otro” no blanco “[...] como depositario y agente de la pobreza, el atraso cultural y el fracaso nacional” (2006: 25). Esta exclusión se ve reforzada, paradójicamente, por los programas sociales que deberían tener como función fundamental establecer y proteger los derechos sociales básicos de todos los ciudadanos. Francke analiza la evolución de estos programas en el país y constata que ha predominado un manejo clientelista, en el cual los criterios políticos partidarios y el personalismo propio de un sistema construido alrededor de un caudillo o patrón, han socavado las posibilidades de construir un sistema gestionado con eficiencia y eficacia.

      Finalmente, existen muchos intereses en el país que serían afectados si existieran instituciones sólidas, y de ahí la resistencia o inacción frente a reformas institucionales orientadas a fortalecer el papel del Estado. Durand considera que “[...] la gran empresa se ha acostumbrado a operar con un Estado ineficiente y corrupto pero funcional para la defensa de sus intereses” (2006: 189). Se refiere a las resistencias a las diversas regulaciones (laborales, defensa de consumidor, ambientales, sanitarias) y las posibilidades de escabullirse debido a la corrupción.

      Hay otras aproximaciones que corresponden más bien a la relación entre la ética y el desarrollo, tema que ha estado cobrando importancia en los últimos años, incluso desde las ciencias económicas.17 Amartya Sen (2003), premio Nobel de Economía, es uno de los que ha trabajado con más dedicación la relación entre virtudes como la honestidad, la confianza, la equidad y la justicia, con el proceso de desarrollo y el crecimiento económico. Para Sen, el medio y el fin del desarrollo es la libertad, pero:

      [...] resulta difícil entender una perspectiva de libertad que no tenga a la equidad como elemento central. Si la libertad es realmente importante, no puede ser correcto reservarla únicamente para unos pocos elegidos. En este contexto es importante reconocer que las negaciones y violaciones de la libertad se presentan típicamente bajo la forma de negar los beneficios de la libertad a algunos aun cuando otros tienen la plena oportunidad de disfrutarlos. La desigualdad es una preocupación central en la perspectiva de la libertad (2003: 11).

      De ahí que Sen considere que no basta el “esclarecido interés propio” para lograr una ética del comportamiento conducente al desarrollo, sino que son necesarias instituciones que impulsen los valores de la libertad y la justicia. Para él “[l]a fuerza de la conexión valorativa de la ética con el desarrollo depende de las instituciones, y existen significativos elementos para probar esos enlaces de forma más profunda” (2005: 37).

      Françoise Vallaeys (2002) ha utilizado esta aproximación en el caso peruano, intentando entender las dificultades que enfrentamos para construir una sociedad democrática, en la cual se respeten los derechos y se cumplan las normas. En su opinión, el desarrollo necesita de confianza y esta se logra sobre la base de costumbres de conducta ética que permitan generar la expectativa de que las cosas ocurrirán como deben de ocurrir. Añade que esto no se puede lograr por decreto porque no se puede obligar a nadie a ser moral, mas sí se puede crear un ambiente social que promocione el cambio.

      La situación actual de la sociedad peruana, sin embargo, es de crisis moral, producto de la desigualdad, el autoritarismo, el debilitamiento de la comunidad, los desplazamientos, entre otros fenómenos, que en conjunto se constituyen en formidables obstáculos a la búsqueda y el logro de intereses comunes y de consensos. Como consecuencia, prevalece la tendencia del “sálvese quien pueda” y del “todo vale”. Estas tendencias, según Vallaeys, no siempre se construyen en un vacío de valores, sino que con frecuencia tienden a edificarse sobre la base de valores tradicionales como la amistad, la lealtad y la jerarquía, pero que se vuelven perversos en una sociedad en proceso de modernización que busca construirse precisamente sobre la base de la igualdad, los derechos y la democracia.

      Para Vallaeys, el patrón moral tradicional lleva a personalizar nuestras relaciones, condicionando el respeto a la norma o conducta ética de acuerdo con lo que nos conviene a nosotros o a nuestros allegados. Santos Anaya también examina la personalización de nuestras relaciones en su ensayo sobre la dinámica individuo-persona en la sociedad peruana:

      En el Perú (como en otras sociedades de Latinoamérica —Brasil, por ejemplo—) nos resulta difícil pensarnos y tratarnos, en espacios públicos, como individuos anónimos que merecen igual trato y respeto. Los desconocidos o extraños no son para nosotros con-ciudadanos, sino más bien personas dotadas de características peculiares que exploramos con lupa lo más que podemos (1999: 6, cursivas en el original).

      Santos señala que el lenguaje jerarquizador cobra vida en la expresión: “¿Sabes con quién estás hablando?”, que busca marcar distancias y privilegios entre el locutor y los demás. Este lenguaje, puntualiza el autor, se utiliza de diversas maneras: para el logro de un privilegio o excepción, para defenderse de la discriminación y para que se cumpla la ley.

      En cada una de ellas se apela no al derecho, sino a una posición personificada, a arreglos sociales informales pero vigentes y a evocar privilegios muy propios de una sociedad con un pasado estamental que se niega a morir. El espacio público se convierte, así, en un escenario de pugnas por ubicarse en una jerarquía fugaz, en un orden forjado de acuerdo a personajes y circunstancias, más que de consensos entre individuos anónimos.18

      Esta breve revisión nos muestra cómo la tendencia hacia lo particular, hacia la excepción y no la regla, está fuertemente arraigado en la sociedad peruana. Desde el mismo proceso histórico de nuestra fundación, en la cual se genera la excepción y la laxitud como mecanismo de cooptación de los criollos, hasta la actualidad, en que se ha convertido en una estrategia de supervivencia en una sociedad con instituciones débiles e inoperantes. Todo esto contribuye a generar una cultura que algunos llaman del “arreglo”, otros del “todo vale” y unos más la denominan “combi”.

      Estas miradas diversas también concuerdan sobre la debilidad de las instituciones —especialmente las democráticas— y su efecto sobre la exclusión. Para Santos, esto se manifiesta de dos maneras. En primer lugar, en la ley injusta, aquella que tiene nombre propio, que beneficia a un grupo pequeño pero que causa daño a muchos. Esto le resta credibilidad al sistema de normas y a las instituciones que legislan. En segundo lugar, en la poca acción de las instituciones estatales para hacer valer los derechos de los individuos anónimos.

      Después de examinar estas aproximaciones, nos podemos preguntar: ¿Es realmente necesario añadir otras miradas y perspectivas para entender nuestra relación con las normas? Considero que hay dos aproximaciones que no han tenido igual desarrollo en la pesquisa de esta temática. Por un lado, se necesita desarrollar más la mirada interna, es decir, qué ocurre en las mentes de las personas y cómo procesan el supuesto deseo de orden construido sobre la modernidad, al mismo tiempo que permanentemente se refugian en la excepción estamental y la premodernidad.

      Desde la década de 1980, se ha ido construyendo un importante bagaje de estudios desde una perspectiva interna, en especial desde el psicoanálisis, para entender la identidad nacional, la vivencia de la injusticia, la pobreza, el terrorismo, la corrupción y, más recientemente, la discriminación racial.19 Pero aún existe un campo importante, casi virgen, para examinar cómo los procesos socioculturales responsables de la formulación y generación de normas inciden sobre la vida psíquica.

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