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contribuir esta investigación. Lo que proponemos en este trabajo es tratar de entender la predisposición hacia lo particular y lo personal desde una mirada estructural. Es decir, observar cómo la configuración de nuestras relaciones sociales y su estructuración en grupos, redes y organizaciones nos conducen hacia el particularismo. Cómo, a pesar de los buenos deseos e intenciones, resulta más factible y hasta racional optar por conductas que debilitan la llamada sociedad formal e institucional; aquella que debería garantizar los derechos ciudadanos, principalmente la igualdad y la convivencia nacional.

      Sin duda existen diversas formas de aproximarse al mundo de nuestras relaciones y cómo estas se estructuran. En el presente trabajo, no obstante, optamos por la utilización del término capital social. Como veremos más adelante, a pesar de que tiene múltiples definiciones y formas de medición, la mayoría de los analistas concuerdan que capital social se refiere a los recursos reales y potenciales que tienen los actores sociales (individuales y colectivos) por el hecho de ser integrantes de una determinada cultura y estructura social.

      La idea detrás del concepto es relativamente sencilla e intuitiva. La mayoría de los recursos que una persona necesita y desea están en manos de otros (acompañamiento, cariño, influencia, bienes, servicios) y sus vínculos sociales son los que permiten acceder (o no) a ellos. Los vínculos sociales, sin embargo, no se crean de la nada. En primer lugar, están fuertemente determinados por factores adscritos, especialmente la familia, el parentesco, las relaciones de género, entre otros, los cuales influyen decisivamente durante toda la vida, pero especialmente en nuestros años formativos. El barrio, la escuela, los clubes, la universidad, el mundo de las relaciones sociales de nuestros padres, son algunos de los múltiples aspectos que inciden en el tipo de personas que conocemos y con quién nos relacionamos. En segundo lugar, el mantenimiento y la ampliación de vínculos requieren dedicación, normalmente de prácticas de reciprocidad y del cumplimiento de obligaciones mutuas. En este campo, las normas juegan un papel importante, ya que marcan e indican las conductas esperadas. Por ello, y para ser consecuentes con el término capital, algunos analistas hablan de “inversión” en las relaciones sociales (Lin 2000).

      Al decir de White (1992), nuestra identidad se construye sobre la base de nuestros esfuerzos de ejercer control sobre una realidad que lejos de ser ordenada o predeterminada, es contingente a los espacios y relaciones que construimos. Es, en este sentido, que la estructura no es impuesta directamente sobre el individuo, pero sí tiene peso —a veces determinante— en la generación de espacios (por ejemplo la organización del territorio), en la distribución de recursos y oportunidades (estratos y clases sociales), en los conocimientos y capacidades que tenemos (vía el proceso de socialización).

      Lo mismo ocurre con el establecimiento de vínculos y relaciones (por ejemplo, la tendencia a la homofilia), que sí tienen peso sobre cómo intentamos ejercer este control. Giddens (1986) considera que la estructura existe virtualmente —en recursos esenciales como la memoria, las capacidades, las reglas— y que toma vida (se actualiza) mediante la acción.

      Las inversiones en las relaciones sociales varían según la clase de vínculo y las finalidades que cumplen. Por ejemplo, Lin (2002) diferencia entre los vínculos de acuerdo a cuán cercanos y afectivos son. Hay vínculos relativamente distantes, que por lo general nos sirven para sumar recursos y con los cuales tenemos una finalidad instrumental. Si necesitamos información sobre las posibilidades de empleo en una corporación grande, utilizamos nuestra red de contactos para obtenerla, instrumentalizando los vínculos para estos fines. Los vínculos cercanos, al contrario, sirven más bien para mantener (y no necesariamente sumar) los recursos ya poseídos. En estos casos, nuestra finalidad es de carácter expresivo. Esto tiende a ocurrir en las relaciones familiares y de amistad, vínculos en los cuales, además, la instrumentalización está mal vista.20 En resumen, el tipo de capital social que tenemos, es decir, el mundo de nuestros vínculos, sus características y estructura, tienen un peso esencial en cómo desarrollamos nuestra sociabilidad, en los recursos a los cuales tengo acceso o derecho a reclamar y, por ende, en cómo puedo satisfacer mis necesidades. Un ejemplo nos ayudará a comprender este punto.

      ¿Por qué se nos recomienda no prestarles dinero a los familiares? Es evidente que todos podemos responder esta pregunta porque sabemos que resulta difícil separar una relación afectiva de una transacción comercial financiera. Podemos imaginarnos una situación en la cual un hermano le presta dinero a otro y, debido a que el monto es cuantioso, el deudor ofrece su casa en garantía. Seguimos con nuestro ejemplo: el hermano deudor no cumple durante muchos meses, forzando a que el hermano prestamista ejecute la garantía y deje al deudor y a su familia en la calle. La tragedia llega a los medios televisivos y a nuestros sensacionalistas noticieros. Para la opinión pública, ¿quién sería el villano de nuestro relato?: ¿el hermano deudor y su “perro muerto” o el hermano prestamista que deja a su propia sangre en la calle y prioriza el “vil metal”? ¿Y si la situación hubiera sido la misma pero el prestamista fuera un banco?

      Como indica Nan Lin, es evidente que hay vínculos que no nos significan “mayores ganancias” o que no agregan recursos a los ya disponibles, pero que son importantes porque nos acompañan, nos apoyan y nos brindan afecto y seguridad emocional. En otras palabras, nos brindan recursos sociales esenciales pero que no se pueden acumular individualmente como sí podría hacerlo con el capital económico. Hay otros vínculos, no obstante, en los cuales el cálculo racional e instrumental son pertinentes dado el tipo de recurso que controla. Esta diferencia tiene que ver más con aspectos estructurales que culturales. La cercanía del vínculo es un asunto de estructura social, comenzando con la institución de la familia, la comunidad, los amigos y el barrio. Nacemos con parte de esa estructura predeterminada, por ejemplo, nuestras relaciones adscritas, como en nuestro ejemplo, el hecho de ser hermanos. Estas posiciones — en este caso su cercanía— tienen efecto sobre nuestra conducta, más allá de la cultura particular que informa nuestras acciones.

      Más adelante, en el capítulo 5, veremos cómo en una investigación se descubre que la mayoría de los clientes de los comerciantes ambulantes en el distrito de Independencia (Lima) se conocen entre sí (familiares, vecinos, amigos). El hecho de que la relación económica sea construida sobre la base de una relación cercana preexistente, conduce a serias restricciones en la orientación instrumental que debería ser parte de todo negocio o relación comercial. El capital social de estos comerciantes les asegura la clientela, pero debido a su tipo, reduce considerablemente el margen de lucro.

       3.1 Relación cultura-estructura

      Lo expresado no implica que la cultura ocupe un lugar secundario en la determinación de nuestra conducta, sino que existe más bien una relación estrecha y dialogante entre esta y la estructura. En este sentido, Ann Swindler (1986) argumenta que la cultura genera mecanismos mediante los cuales los individuos y los grupos organizan experiencias y evalúan la realidad. Esto lo hace proveyéndoles de un repertorio de ideas, hábitos, capacidades y estilos, que son seleccionados de acuerdo con las características propias de la realidad vivida, es decir, de la estructura. Quienes conducimos autos en el Perú conocemos bien el Reglamento de Tránsito y nuestras calles están repletas de señales que nos guían o advierten al respecto. Sin embargo, al conducir optamos con frecuencia por no seguir las normas, porque sabemos que los demás tampoco lo harán y porque la Policía no es eficiente cuando se trata de sancionar las infracciones. Cuando viajamos a un país con un tráfico ordenado y una Policía eficiente, la mayoría de nosotros no necesitamos reeducarnos al momento de alquilar y conducir un auto, sino que inmediatamente aplicamos lo ya conocido, porque resulta lo más apropiado en ese contexto. Así, se pone fin a la idea de que la cultura es un conjunto de normas, valores y usos monolíticos que llevan a los individuos y colectivos a un número sumamente reducido de patrones de conducta o pensamiento, opciones o reacciones.21 Por el contrario, al reconocer el carácter de repertorio, nos abre la puerta para entender cómo los actores sociales analizan realidades dinámicas y cómo crean y seleccionan modelos de conducta para adaptarnos a ellas.

      Durston

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