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grandes temblores en Lima fueron como se ve 50, 57, 59 años: desde el último de 46 a este han corrido 60. Quiera Dios haya cerrado el intervalo correspondiente… (Moreno [1806]).

      En esencia, lo que Moreno ofrece es un conjunto de informaciones que giran alrededor de la mención de la duración del sismo, su relevancia, los efectos en las edificaciones civiles y religiosas de Lima, el área afectada, algunas reflexiones generales, y hasta una invocación a la misericordia divina, pero no hay especificaciones respecto a la violenta salida del mar en el Callao, la cual, en efecto, podría servir de base para sugerir la acción de un tsunami. En otras palabras, la sola consulta de la fuente oficial original no le sirvió a Polo para insertar la información de tsunamis que acompañaron al terremoto. De las otras referencias que anotamos en nuestro Catálogo, puede decirse que la de Bachmann copia íntegramente a Polo —sin reconocerlo— y que la de Silgado es una apretadísima, pero exacta, síntesis de lo consignado por Polo.

      En resumen, lo que sabemos sobre el sismo de Lima y el tsunami del Callao, de 1806 —el mayor después de sesenta años—, se basa en una fuente original desconocida, consultada tanto por Córdova como por Polo, aunque citada, al parecer, de manera más completa por el segundo.

      Otra consideración respecto al cotejo de las fuentes se vincula al hecho de que algunas veces los autores no son fieles a la información original. Una inexactitud flagrante se revela al comparar las afirmaciones de Silgado con fuentes originales, cuando describe el sismo acaecido en Arequipa, en 1812, en los siguientes términos: “Enero 3, a 11 horas. Fuerte temblor en Arequipa. Castelnau dice que duró 50 segundos…” (Silgado 1978: 37). En cambio, lo afirmado por Polo, quien reproduce directamente la relación de viaje del conde de Castelnau, es distinto: “… 3 de enero, a las 11h y 45m de la noche, fuerte temblor en Arequipa, que duró 40 segundos…” (Polo 1899: 28). Aun cuando ambos se refieren al sismo en términos de fuerte temblor, de la comparación se revela que Silgado está equivocando tanto la hora de ocurrencia como la duración. Aunque la diferencia sea nimia, los geofísicos sí que podrían apreciarla.

      En ocasiones, cuando se comparan con las fuentes originales, los catálogos históricos revelan errores. La fecha de ocurrencia del inusual sismo de 1813, en Ica, ha sido consignada erróneamente con una diferencia de dos meses respecto a la verdadera. El cosmógrafo José Gregorio Paredes, contemporáneo al hecho, afirmó que el “… 30 de mayo de 1813 sucedió un temblor en Ica que causó en sus edificios una ruina lamentable…”. Córdova y Urrutia pareciera haber consultado directamente la Guía de aquel, y mantuvo dicha fecha: “… En 30 de mayo de 813 acaeció en Ica un fuerte temblor que causó en sus edificios una ruina lamentable” (Córdova y Urrutia [1844] 1875, VII: 142).

      El error aparece, primero, en el catálogo de Polo, quien señala como fecha de ocurrencia “30 de marzo”, además de la hora, aunque inserta información más abundante, proveniente de El Investigador, diario limeño en el que apareció la noticia:2

      … El 30 de marzo, día del santo del Rey Fernando VII, hubo un terremoto en Ica, a las 4 y 1/2 de la mañana, que duró un minuto. Se destruyeron las casas y templos; murieron 32 personas con el Presbítero D. Pedro José Guerrero, aparte de una mujer a quien el día siguiente mató una pared al caer. Del Desaguadero de Chanchajailla hasta Garganto se abrieron grietas desmedidas en el cauce del río y vertieron copiosísimos raudales de agua hedionda y cenicienta. Se rompieron como 4000 botijas de aguardiente en las haciendas, y fueron grandes los destrozos. Quedaron en tierra la iglesia del Señor de Luren, que respetó el terremoto del 13 de mayo de 1644, y la del Convento de San Agustín…

      Como sucede con frecuencia, Silgado (1978: 37) resume la información de Polo: “… Marzo 30 a 04:30. Terremoto en Ica, se destruyó las casas y templos, muriendo 32 personas. Grandes grietas se formaron en el cauce del río, del cual surgió gran cantidad de lodo…”. En consecuencia, a efectos de su inclusión en el catálogo, consideraremos una referencia original (la de Paredes, indicando la fecha) y una secundaria (los datos de Polo, presumiblemente extraídos de un periódico contemporáneo a los hechos) como válidas.

      Si procedemos a analizar la obra de Silgado, se nos plantea un conjunto de interrogantes. Las primeras se vinculan a su aparente arbitrariedad cuando elige incluir en su catálogo un evento sísmico. Por ejemplo: ¿por qué, de los 39 sismos ocurridos en Arequipa a lo largo de 1812, apenas elige uno: el del 3 de enero? Al calificarlo de fuerte temblor, se podría entender que fue el único que presentó tal característica. Sin embargo, en la fuente original —el relato del viajero francés Castelnau—, cada uno de los 39 sismos aparece con la misma denominación: fuerte temblor. Es evidente que los geofísicos se llevarían una imagen distorsionada de la actividad sísmica arequipeña si siguieran acríticamente el testimonio de Silgado.

      Cabe hacer, por último, una suerte de síntesis de la sismicidad regional del siglo XIX. Lima es la ciudad de la que se tiene la mayor cantidad de registros, seguida de Arequipa, con base en una consulta más amplia de fuentes; por el contrario, las demás ciudades cuentan con una ínfima cantidad de referencias: con tres están Cusco (1804, 1823 y 1832), Ica (1813, 1839 y 1845) y Piura (1814, 1845 y 1857), y con dos, Arica (1810 y 1815) y Moquegua (1833 y 1868). Apenas una referencia tuvieron Ayacucho (1861), Tacna (1861), Trujillo (1863), Jauja (1807) y Chanchamayo (1839). Gran sorpresa revela otro tipo de movimiento sísmico, ya no telúrico, sino sentido en el mar: fenómenos que suscitaron tanta extrañeza se sintieron frente al mar del Callao en 1828 y 1847.

      En realidad, la suma de registros para Arequipa viene de la riqueza del catálogo publicado por Castelnau. Y es de tal índole valioso, pues existen años para los que la única referencia, no solo para Arequipa, sino para todo el Perú, proviene de tal fuente: es el caso de los años 1819-1822, 1824-1826, 1828-1830 y 1832.

      También es amplia la lista de viajeros que llegan al Perú a lo largo del siglo XIX: sobre todo europeos —entre ellos, franceses, ingleses y alemanes—, arriban al país por múltiples razones. Científicos, o simplemente aventureros, opinan sobre el Perú. En la primera mitad de ese siglo llegan expediciones científicas, principalmente francesas. Así, en la década de 1820, arriban las expediciones de los barcos La Vénus o La Bonite. La última en hacerlo estuvo al mando del conde Francis de Castelnau, quien reunió un equipo de científicos para observar los diferentes aspectos de la naturaleza sudamericana. Después de recorrer Brasil y Bolivia, la expedición ingresó al Perú por el sur, por el río Desaguadero, iniciando un periplo que, al cabo de unas semanas, la condujo hasta Lima.

      Debemos a Castelnau la publicación de la más exhaustiva recopilación de sismos peruanos en el siglo XIX. Estando en Arequipa, tuvo acceso a los apuntes de Miguel Pereira, quien había emprendido la ardua tarea de registrar los sismos ocurridos en dicha ciudad en treinta y cinco años; en efecto, entre 1810 y 1845 se habían registrado 931 sismos, la mayoría de ellos sentidos en Arequipa. Sin ese carácter exhaustivo, pero dejando testimonio de la sensibilidad que se suscita a raíz de una experiencia sísmica, encontramos el bello relato de Flora Tristán sobre el terremoto de 1833, que lo vivió apenas llegada a Arequipa.

      Otros viajeros también fueron fuente de información. El relato de Stevenson sobre los sismos sentidos en Lima en 1805 y 1810 es valioso y, al parecer, único entre las fuentes contemporáneas. En otras ocasiones, el relato del viajero informa sobre sismos percibidos en regiones inhóspitas, en las que no había ninguna presencia del Estado; es el caso de Tschudi, cuyo testimonio, único y valioso, insertamos para el sismo en Chanchamayo en 1839.

      En definitiva, el estudio de la sismicidad histórica del siglo XIX es interesante, no solo por la posibilidad de ir desentrañando el complejo modo en que se ha ido configurando la información disponible en la actualidad, sino por las vías abiertas a investigaciones posteriores; en tal sentido, la consulta de las Guías de Forasteros abre insospechadas posibilidades de búsqueda. En ocasiones, la información sísmica que aportan las Guías no es lo suficientemente exacta como para identificar las características

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