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Lo que dicen de nosotros, analizamos la obra de Sergio Villalobos, Chile y Perú, la historia que nos une y nos separa (Villalobos, 2002). Concluimos entonces que esta difundía la idea del nacionalismo triunfante de Chile. Sostuvimos que el referido imaginario se sustenta en las victorias militares obtenidas por dicho país, así como en el éxito alcanzado en la ejecución de su proyecto político liberal-nacionalista (Parodi, 2010).

      Por el contrario, la Historia de la República del Perú de Jorge Basadre no divulga una visión optimista del Perú, país cuya conducción administrativa y política cuestiona severamente. Esta constatación nos permite afirmar, en la línea de Michael Pollak, que la narración histórica no puede proyectar, sin más, imaginarios maniqueos acerca del pasado que evoca, al contrario, requiere adecuados niveles de verosimilitud para alcanzar a instalarse en la comunidad de destino (Pollack, 1993).

      En segundo lugar, el texto de Basadre constituye una historia nacional. Esta característica se advierte en la configuración ideológica de su obra, así como en algunos elementos retóricos de la misma. La utopía liberal-nacionalista es la finalidad última del relato, la que constituye el eje fundamental de la trama, tanto como el horizonte que el célebre historiador le otorgó a su trayectoria académica y política. El desempeño de los personajes y acontecimientos de la historia se evalúa de acuerdo con su aporte, beneficioso o perjudicial, a la consecución de la referida utopía. Asimismo, se advierte en el análisis la ponderación del heroísmo y de la voluntad combativa como atributos morales positivos del grupo y del individuo, lo que remite a los tópicos tradicionales del nacionalismo decimonónico y a los procesos de construcción nacionales de dicha centuria.

      No obstante, la obra de Basadre se encuadra también dentro de los linderos de la escuela francesa de Annales, pues constituye una historia total de la sociedad materia de la investigación. De esta manera, los capítulos de sus tomos presentan acápites en los que desarrollan los aspectos económicos, sociales, culturales y demográficos de la historia republicana del Perú —los que no forman parte de la materia que estudia la presente investigación— y que se entremezclan con el tratamiento más tradicional de los hechos políticos, administrativos y militares que hemos estudiado en estas páginas.

      En tercer lugar, el discurso que el autor desarrolla en su obra acerca de la nación propia no alcanza a establecer con claridad sus principales características y singularidades. Más bien, encontramos que la ambigüedad es un elemento central en la configuración del sujeto nacional.

      Por ello, hallamos una notable contradicción entre la evaluación negativa de la conducción política del Estado y la exaltación de los altos valores patrióticos adjudicados a la población combatiente. Esta impide una personificación eficaz y homogénea de la nación, pero refleja una alta correspondencia entre la narración histórica y el pasado referido que manifiesta, en los acontecimientos concretos, similares contrasentidos. Paradójicamente, es del mismo imaginario que sugiere el fracaso de la utopía republicana-nacionalista —que se desprende de la narración de los aciagos acontecimientos de la Guerra del Pacífico— desde donde Basadre le da forma al sujeto nacional del futuro, patriótico y abnegado.

      Como cuarto punto, vemos que, en contraposición con el caso peruano, Basadre no encuentra mayores dificultades para proyectar un imaginario homogéneo de la nación enemiga o del otro. En su obra, Chile es personificado como un sujeto nacional cuya eficiente organización lo lleva a lucubrar el ataque, despojo y la destrucción de sus vecinos.

      Chile y los chilenos definirán tempranamente su vocación imperialista, así como las políticas específicas que concretarán la realización de aquella. En tal sentido, el proyecto nacional originario ya perseguía el objetivo de ejecutar un expansionismo pacífico que se tornará paulatinamente violento. Asimismo, la ventaja obtenida en la carrera armamentística simboliza la previsión característica de la conducción política, la que sin embargo se empleará de acuerdo con finalidades perversas.

      La agresividad y el salvajismo se manifiestan en el sujeto chileno cuando ataca militarmente. Este parece ser el último y más central de los elementos con los que Basadre representa al otro. De esta manera, los chilenos son despojados de su humanidad y se constituyen en un ente acechante que amenaza la existencia del yo o nosotros colectivo, en este caso el Perú.

      En síntesis, la Historia de la República del Perú, que Jorge Basadre actualizase hasta la década de 1970, denota la vigencia del proyecto nacional peruano. Las diversas reediciones de la obra ratifican su actualidad como texto fundamental que contiene el discurso oficial sobre el período independiente del Perú. En sus contenidos, no obstante, se aprecia también la crítica a la administración del Estado, la que remite a la necesaria cuota de verosimilitud que legitima el texto histórico, la que el autor interioriza en su producción intelectual.

      Pero antes de dejar a un lado la problemática de la verosimilitud del relato de Basadre, al confrontarse con la realidad relatada, debemos ubicarlo en el contexto del paradigma historiográfico del autor, al que situamos en una transición entre la historiografía positivista, que tiene en Leopoldo Von Ranke a su máximo representante, y la escuela francesa de Annales, de Marc Bloch y Lucien Febvre, con su memorable planteamiento de la historia total, que incorporó a la disciplina el estudio de la sociedad, la economía, las mentalidades, la vida cotidiana, etcétera.

      No obstante, en el relato de Jorge Basadre acerca de la Guerra del Pacífico notamos la preeminencia de lo militar, lo administrativo y lo político; así como la exaltación de los grandes héroes; y es desde esa mirada y desde ese paradigma que ponderamos la verosimilitud de su relato. Al mismo tiempo, la obra Chile-Perú: la historia que nos une y nos separa, de Sergio Villalobos, que analizamos en Lo que dicen de nosotros, difunde un relato que la sociedad chilena adoptó sin problemas y que encuentra en el orden institucional y en la idea de la nación guerrera, a la vez que civilizada, a los pilares fundamentales de su imaginario nacional. Por cierto, ambas tradiciones historiográficas se encuentran actualmente en un proceso de intensa revisión por historiadores cuyo modelo de análisis es más contemporáneo y distinto del positivista, lo que no obsta la vigencia de los imaginarios tradicionales referidos.

      Antes de concluir el presente capítulo, quisiéramos reflexionar acerca de la relación entre un relato del pasado, narrado en los términos que aquí hemos descrito, y los imaginarios que de dicha narración se desprenden y proyectan en la sociedad, la que, a su turno, dialécticamente los convierte en otros relatos parecidos, aunque más sencillos, radicales y sentenciosos. Hemos señalado en varias publicaciones, y en esta misma obra, que una historia nacional que difunde en la sociedad una imagen del otro básicamente asociada a una guerra de conquista y anexión territorial, difícilmente elaborará una visión de ese otro que no lo eternice en el rol del enemigo que amenaza la existencia del yo colectivo.

      Por esta razón es imperativo problematizar esta temática, para establecer la influencia que los imaginarios sobre el pasado tienen en el presente e implementar las políticas culturales y educativas pertinentes. Estas deben trazarse como objetivo que la sociedad pondere las percepciones que hemos referido en estas páginas como una construcción intelectual que, finalmente, remite a acontecimientos que tuvieron lugar en el siglo XIX.

      Con esta meta, en los últimos años, historiadores del Perú y Chile hemos emprendido una serie de proyectos como Las historias que nos unen, que tuve el honor de compilar con el doctor Sergio González, Premio Nacional de Historia en Chile. Su intención fue mostrar a nuestras dos colectividades otros eventos del pasado binacional en los que primaron la amistad, la colaboración y el espíritu integracionista (Parodi y González, 2014).

      Sin embargo, el impacto de estos esfuerzos no calará hondo sin una política oficial binacional que se preocupe por difundir dichos relatos en la escuela, junto con aquellas historias que en efecto nos separan, pues no se trata de invisibilizarlas cuando es definitivo que, en un país y el otro, son constitutivos de la nacionalidad y de los imaginarios con los que el ciudadano incluye al pasado en su identidad personal y colectiva. También por esa razón publiqué el 2014 una compilación que titulé Conflicto y reconciliación. Con ella quise llamar la atención sobre la necesidad de conversar juntos acerca del pasado

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