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obispo tenía claro que su vocación era muy sólida y que su ambiente familiar era digno de confianza. El clérigo Montini siguió vistiendo de modo civil hasta el 19 de noviembre de 1919, cuando su abuela Francisca le regaló la primera sotana. El rector era monseñor G. B. Pé, un sacerdote reservado, inteligente y comprensivo. Un año antes (1915) Italia había entrado en guerra. Esta guerra había alejado a muchos sacerdotes de su ministerio y, a los clérigos, de su tranquila preparación para el sacerdocio, al ser llamados al frente como enfermeros o a los hospitales para echar una mano.

      A partir de noviembre de 1919 vive en el seminario

      A mediados de noviembre de 1919 pasó a vivir en el seminario y se vio «sometido» a los requisitos canónicos previos a la ordenación sacerdotal. Y hasta febrero de 1920 fue recibiendo las llamadas «órdenes menores»: tonsura, (coronilla), ostiariado, lectorado, acolitado, como paso previo a las mayores: subdiaconado, diaconado y presbiterado. La seriedad con que iba dando los pasos hacia el sacerdocio lo muestra una carta a su amigo Andrea Trebeschi, en la que le decía: «Ya soy subdiácono. Y lo soy tras unos días de ferviente meditación, tan tranquilos y robustecedores como pocos hasta ahora en mi vida. Experimento la alegría de este paso que me distancia para siempre de mi pasado y de sus deseos humanos, para enriquecerme con las promesas y las fatigas de la consagración total y, en estos días, con la fuerte dulzura del amor más puro».

      El Seminario de Brescia olía a farmacia

      Montini no entendía aquella guerra en la que sus amigos, como Lionello Nardini, tenían que irse al frente como subtenientes de artillería, y lo mismo su compañero del alma, Andrea Trebeschi, que se había incorporado como oficial del ejército italiano. Pero a él lo habían declarado inútil. El seminario olía a farmacia, y solo quedaban seis seminaristas. Las habitaciones y otros rincones libres servían de complemento del hospital de Brescia. Y allí las escenas eran terribles: jóvenes mutilados, mentes trastornadas, toda una cadena diaria de sangre y lágrimas.

      Recibe la tonsura de manos de monseñor Gaggia

      El mismo día en que el obispo de Brescia, monseñor Giacinto Gaggia, le confirió la tonsura (30 de noviembre de 1919), el seminarista Montini escribía a su padre: «A todas las personas queridas que comparten conmigo las emociones y las gracias que dan inicio a mi nueva vida (...). La ceremonia de la tonsura es bastante breve; pero, en las palabras de su rito: el Señor será la parte de mi heredad, encierra el programa esencial de la religión, y expresa, en la antítesis de que el Señor sea parte, cuanto de más complejo, misterioso e inefable se encuentra en el destino sobrenatural y en la vocación. Palabras, por tanto, que producen vértigo y llevan al éxtasis, y que, en la acción de gracias ininterrumpida que tienen derecho a reclamar de mi pobre corazón humano, tan privilegiado, me obligan a incluir la gratitud que debo mostrar hacia quien me educó para gozar de tal fortuna».

      Era ya un alma adulta, saturada de filosofía y de mística. Algunos años antes, cuando tenía quince años, había escrito a su amigo Andrea Trebeschi en estos términos: «Yo, pobre y pequeño ser, encerrado en una nubecilla de polvo errante, ¿saldré mañana al sol y seré capaz de comprender esta luz infinita? ¿Vagaré mañana por los espacios infinitos cantando con potente voz himnos al Creador?

      Recibe el subdiaconado en enero de 1920

      Las órdenes menores le fueron conferidas por el obispo de Brescia, monseñor Gaggia, el 14 de diciembre de 1919. Y al inicio de 1920 recibió el subdiaconado: «Experimento las vibraciones del Magnificat», escribió a un sacerdote amigo suyo, don Francesco Galloni. Alegría en el corazón por su total consagración a Dios, pero también pena y tedio por cuanto sucedía a su alrededor: los desórdenes populares de la posguerra, la violencia de un partido contra otro. En la ciudad del oratoriano padre Caresana, en Vigevano, unas religiosas y sus jóvenes alumnos fueron agredidos desconsideradamente por un grupo de bolcheviques.

      Confidencia a su párroco antes de ordenarse diácono

      Antes de ordenarse diácono le dice a su párroco don Galloni: «Experimento las vibraciones del Magnificat... Que el Señor, que me ha dado una clara visión de mi nulidad, me dé también la de su fuerza». Algunos meses después de la ordenación le confía a su amigo Andrea Trebeschi: «Solo temo que la costumbre y el hombre viejo aplaquen el éxtasis continuo, el vértigo del asombro de saberme señalado por Dios».

      Reunión de los profesores antes de ordenarlo

      Como requisito para su admisión al sacerdocio, se reunió el claustro de profesores del seminario presididos por el obispo monseñor Giacinto Gaggia. A la hora de expresar su parecer, hubo más de uno que, admitiendo la idoneidad moral e intelectual del candidato, objetó que poco podía esperarse en la diócesis de un joven de salud tan precaria. Monseñor Gaggia dio una respuesta que pasaría a todas las biografías del futuro papa: «Bien, quiere decirse que lo ordenaremos al joven Battista para el cielo». ¡Claro que sí! Pero antes para un fecundo ministerio durante décadas para toda la Iglesia católica.

      Juan Bautista es ordenado sacerdote

      Se ordena sacerdote el 29 de mayo de 1920 en la catedral de Brescia. Parece que el alba que llevaba se confeccionó con parte del traje de novia de su madre. Y predica en su primera misa Angelo Zammarchi, director de la editorial La Scuola. Su padre hizo grabar una imagen que reproducía una oración de san Pío X, palabras que se revelaron proféticas sobre dos focos espirituales del hijo: «Concede, oh Dios mío, que todas las mentes se unan en la Verdad y todos los corazones en la Caridad». También en este día grande para el nuevo sacerdote Montini le llega un telegrama de don Luigi Sturzo, famoso sacerdote fundador del Partido Popular italiano. Angelo Zammarchi, director de la editorial La Scuola, fue el que predicó en la primera misa de Montini, el 30 de mayo de 1920.

      El día de su ordenación sacerdotal

      Con el rostro entre las manos, ante la Virgen de las Gracias, Montini rezaba y pensaba: «A partir de este momento mi vida será inmolación y servicio. El mundo me espera; hay que cambiarlo. Pero debo empezar por mí». «Todo in nomine Domine». Y ese sería más tarde su lema episcopal, y también como Sumo Pontífice.

      Sus compañeros de la FUCI le regalan el «Diccionario de teología católica»

      Al día siguiente de su ordenación celebró su primera misa en el santuario de Nuestra Señora de las Gracias. Fue su padrino el conde Giovanni Grosoli Pironi, amigo de la familia, representante del movimiento católico italiano. Allí estaban, emocionados, dos diputados del PPI, amigos de su padre: Giovanni Longinotti y Luigi Bazoli. También los muchachos de La Fionda, que le regalaron un ejemplar del voluminoso Dictionnaire de théologie catholique.

      Amor a la santa misa

      Volvamos ya a acompañar a Juan Bautista en el último tramo de la senda que le condujo hasta su «Introibo ad altare Dei», al sacerdocio.

      El altar fue su meta: «¡el altar y Cristo!», repetía. A partir de su primera misa. No dejó nunca de celebrar la ofrenda eucarística, ni siquiera con la fiebre a cuestas. Cuenta su secretario particular que, el último día de su vida, aquel 6 de agosto de 1978, logró convencerle de que no debía celebrar, solo a condición de que él, don Macchi, diría la misa en la capilla contigua a la habitación del Papa, de manera que pudiese seguirla a través de la puerta abierta. La siguió de hecho con mucha devoción, y participó en ella con el corazón y con la voluntad.

      Siempre recordaba y celebraba el aniversario de su ordenación. El domingo 1 de junio de 1930, cuando cumplía diez años de sacerdocio, estaba de retiro en la abadía de Montecassino (siempre amó esas estancias benedictinas; de joven quiso ser monje de san Benito).

      Juan Bautista quería ser vicario parroquial

      Se cuenta que solicitó a su obispo un puesto como vicario parroquial, pero que este no quiso otorgárselo a su «candidato del paraíso», sobre todo por considerarle dotado de una inteligencia extraordinaria. Y así maduró la idea, después de hablar con los padres de Montini, de enviarlo a Roma para ampliar estudios en la Ciudad Eterna. Sobre todo cuando el padre y el hermano mayor

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