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embargo, dos excepciones notables por la fuerza alcanzada, su extensión y los efectos que tuvieron. Se trata de los movimientos indígenas de Juan Santos Atahualpa (1742-1756) y de Tupac Amaru II (1780-1781). La expresada localización de esfuerzos facilitó el control por las autoridades coloniales. Debe indicarse, además, que en los intentos subversivos campesinos, los objetivos se circunscribieron a la reivindicación de la tierra y a la liberación de la opresiva red de funcionarios relacionados a la percepción de tributos. En el caso de las dos rebeliones mencionadas, lo que se pretendía era “extinguir” corregidores, suprimir mitas, alcabalas, aduanas y muchas “prácticas perniciosas” (citado por Bonilla, 1981, p. 64). Los grupos criollos, en cambio, se inspiraban en corrientes ideológicas europeas. Sus esquemas, por lo común, estaban cargados de idealismo. No estaban política ni económicamente preparados. Tampoco mostraban coherencia específica de medios y formas ejecutivas. Consecuentemente, no llegaron a impactar al campesinado (Roel, 1970, p. 86; Ponce, 1975, p. 51).

      Como se señaló en la Introducción, históricamente el régimen sanmartiniano se inscribe en el momento inicial de nuestro tormentoso quehacer político, inaugurando así la hegemonía extranjera en los destinos aurorales de nuestra zagal nación. Esta presencia (como la de Bolívar más tarde), sin duda alguna va a constituir un decisivo elemento perturbador en el frustrado intento peruano de constituir un aparato estatal independiente o totalmente autónomo, libre de la intromisión foránea. Asimismo, la castración de esta legítima aspiración nacional, a la larga, atentaría contra la conformación temprana de una clase política sólida, pujante y moderna, tal como ocurrió en otras partes de la región donde no existió ni la tutela ni la injerencia prolongada de agentes externos. Obviamente, el fenómeno fue complejo, agobiante y con muchas aristas, a tal punto que durante casi un lustro dificultó la consolidación del incipiente Estado nacional. Pero estos años, después de todo, nos dejaron algo mucho más trascendente y perecedero que ya hemos insinuado en páginas precedentes: la esperanza (hecha ilusión colectiva) en un país más grande y libre para las futuras generaciones, amén de la primera Constitución Republicana y de las leyes básicas para la organización de la flamante República.

      El general José Francisco de San Martín y Matorras (llamado el “Aníbal de los Andes” por su compatriota y más importante biógrafo Bartolomé Mitre), fue, indiscutiblemente, el primer y más importante estratega de América del Sur. Sus émulos obtuvieron brillantes y sonadas victorias, pero ninguno llegó a igualarlo en talento militar, ni alcanzó su altura en las concepciones de gran aliento. Él pertenece a esa clase de generales que vencieron siempre, sabiendo poner todas las ventajas a su favor antes de emprender una campaña. La improvisación contrariaba su natural inclinación y temperamento; por eso, desdeñándola como propia del talento subalterno, se entregó siempre a la más reflexiva meditación antes de señalar los rumbos a seguir. En consecuencia, la obra de San Martín en América es netamente militar. Su carácter —como veremos de inmediato— no era propio para grandes empresas políticas y su ambición de mando estuvo siempre limitada por las necesidades de la guerra; sus más furibundos detractores reconocen que solo aceptó el gobierno como un medio, en países de reciente creación, para obtener el triunfo de las armas que habían de darnos la libertad. El político e historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna (1924) anota:

      San Martín más que un hombre, simbolizó enteramente una misión, alta y contrastable, terrible a veces, sublime otras. Solo bajo este aspecto providencial y casi divino, es como la historia debe enjuiciar su gran nombre y su gran carrera, llena toda ella de admirable unidad. (p. 72)

      ¡Justo reconocimiento a un hombre de tan inconmensurable talla! Pero, ¿qué puede decirse de la personalidad y del quehacer del egregio militar argentino? Sin ánimo de esbozar una biografía completa, ni mucho menos, a continuación reseñamos los principales hitos de su larga trayectoria vital, siguiendo un orden cronológico y secuencial de los acontecimientos. Natural de Yapeyú (localidad de la provincia argentina de Corrientes), nuestro personaje nació el 25 de febrero de 1778; por lo tanto, era cinco años mayor que el venezolano Simón Bolívar, su futuro competidor en la gesta emancipadora. Fueron sus padres el capitán Juan de San Martín y Gregoria Matorras; ambos de origen español. A los tres años se trasladó con sus progenitores y sus tres hermanos a Buenos Aires, donde aprendió las primeras letras; dos años después, la familia emigró a España. En Madrid, cursó sus estudios escolares en el reputado Seminario de Nobles. En 1789 fue incorporado como cadete en el Regimiento de Murcia, combatiendo (adolescente aún) en Orán contra los moros y, poco después, en el Rosellón contra los franceses. Sus ascensos a segundo subteniente y a teniente segundo los logró en 1793 y 1795, respectivamente. En la desigual guerra contra los ingleses, fue herido gravemente y hecho prisionero en 1798; tres años más tarde, se reincorporó al ejército en calidad de voluntario. A partir de entonces (1801) y merced a su destacada actuación en las filas españolas mereció sucesivos ascensos.

      Al iniciarse la década de 1810, empezó ya a dar muestras de su deseo de contribuir a la libertad de América. Para tal propósito, de Cádiz se trasladó a Londres, donde ingresó a la célebre Logia Lautaro (flamante sociedad masónica fundada por el patriota venezolano Francisco de Miranda); allí conoció al chileno Bernardo O´Higgins, que más tarde sería su entrañable amigo y confidente de muchas aventuras guerreras. De la capital inglesa, el 19 de febrero de 1812 se embarcó en la fragata George Canning con rumbo a Buenos Aires, arribando tres semanas después a su destino. De inmediato, se le reconoció el grado de teniente coronel de caballería y la Junta de Mayo le encomendó organizar el Escuadrón de Granaderos a Caballo. El 12 de noviembre de ese año contrajo matrimonio con María de los Remedios Carmen de Escalada, natural de Buenos Aires y dama de elevada posición social y económica. Al mes siguiente (7 de diciembre), fue ascendido a coronel y al mando de dicha unidad logró un espectacular triunfo contra superiores fuerzas desembarcadas por los españoles. Desde entonces, su prestigio militar se agrandó. Fue nombrado jefe de una expedición enviada en auxilio del ejército patriota que operaba en el Alto Perú y, posteriormente, jefe del Ejército del Norte en diciembre de 1813. Días después (19 de enero), fue ascendido a la alta clase de general; en esta condición se trasladó a Tucumán con el arduo objetivo de instruir y disciplinar a sus hombres. Por su extraordinaria capacidad de organización y empatía, se le confió el cargo de gobernador intendente de Cuyo en agosto de 1814.

      Con el decidido apoyo de su compatriota el general Ignacio Álvarez Thomas, a la sazón director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, organizó el denominado Ejército de los Andes; dos años después (agosto de 1816), fue nombrado su general en jefe. ¿El objetivo? Restablecer, en primera instancia, la libertad de Chile; para ello, atravesó la desafiante e imponente cordillera por el paso de Mendoza. Logró una rotunda victoria en la batalla de Chacabuco, tomando posesión de Santiago. A pesar del revés sufrido en Cancha Rayada, rehízo prontamente su ejército y obtuvo una victoria definitiva en Maipú, consolidando así la independencia de ese país. Retornó a Buenos Aires a informar a las autoridades pertinentes sobre lo acontecido. Establecido nuevamente en la capital chilena, se dedicó de lleno a los preparativos de la Expedición Libertadora del Perú, contando con el apoyo decidido del director de Chile, general Bernardo O'Higgins; al frente de ella, salió de Valparaíso el 20 de agosto de 1820. Su arribo a la bahía de Paracas (Pisco) se efectuó el viernes 8 de septiembre, ante la expectativa general. Ese mismo día, lanzó dos vibrantes e importantes proclamas: una al Ejército Libertador del Perú y la otra a los habitantes del país (reproducidas por Denegri, 1972, pp. 274-275 y 276-278).

      Desde aquel estratégico lugar, ordenó ejecutar, entre otras, las siguientes medidas: dos grupos de avanzada se dirigirían hacia Chincha y Nazca, respectivamente, con el fin de afianzar las posiciones patriotas; el general Juan Antonio Álvarez de Arenales, al mando de una dotación numerosa y bien equipada, se dedicaría a recorrer la zona interior del país (sierra central) para excitar la adhesión de los pueblos a la causa de la libertad; el almirante Thomas Cochrane se encargaría de hostigar a las naves realistas surtas en el Callao y sus alrededores; y él, en persona, establecería el cuartel general en la localidad de Huaura, al norte de

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