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de sectores populares (algunos rurales o semirrurales); aunque casi todos tienen estudios superiores (hay, entre ellos, actores, artistas plásticos y profesores), solo algunos han adquirido formación académica en materia audiovisual. En el segundo caso provienen de hogares de clase media urbanos, y tienen estudios superiores en comunicaciones en universidades de su región.

      Los cineastas de uno y otro tipo de cine regional han creado eventos (encuentros o festivales) para exhibir sus películas y establecer espacios de conocimiento e intercambio de experiencias. Ha habido encuentros en Ayacucho (2009 y 2010, organizados por la Asociación de Cineastas de Ayacucho, y 2015, organizado por Amaru Producciones, de Lalo Parra), Arequipa (2008 y 2013, organizados por Roger Acosta), Cajamarca (2013 y 2014, organizados por Héctor Marreros), Juliaca (2008, 2014 y 2015, organizados por Joseph Lora) y Huánuco (2014 y 2015, organizados por Elías Cabello), que han reunido a realizadores que cultivan el primer tipo de cine, y han tenido algún respaldo de gobiernos o instituciones locales, e inclusive del Ministerio de Cultura (en el caso del I Festival de Cine Regional Ayacucho 2015, cuyo proyecto ganó uno de los premios de gestión cultural en regiones otorgados por esa entidad).

      Encuentros y festivales como Cinesuyu (Cusco); el Festival de Cine de Trujillo; el Festival de Cine Universitario “El cine que nos mueve” de Chiclayo, y Corriente - Encuentro de Desarrollo de Cine de No Ficción de Arequipa, son organizados por cineastas que practican el segundo tipo de cine, con apoyo –en algunos casos– del Ministerio de Cultura en cuanto obtuvieron premios a la gestión cultural en regiones.

      La narrativa de género del primer tipo de cine regional tiene un fuerte componente de oralidad. Los géneros más abordados son el melodrama y el horror. Algunas de las películas de este tipo de cine son habladas parcial o totalmente en quechua (Supay, el hijo del condenado, de Miler Eusebio; Casarasiri, de Joseph Lora), y en los parlamentos en castellano se observa una construcción sintáctica heredada del quechua. El vínculo con la cultura popular y con la tradición es muy fuerte. En los filmes del segundo tipo, por el contrario, hay evidencia de una cultura letrada en los parlamentos de los personajes (Ana de los Ángeles, de Miguel Barreda Delgado), y especialmente en la voz de los narradores (Cable a tierra, de Karina Cáceres), y menos contacto con la tradición popular oral.

      Los dos tipos de cine regional mencionados coexisten en algunas regiones con ciertos matices particulares. En Arequipa, Roger Acosta y Medardo Medina (este último específicamente de Mollendo) representarían al primero, y Miguel Barreda Delgado, Cecilia Cerdeña, la Asociación Monopelao, Karina Cáceres y los demás miembros del colectivo Okupas, al segundo. En Lambayeque, Óscar Liza se halla más cercano al primero, y Manuel Eyzaguirre se ubica plenamente en el segundo. En Iquitos, Dorian Fernández-Moris empieza a desarrollar su actividad a partir del primero, y Christian Bendayán y los cortos de la Asociación La Restinga se acercarían más al segundo. No obstante, la experiencia de la Asociación La Restinga hace pensar en un tercer tipo de cine promovido por organismos no gubernamentales que generan creaciones audiovisuales de artistas surgidos entre la población hacia la cual se hallan dirigidas sus actividades de promoción social.

      Además, es preciso reparar en que existen peculiaridades en cada caso. No es igual el cine de horror ayacuchano que el puneño, y el melodrama cajamarquino tiene diferencias con el juliaqueño. El barroquismo de ciertos filmes experimentales cusqueños que se preguntan por la identidad nacional es casi opuesto al minimalismo descarnado de algunas películas chiclayanas y trujillanas que indagan sobre la soledad del individuo.

      Debe añadirse que, pese a todo, existen vasos comunicantes entre ambos tipos de cine regional señalados. No solo afrontan problemas similares de exhibición y distribución, así como el escaso conocimiento o difusión de su existencia por parte de la prensa, críticos y académicos limeños, sino que sus representantes han compartido varias veces encuentros y escenarios. Chicama, de Omar Forero, fue seleccionada para el I Festival de Cine Regional Ayacucho 2015, lo mismo que Ana de los Ángeles, de Miguel Barreda Delgado, para el Encuentro de Cine Andino de Arequipa (2013), donde Barreda incluso tuvo a su cargo una conferencia sobre dirección de actores. Flaviano Quispe Chaiña, uno de los principales representantes del primer tipo de cine regional fue uno de los invitados en el Festival de Cine de Trujillo de 2014 (donde Omar Forero fue miembro del consejo consultivo).

      Lo que revela, en general, el llamado cine regional es una variedad de tipos, formas y contenidos. Una riqueza que puede crecer con el debido respaldo institucional. Pero, a pesar de su evidente importancia, este cine no es suficientemente difundido en el ámbito nacional, y es casi invisible en Lima. A ello ha contribuido, sin duda, su escasa exhibición en el circuito comercial de los multicines (solo doce largometrajes estrenados allí), pero también la poca atención que le han dedicado los medios de comunicación, la crítica especializada, los cineastas de la capital, los centros académicos y las entidades del Estado.

      Cabe anotar que el término cine regional que emplearemos en este libro es discutido por los mismos cineastas. Varios de ellos lo encuentran despectivo, al igual que la denominación ‘cine provinciano’. Prefieren que se hable simplemente de cine peruano; sin embargo, al llamar ‘cine peruano’ a este cine se corre el riesgo de invisibilizarlo. Durante años se ha identificado al cine peruano con el cine hecho en Lima. Algunos de los mismos directores entrevistados, al ser preguntados por las películas peruanas que recordaban, respondieron citando filmes limeños, y solo al pedirles que nombraran películas “regionales” mencionaron a las no producidas en la capital. El director arequipeño Miguel Barreda ha sugerido sobre el particular que se hable de “cine peruano arequipeño”, “cine peruano ayacuchano”, “cine peruano puneño”, etcétera; es decir, de cine peruano como producto con una denominación de origen específica. En cualquier caso, desde hace veinte años estamos ante un nuevo cine peruano que representa escenarios, prácticas culturales, vivencias y sensibilidades antes ausentes en las pantallas del país. Un cine cuyo desarrollo en el futuro depende no solo del talento y tesón de sus realizadores, sino, en gran medida, del apoyo institucional que se le brinde.

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