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1992, para explorar el concepto de seguridad humana a través del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Pnud, en su informe de ese año, debido a la necesidad de enfatizar en el individuo y no en el Estado, al considerar que el ser humano es el núcleo central y primer beneficiario de la seguridad. La seguridad humana, con sus diferentes usos, es ampliada por el Pnud en su informe anual de 1994, precisando que no es una preocupación por las armas, sino una preocupación por la vida y la dignidad humana. Del mismo modo, se puntualiza en que no debe equipararse la seguridad humana con el desarrollo humano, ya que es más amplio e implica un proceso donde la gente cuenta con una diversidad de opciones. En consecuencia, la seguridad humana significa que la gente puede ejercer esas opciones de manera segura y libre con la confianza que las oportunidades de hoy no desaparezcan en el mañana y básicamente se centra en cuatro características fundamentales: es una preocupación universal, sus componentes son interdependientes, la clave está en la prevención y su núcleo es el ser humano (Pnud, 1994, pp. 25-52).

      Dicho concepto se puede complementar con la reflexión de Rafael Grasa, sobre seguridad humana, entendida como una doctrina que combina, desde 1990, las agendas de paz, seguridad, desarrollo y derechos humanos, con las visiones más tradicionales de seguridad. Para ilustrarlo mejor, afirma que después de terminar la guerra fría, es indefectible que desde 1992 han disminuido los conflictos armados, pero perduran más de 120 guerras civiles y las guerras internas sustituyen las guerras convencionales. Son nuevas guerras6, con nuevos actores como el terrorismo o el crimen organizado (Grasa, 2007). No obstante, para este autor, el mayor obstáculo para que se adopte el concepto de seguridad humana lo constituye la enorme brecha que hay entre los países. En otras palabras, está intrínsecamente ligado a la crisis de desigualdad agravada a nivel mundial, al enfrentar la pobreza extrema con la riqueza extrema. Según Oxfam (2018), el 82% de la riqueza mundial generada en 2017 quedó en poder del 1% más rico de la población mundial, lo que contrasta con el 50% de la población más pobre que equivale a 3.700 millones de personas, que no obtuvo beneficio con ese crecimiento.

      En esta línea argumental, también es posible reflexionar en torno a tres campos de aplicación en función de la seguridad: seguridad nacional, seguridad ampliada y seguridad humana (Battistella, Petiteville, Venession, 2012, pp. 506-510). Para este estudio es de particular importancia el campo de la seguridad nacional, definido en 1948 por el diplomático estadounidense George Kennan, como “la capacidad continuada de un país para proseguir el desarrollo de su vida interna sin interferencia seria, o amenaza de interferencia de potencias extranjeras” citado por Laborie (2011, p. 1). A esta definición podemos agregarle la de los realistas, para quienes “la seguridad nacional hace referencia a la salvaguardia del Estado frente al daño físico” (Frasson-Quenoz, 2014, p. 29). Esto nos lleva a decir que el objeto de referencia es el Estado-nación, en un espectro donde los Estados se ven comprometidos a librar una lucha permanente que se soporta en el poder militar, con la finalidad de garantizar su soberanía, la integridad de sus territorios y velar por sus intereses nacionales. Para lograrlo, en un sistema internacional competitivo y anárquico, se hace necesario anteponerse a las amenazas armadas de los demás Estados, con la mirada fija en alcanzar el equilibrio de poder.

      En cuanto al campo de la seguridad ampliada, nace desde el mismo momento en que se reconocen las nuevas amenazas a la seguridad de los Estados y de las personas, ligadas a su complejidad y proliferación de una gran variedad de actores internacionales, estatales y no estatales, que requieren ser enfrentadas por las sociedades junto a las amenazas tradicionales dentro de un mundo globalizado cada vez más desarrollado y cambiante. Para Buzan, Wæver & Wilde (1998), el término seguridad ampliada no se limita a un concepto reduccionista tradicional, donde prevalecen las amenazas militares. Es decir, la seguridad hay que considerarla analíticamente bajo un ámbito global o regional amplio, en el que interactúan los sectores militar, político, económico, social y ambiental, con el objeto de encontrar unidades y valores característicos, donde la naturaleza de la supervivencia y la amenaza difieren. Esto es, que “la seguridad significa sobrevivir frente a las amenazas existenciales, pero lo que constituye una amenaza existencial no es lo mismo en los diferentes sectores” (Buzan et al., 1998, p. 27). Lo anterior equivale a suponer, según estos autores, que la redefinición del concepto de seguridad está asociada al incremento de la agenda de seguridad con la creciente densidad del sistema internacional y el manejo político que se le proporciona a la significación de seguridad ampliada.

      Los campos de aplicación en (Battistella et al., 2012), nos permiten visualizar la redefinición de la noción de seguridad en el período de la posguerra fría, al ser objeto de grandes debates por parte de reconocidos académicos, entre los que destacan: Buzan, 1991; Lipschutz, 1995, Krause & Williams, 1997; y Buzan, Wæver & Wilde, 1998. Tras finalizar la guerra fría, el debate ha girado en torno a tres aspectos tradicionales de la seguridad: “Primero, la idea de seguridad equivale a la seguridad nacional o la del Estado, de posibles agresiones externas. Segundo, el carácter militar de las amenazas a la seguridad. Y tercero, el supuesto de que dichas amenazas son claramente identificables y objetivas” (Tickner, 2005, p. 15).

      Sin embargo, con el ataque a las torres gemelas en Nueva York y al edificio del pentágono en Virginia (Estados Unidos), desde el 11 de septiembre de 2001 se da un cambio en el concepto de seguridad, ante la aparición de nuevos actores como el terrorismo y el accionar del crimen organizado, con el tráfico ilegal de drogas ilícitas, principalmente. Hasta entonces, el concepto de seguridad se circunscribe al mantenimiento del orden interno mediante el empleo de cuerpos policiales y, el de defensa, en la protección de las fronteras para garantizar la soberanía nacional y la integridad territorial, frente a eventuales amenazas de los países vecinos, con el empleo de las fuerzas militares o fuerzas equivalentes en los respectivos Estados.

      De ahí que se presenta un cambio de paradigma con la Declaración de Seguridad en las Américas (octubre 2003), adoptada por los países miembros de la OEA, en Ciudad de México, la cual “creó un nuevo concepto de seguridad hemisférica que amplía la definición tradicional de defensa de la seguridad de los Estados a partir de la incorporación de nuevas amenazas, preocupaciones y desafíos, que incluyen aspectos políticos, económicos, sociales, de salud y ambientales” (Suárez, 2007, p. 45). De esta manera, se le da a la seguridad un enfoque “multidimensional” que encierra no solo las amenazas tradicionales, sino también las nuevas.

      Hasta aquí, lo cierto es que no hay y quizás no podrá existir un consenso general respecto del concepto de seguridad. Por tanto, es un debate aún no acabado, por la variedad de significados que adquiere según el tipo de nación, personas, idiosincrasia, ideas, percepciones y cultura que afectan su manera de ver la realidad, también influenciada por la postura ontoepistémica. En ello, radica la multiplicidad de definiciones que han surgido alrededor del concepto de seguridad, en especial tras el fin de la guerra fría.

      Son buenos ejemplos de lo dicho: la seguridad colectiva, la seguridad común, la seguridad cooperativa, la seguridad compartida, la seguridad sostenible y la seguridad humana, entre otras. De lo anterior se colige que, la definición de seguridad, no se puede dar en términos absolutos sino relativos, por cuanto es un concepto que por su dinámica está en constante evolución y según las personas que lo utilicen, de las circunstancias de tiempo y lugar en que se encuentren, adquirirá un significado diferente.

      Por ello es claro que más allá de la discusión teórica si es el Estado o el individuo, el objeto referente de la seguridad, es un hecho que los dos deben atender para salvaguardarse de las amenazas. Entonces, los esfuerzos deben orientarse hacia la elaboración de políticas, estrategias e instrumentos que deban aplicarse para satisfacer esta necesidad básica, tanto en lo externo como en lo interno. Se propone que cada sector defina un punto focal dentro de la problemática de seguridad, al mismo tiempo que ordena las prioridades. Es decir, el uso del poder militar se enfoca al primer sector, el de la seguridad militar, mientras que a los otros sectores se les da el tratamiento de seguridad requerido, con lo que se limita la securitización a los aspectos: político, económico, social y ambiental. Así, se evita una securitización generalizada que a todas luces no es conveniente, a la vez que los cinco sectores operan interdependientemente, vinculados con fuerza unos de otros como una red entretejida, por lo que de ninguna manera actúan aisladamente.

      En este punto conviene

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