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para evitar interferencias y acallar las protestas del canal 4 contra la “inviabilidad técnica de dos canales adyacentes”. Genaro Delgado Parker mantenía la gerencia e Isaac Lindley la presidencia del directorio, el hermano Héctor seguía vendiendo sin descanso y el hermano Manuel llevaba dos años al mando de Radioprogramas del Perú,20 dirigiendo una red nacional que alimentaba sus filiales con los programas grabados en Lima, algo similar a lo que el canal, en esta prehistoria del satélite y las microondas, hacía con sus videotapes.

      La fiesta fue armada por Genaro y la quiso, más que latina, auténticamente panamericana. La delegación más numerosa fue la de Estados Unidos. Lucía extraña la presencia de Diane McBain y Edward Byrnes del cast de 77 Sunset Strip, de Bárbara Bouchet y Casey Rogers de Peyton Place, de Ina Ballin, Michael Callan, George Montgomery y la vieja gloria de Hollywood Gene Tierney, todos ellos protagonistas de enlatados de la ABC (los Delgado Parker habían iniciado la ruptura con Goar Mestre y la CBS, como vimos en el capítulo 1, acápite “Canal 2 en dos tandas”) que no venían a cantar ni actuar y no reflejaban ni la producción viva ni las posibles joint-ventures del 5, sino el lado pasivo e importador del imperio. Pero Genaro Delgado Parker quería colocar su efemérides en el calendario del primer mundo televisivo; quería que su gente se codease con la de la ABC, algo que González y Umbert, quienes reposaban en la importación de series yanquis tanto como él, no estaban en condiciones de hacer. Además, el Perú de Belaúnde miraba al Norte con mayor deleite aún que el Perú de Prado. La cultura norteamericana gravitaba sobre el país disputando pantalla a las expresiones latinas, y el 5 debía reflejar la nueva correlación. Poco importaba que en un capítulo de Peyton Place (La caldera del diablo), según denunció un indignado periodista, a un personaje que retorna de Lima se le diga “bienvenido a la civilización”.21

      Por supuesto, la fiesta también fue latina. Los que realmente la armaron, con excepción del cantante Andy Russell, fueron el comediante argentino-mexicano Raúl Astor, que montó unos sketchs y de paso tanteó el terreno para una posible temporada en Lima; la polifacética Silvia Pinal, el notable cómico argentino Joaquín Verdaguer y el cantautor venezolano Aldemaro Romero, que estrenó su pieza Señora Chabuca Granda. Goar Mestre vino de Buenos Aires para ver a Genaro armar la fiesta con sus contactos de la ABC y, de paso, conversar sobre sus negocios en común.

      Pero el invitado estelar fue Belaúnde, nuestro primer presidente de pantalla. Genaro Delgado Parker lo paseó por las instalaciones y le pidió diera el play de honor apretando un botón que echaría el transmisor a andar. Para la audiencia tenía un encargo mayor, lanzar un discurso donde colocó la refundación del canal en una escalada de progreso y de modernización que cogía al Perú entero, y con una irrestricta libertad para expresarse y producir lo que se quisiera. Delgado Parker y Lindley asintieron. Al final, una frase de arquitecto: “La televisión es la ventana que mira al mundo”. Si al terminar 1959, a los tres meses de nacido, los dueños del canal quisieron recibir la nueva década con una precaria transmisión desde el Cerro San Cosme, teniendo como objetivos estratégicos el mercado peruano de arriba a abajo; ahora miraban decididamente al mercado exterior, al que ya habían hecho sus primeras ventas. Sin darse un respiro más allá de esta simbólica refundación, Panamericana prosiguió firmemente el primer proyecto exportador de la televisión peruana.

      Un cálculo técnico, un canje político y la preocupación por el papel de una televisión que empezaba seriamente a arquear las cejas de su entorno social, convencieron a Panamericana de promover un canal educativo. Ellos no se resignaron a llevar encima un número tan agorero como el 13 y apenas pudieron convencer al Ejecutivo de liberar la frecuencia 5 (véase, en el capítulo VI, el acápite “La inocencia perdida”) destinada, según ley, a fines que el Estado determinara, ofrecieron en canje auspiciar una frecuencia cultural.

      Tras decisiones postergadas y vacíos burocráticos, el 13 nació el 30 de agosto de 1967. En 1963 se había nombrado un directorio simbólico en el que estaban, entre otras personalidades, el arzobispo de Lima y el ministro de Educación y Cultura, y se había creado una empresa, Panamericana Asociación de Fomento Cultural, que demoró algunas temporadas en hacer funcionar los viejos equipos del 13 para programar enlatados diplomáticos y transmitir clases con profesores enviados por la cooperación internacional norteamericana. Ante la insuficiencia de esta práctica y lo engorrosa que resultaba para los Delgado Parker absortos en sus planes de conquista del mercado latino, sus socios Lindley los pusieron en contacto con Antonio Pinilla, creativo de la agencia de publicidad Provenza que les había manejado la campaña nacionalista de Inca Kola y, sobre todo, fundador y rector de la Universidad de Lima desde 1962. En abril de 1968 se establecería la Escuela Superior de Cine y Televisión, antecedente de la actual Facultad de Comunicación, y esta podía ser la sede natural de un canal como el 13.22

      Gerenciado por Enrique “Paco” Pinilla, y con Luis Revilla como jefe de producción, el canal 13 de la Universidad de Lima se armó en tres aulas del Pabellón B. La donación incluía equipo de emisión, dos viejas cámaras de torreta, una antena y los servicios del técnico Manuel Serpa. No había transmisor en el paquete, así que se contaría con un equipo de microondas para enviar la señal de la pequeña torre hacia la planta del 5. Esta carencia de transmisor propio fue fatídica, pues cada vez que Panamericana tenía ocupados sus otros equipos de microondas recogía el equipo estacionado en la Universidad de Lima y lo tomaba prestado por unos días, cancelando abruptamente la programación. Aunque el 13 logró frenar dicha costumbre, esta fue una de las razones por las cuales las emisiones del precario canal se limitaron a los días laborables.

      Sin ingreso publicitario y con modesta infraestructura, el 13 limitó su horario a dos horas y luego a tres horas diarias, entre 6 y 9 de la noche. El mayor porcentaje de la programación consistía en enlatados de la USIS norteamericana, de Transtel y también de la Unión Soviética. De la modesta producción en vivo no todo era de casa: el canal donaba horas a varias instituciones públicas como la Junta de Asistencia Nacional (JAN), el municipio, el Instituto Nacional de Cultura (INC), y gremios y colegios profesionales. Los programas hechos en casa, con profesores y alumnos de la Escuela como Pedro Flecha, Marco Gallardo, Vladimir Bucanovich, Carlos Barbachán, Roberto Alva, Enrique Reyes, Oscar Kantor, María Esther Pallant, Luciano Talledo, y muchos otros que lanzaban ideas, sin tiempo de ensayo ni pilotos de prueba. Hubo noticieros internacionalistas como El mundo, variedad de pequeño auditorio como Media hora, entrevistas, debates juveniles, ciclos documentales como el de Personalidades peruanas, medias y cuartos de hora especializados como Karate en el 13 o La fiesta brava en el 13, que conducía el médico de la Plaza de Acho Pedro Gutiérrez; informes de salud, de economía, de la bolsa, del estado de la cuestión en cualquier área, incluyendo la política, pues la poca sintonía del canal lo hacía pasar de largo ante los ojos de los censores.

      Con muchas paras técnicas forzadas, con muy escaso presupuesto y con una programación flexible que hacía difícil su divulgación por la prensa, el canal llegó a su fin durante el terremoto del 3 de octubre de 1974. La escala no fue cataclísmica pero el movimiento fue el suficiente como para causar una desviación en la antena que los técnicos de Panamericana dejaron sin corregir. Accidentalmente, casi como había llegado al campus, feneció el canal 13 de la Universidad de Lima.

      La ceremonia de cambio de frecuencia, 13 por 5, realizada por Panamericana Televisión en octubre de 1965, tuvo doble elocuencia. Los hermanos Delgado Parker refundaron su canal y fundaron una fábrica: la primera y única industria cultural exportadora que el Perú haya tenido. Su producto de punta fueron las telenovelas, y a partir de entonces se quisieron rápidas y baratas, prolongadas, emotivas y enérgicas. El staff y sus creativos ya no se sentarían a discutir programas y horarios sólo para que un gerente de programación llenara hojas cuadriculadas en blanco. Ahora había que pensar a largo plazo y en grande; había que apostar a la reproducción ampliada del sistema debatiendo nociones de productividad y optimización de recursos, implementando turnos de grabaciones y ventas

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