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concordancia necesaria de otros con este juicio”.5 La discusión acerca de lo que es bello es en Kant el fundamento para que el hombre pueda “progresar y mejorar”. Y el egoísta estético es quien se opone justamente a dicho progreso:

      “El egoísta estético es aquel al que le basta su propio gusto, por malo que los demás puedan encontrarlo o por mucho que puedan censurar o hasta burlarse de sus versos, cuadros, música etc. Este egoísta se priva a sí mismo de progresar y mejorar aislándose con su propio juicio, aplaudiéndose a sí mismo y buscando sólo en sí la piedra de toque de lo bello en el arte”.6

      Además de los mencionados egoísmos lógicos y estéticos también debe ser evitado el egoísmo de tipo moral en el ámbito de la razón práctica. Tal egoísmo es caracterizado por el hecho de que reduce “todos los fines a sí mismo, [y] no ve más utilidad que la que hay en lo que le es útil, y [lo que] pone meramente en la utilidad y en la propia felicidad”. Este egoísmo es propio de “quien llega a no tener ninguna piedra de toque del deber, el cual ha de ser absolutamente un principio de validez universal”.7

      En el contexto de los posibles egoísmos, la exigencia de Kant es que debemos actuar siempre y en todo de forma pluralista. El pluralismo es, pues, “aquel modo de pensar que consiste en no considerarse ni conducirse como encerrado en el propio sí mismo al mundo entero, sino [que] como un simple ciudadano del mundo”.8 Esta exigencia de una orientación pluralista del hombre se vincula estrechamente con la oportunidad de hacerse consciente de las limitaciones y posibilidades del saber. Solamente cuando incluimos en nuestro propio enjuiciamiento el propio y el ajeno “tener algo por verdadero”, podemos entonces evitar los egoísmos que pueden convertirse en una forma de dogmatismo o fundamentalismo. La comprensión de los límites del saber de nosotros y de los otros en cada juicio debe convertirse así en una máxima moral.

      Por otra parte, la actualidad de Jean Paul se halla, según nuestra convicción, en su reconocimiento del humor como una disposición universal y fundamental del hombre. La incongruencia y lo insensato, aquello que es la base de una situación cómica, son generalizados y son entendidos de esta manera como una caracterización básica de la esencia sensible-racional del hombre. A través de la universalización del juicio de humor se establece una forma de igualdad entre los hombres. El humor es, de esta forma, democrático por naturaleza, y es con ello la expresión de un derecho humano que indica la posibilidad de liberarnos, por lo menos temporalmente, de la comprensión de la propia finitud y la tontería (Torheit). A través de la universalización en la forma de la idea estética de la poesía, la finitud es por tanto convertida en algo infinito y abre un contacto con algo suprasensible.

      Ahora bien, para Kant el hombre es entendido como un ser racional-moral que debe ser “mesurado” en todas las relaciones vitales, debido a la pretensión universal de la moralidad. Esto también tiene consecuencias para el aspecto de la comunicabilidad universal, pues en los ámbitos en los que, en base a la filosofía crítica, tenemos que decir directamente que se trata de juicios estrictamente subjetivos. La comunicabilidad universal se obtiene por el hecho de que dicho juicio se encuentra en relación estrecha con la razón práctica, es decir, con la libertad, la ley moral y el respeto. Así es, por ejemplo, en el ámbito de los juicios estéticos sobre lo sublime. El juicio sobre lo sublime no está sujeto a un sentido común, tal y como lo es en el caso, por ejemplo, del juicio del gusto. Pero ya que el sentimiento del placer crece dentro de lo sublime en base a la conciencia del hombre de ser un ente racional; y porque la libertad y la moralidad son necesarias y universalmente válidas, podemos presuponer en este camino la comunicabilidad universal de lo sublime. A lo bello está sujeto, como se ha mencionado, un sentido común que nos permite esperar la validez universal de dicho juicio en todos los hombres. Más allá de esto, lo bello en Kant está relacionado siempre con la filosofía práctica. La belleza es descrita en la Crítica del discernimiento como un símbolo de lo moralmente bueno. Gracias a esta conexión de lo estético y la moral es posible fundamentar la validez universal de los juicios estéticos. En el ámbito de las ideas de la razón y al interior de su teoría del conocimiento, Kant llega al resultado de que en estricto rigor no podemos saber nada de Dios, la inmortalidad y el alma, a causa de una falta de relación con la sensibilidad. Aquí no existe, por lo tanto, ninguna posibilidad de comunicabilidad universalmente válida. Este tipo de juicios son así pura especulación. En el ámbito de la razón práctica, sin embargo, tenemos que atribuir absolutamente una cierta pretensión de saber a las ideas de Dios, la inmortalidad y el alma, para poder comprender al hombre como ente moral. La forma de exhibición de dichas ideas, sin embargo, sólo puede realizarse en base a los rendimientos de una transmisión de tipo análoga. Hablamos en este ámbito de una comunicabilidad universal, y entonces es preciso hablar aquí de la comunicabilidad universal de las analogías. Semejante comunicabilidad universal se basa sobre todo en la aplicación del lenguaje. Esta comprensión es válida también para Jean Paul, quien discute, de hecho, un posible acceso al saber de las ideas trascendentales tomando como base la calidad metafórica del lenguaje.

      Un especial punto de unión entre Kant y Jean Paul se da en el ámbito de los sentimientos comunicables, es decir, en el ámbito de los estados del ánimo (Gemütsstimmungen). Kant descubre en el ámbito de los juicios estéticos, y de los sentimientos que se generan en base a estos juicios, una condición que hace posible objetivarlos y generalizarlos. Jean Paul, por su parte, llega, dentro de sus reflexiones estéticas, a la concepción de una “síntesis orgánica” (organische Synthese), y de un “realismo de los sentimientos” (Realismus der Gefühle), como precondición de la comunicabilidad de los sentimientos causados por los juicios estéticos dentro de la poesía. En la revalorización del sentimiento en el proceso del saber dentro de la constitución estética del hombre, encontramos un claro paralelismo entre nuestros dos pensadores.

      Después de la revolución de la manera de pensar en Kant ya no es posible volver a hablar más de un saber absoluto del hombre. El hombre, también en su facultad de saber, aparece como un ciudadano de dos mundos. La razón humana lo tiene como una particularidad en la que es posible la especulación, y puede de este modo poner a la vista un conocimiento por encima de las capacidades humanas. A la vez, el pensador crítico debe tener conciencia de que este saber es solamente un saber ilusorio, porque las ideas no tienen relación alguna con la sensibilidad. La razón, por consiguiente, tiene que ponerse en relación consigo misma. Ella misma tiene que reconocerse como la causante de su propio arte de persuasión, y tiene que distinguir estrictamente el límite entre lo que se puede saber (y conocer), y lo meramente especulativo. Especular no está, por lo tanto, prohibido, pero tampoco puede servir como base de la certeza. En el ámbito del arte, por ejemplo, el juego con la apariencia (la ilusión, [Schein]) es parte crucial de la propia determinación esencial del arte. En este juego, no obstante, la apariencia aparece en forma abierta.

      La filosofía de Kant y de Jean Paul se comprometen, al fin y al cabo, con un pensar de la diferencia. Se trata entonces de un pensar de la limitación, de los puntos de vista y de los distintos horizontes del saber de los individuos. Es verdad que en el nivel trascendental se puede decir sin duda que la comunicabilidad es un principio trascendental, pues, de lo contrario, no habría ningún tipo de comunicación. Pero la comunicación no significa, en el nivel antropológico, que necesariamente se realiza una comunicación efectiva. Y esto es lo que experimentamos cada día, lo que vivimos de hecho en un mundo donde falta la comprensión y abunda el malentendido. En este nivel, la comunicabilidad depende del respectivo modo de tener algo por verdadero (Modus des Fürwahrhaltens). El saber es un modo de tener algo por verdadero, equivalente a los modos del opinar y del creer. Esto, para Kant, ya tiene consecuencias filosófico-morales, pues lleva a la exigencia de respetar siempre el juicio del otro, que probablemente juzga desde un modo de tener por verdad diferente al de nosotros. Para Jean Paul se hace posible, de este modo, el acceso para poder enfrentar la falta de comprensión y la incongruencia en el mundo a través del humor. El humor descubre en este sentido las “tonterías” del hombre y las generaliza. El sentimiento que se constituye en el humor es parecido al sentimiento del respeto, y garantiza por ello la comunicabilidad universal de los juicios sobre el humor.

      La posición de Jean Paul es interesante en este contexto, porque, por un lado, se opone a la filosofía trascendental de Kant en forma meta-crítica, y, por otro, comparte sin embargo el resultado kantiano de una

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