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inspiración local la dio Pedro Cordero y Velarde, folclórico periodista y candidato presidencial, con un discurso tawantinsuyano tocado por la demencia real-maravillosa. Camotillo era parlanchín y tinterillo, autoritario y demagogo, pero desde su pedestal de fantasía, era un defensor del pueblo.

      Casualmente, el mismo Cordero y Velarde había inspirado a Guido Monteverde, primero en la prensa cómica y luego en televisión, El estudio del doctor Rochabús, encarnado por un atrabiliario Alex Valle que conversaba de política con un cholito simplón apellidado Mamani, para nada emparentado con Tulio, de temas calientes como la nacionalización de la Brea y Pariñas. Rochabús confrontaba a Belaúnde que era “Belagogo”, imitado por Ramón Alfaro; Haya, que era Faya de la Torre y lo perpetraba Ricardo Tosso, u Odría, que era el general “Podría” en versión del gordo Nerón Rojas, además de variopintos comparsas, entre los que estaban Hugo Loza, Teresa Rodríguez y debutantes como Camucha Negrete y Justo Espinoza “Petipán”.

      La colaboración de Polo con Tulio siguió forzando espacios al humor criollo, hasta que se abrió uno estrecho pero bastante pintoresco y concurrrido, el callejón de Roncayulo (Antonio Salim) y Doña Cañona (Jesús Morales), al que más tarde se sumó Alicia Andrade, nueva Doña Cañona, rebautizándose la primera como Doña Epidemia.29 En varias temporadas esta invasión criolla, en medio de la estudiada choledad de Tulio, topó el rating del programa. De las chispas de esa fusión inamistosa se alimentará el futuro achoramiento de las risas ochenteras.30

      Los “callejones de un solo caño”, expresión revitalizada por una jarana de Nicomedes y Victoria Santa Cruz, fueron mistificaciones criollas de un melting-pot limeño que se abría rítmico y feliz al mestizaje con la negritud —el único invitado frecuente del sketch era Juan Buitrago, el negro “Gutapercha”— pero que se resistía a darle peso gravitante a la choledad, a pesar de que Tulio, el supercholo, era el sorprendido anfitrión del programa. Cuentan que Mirna Loza, la esposa del cómico, fue a interceder ante Alberto Terry para que separara o suprimiera esa incómoda coda del show de Tulio, pero este replicó que tenía una sintonía imbatible. El callejón de Polo, Salim y Morales hubiera sido el hábitat ideal del Pablo Zambrano de Donayre y ahora lo era, con música y letra (hay 14 discos editados por Sono Radio donde los protagonistas aparecen indistintamente solteros y compadres espirituales, pareja flirtera y hasta casados y su mundillo es bautizado como “Callejón de la Puñalada”, “Callejón de los Misios” y gentilicios por el estilo) de la angurria doméstica, el chismorroteo de las vecinas inamistosas, el sexismo impenitente del desaliñado Roncayulo —polo a rayas de bacán bajopontino venido a menos, a lo Pepe Biondi, y barba coloreada con lapiz— y un fraseo rápido y cachaciento, provocador ante la lengua oficial, que más adelante, puesto en boca de una nueva generación cómica, se llamará simple “achoramiento”.

      Camotillo fue el principal culpable de la discontinuidad de Tulio en los setenta. Su discurso nacionalista, edificante y cholificante cayó muy bien a Velasco, pero su tinte de derecha y sus primeras críticas a las reformas le ganaron varias clausuras. En medio de ellas hizo cine —en 1969 llevó a la pantalla grande a Nemesio y en 1974 fue Allpa’kallpa, del argentino Bernardo Arias— y se lanzó cual Peña Ferrando a recorrer el país con vedettes y comediantes, cuando no estaba estacionado en Lima. En la década estatista solo volvió por temporadas, como las muy accidentadas de El Chou... lo Loza en canal 4 a partir de 1972 (con su hermano Hugo, Alicia Andrade, el “Feo” Guillermo Campos, César Ureta y Juan Buitrago “Gutapercha”, el primer afroperuano constante del humor local desde que se convirtió en visitante frecuente del callejón de Roncayulo) y las de Telecholo (mayo de 1975), obra de Telecentro, donde enmudeció a Camotillo, recicló sketchs varios y descubrió a la primera estrella femenina del achoramiento, la deslenguada “Elsa-Pito” o Nancy Cavagnari. Tulio recién retomó continuidad en 1980.

       Vuelta de tuerca

      A los esfuerzos cómicos del 5 —Tulio Loza tuvo el top del ranking por varias semanas en 1965— el 4 respondió sin mucho aliento. Gaspar Pumarejo incluía pantallazos cómicos en sus espacios y El show de los King se relanzó en junio de 1965. Los Rey ya habían tenido temporadas previas en el mismo 4, donde llegaron en 1960 acompañados de la colombiana Mariela Trejos, y en el 13, donde montaron, con la Junta de Asistencia Nacional (JAN), la primera ‘telemaratón’, así denominada, en la Navidad de 1963, desplayando la candorosa comicidad de Rodolfo (México, 1925) y Ramón Rey Castañeda (1927-1974), Cachirulo y Copetón, respectivamente, a quienes se sumaba el gordo Nerón Rojas, Rosita Valdez y el ballet de Nino Contreras. Pero el humor de este tándem clownesco con ínfulas de cine —participaron en la producción de los filmes Operación Ñongos (1964) y Bromas S.A. (1967)— era muy inocente para provocar la risa adulta y no le quedó más remedio al 4 que orientarlos hacia el público infantil, a los “chingüengüenchones” a los que Cachirulo seguirá regalando, aun después de la muerte de su hermano Copetón en 1974, zalameros besos volados.

      Cuando Johnny Salim Facuse fue jalado por el 5 (véase, en este capítulo, el acápite “El único tío”), América instó a los King a tomar su lugar sin abandonar su show cómico semanal: Cachirulo y sus cuatronautas será desde enero de 1968 el espacio de la autoindulgencia de los Rey en travesuras (Cachirulo daba la cara solo y su hermano Copetón ayudaba tras bambalinas, al igual que su futura esposa, Ana María Vargas “la Marcianita”), coreografías y humores ejecutados con entusiasmo, y hasta con un toque de experimentalidad gracias a la coartada galáctico-modernista. En efecto, los “Cuatronautas” llegaron a la Luna antes que los astronautas del Apolo XI. En 1970, el furor nacionalista les aconsejó regresar a México, pero el canal 7 los invitó un par de años más tarde. Siempre ganó Johnny en el ranking, aunque hay que notar que el sobrio paternalismo de Salim estará menos presente en la sucesora Yola Polastri, que ese candor ñongo e infantil a su revejido modo, de los King. Cachirulo —llamado así desde niño, pues su apodo (“parche” en México) hacía alusión a que era el único hijo ojiazul de la familia, mientras que Copetón era un mexicanismo que aludía al “rulo” que llevaba su hermano sobre la frente— no era un tío, era un amigable e infatigable niño grande.

      A fines de 1965 el 4 tenía sus pasajeros Miércoles de buen humor mientras el 5 grababa especiales con Niní Marshall “Catita”, en los que la argentina experta en chistes de gallega contó con el apoyo de Antonio Salim. Más tarde, en 1969, el 5 contrató también para una corta temporada a Leopoldo Fernández “Trespatines”, quien vino acompañado de sus hijos a protagonizar una variante de La tremenda corte, en la que encarnaba a un policía de torpeza clouseauniana y sabor irresistiblemente tropical y personal, a veces uniformado a veces de civil, que cubría un caso a la manera de un sketch estirado y lo remataba en la oficina de su jefe, el invalorable Antonio Salim en equivalencia al juez cubano Aníbal del Mar. La troupe cómica del 5 desfilaba en esos sketchs un tanto morosos pero iluminados por el humor criollo y los enredos idiomáticos e idiosincráticos de Trespatines.

      Entre 1966 y 1967 Panamericana lanzó, con un elenco encabezado por Achicoria, a un El polifacético, de muy corta duración, que hizo girar a Kiko Ledgard como trompo en el sensacional Haga negocio con Kiko, estrenó un aparatoso El show de Scala Gigante y probó convertir a Inés “Chachita” Hormazábal en la Shirley Temple nacional, en el especial La hora feliz; pero la fábrica estaba concentrada en folletines y el humor no encajaba en las ambiciones de exportación serial como no fueran los teleteatros cómicos de José Vilar sobre el amplio repertorio de su paisano Alfonso Paso. Los comediantes, una de sus temporadas, popularizó a Tito Salas, Elba Alcandré y Camucha Negrete. A partir de 1969, se dará pase a sus Matrimonios y algo más, revista cómica del argentino Hugo Moser que tenía la particularidad de utilizar a actores de composición en sketchs con más verbo que gesto. Allí estaban, entre otros, su hermana Lola, Luis La Roca y Ruth Razzetto (segunda esposa de Fernando de Soria, luego de su matrimonio con Anita Martínez, primera actriz de Vilar) grabando en el canal con el productor Jorge Souza Ferreira, y desde 1973 será Teatro como en el teatro, la cita semanal con Paso y afines, cocinada lejos de los sets, en el teatro

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