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una acción disuasiva creíble ante sus potenciales rivales. Por tanto, demanda poseer un respaldo presupuestal boyante para asegurar su mantenimiento y sostenimiento. Mientras que para Colombia, potenciar su poder militar se ha concentrado en adquirir y fortalecer las capacidades requeridas para atender el conflicto armado interno, acorde con sus posibilidades económicas. De cualquier modo, Colombia es considerada una amenaza para Venezuela, porque teme ser invadida por Estados Unidos con su apoyo. Sin embargo, no es coyuntural ni de una sola vía, esa prevención ha sido recíproca y ha predominado históricamente, debido al diferendo limítrofe pendiente, como se constata en las hipótesis de guerra de ambos países. Por consiguiente, la desconfianza es mutua y ha conllevado a la securitización de las relaciones, dada la extensa frontera de 2.219 kilómetros que los une, donde la mayoría de problemas existentes se enmarcan en la seguridad; la segunda, tiene que ver con la estrategia utilizada por los gobiernos de Chávez y Maduro, como una variable principal de gobernabilidad, la cual consiste en ubicar a los militares en puestos gubernamentales y ofrecerles ventajas e incentivos, para obtener lealtades y asegurar el control del estamento castrense, con el objetivo de mantenerse en el poder. Una práctica reciente, dadas las características propias del proceso revolucionario en que se encuentra inmersa Venezuela, y sin antecedentes en los gobiernos democráticos anteriores a 1999. En el lado colombiano, dicha realidad no existe, por cuanto las Fuerzas Militares no afrontan esa situación y sustentan sus actuaciones bajo la égida de la legitimidad, amparada por el acatamiento a la Constitución y la Ley.

      Respecto al concepto de liderazgo, comencemos por decir que su propósito fundamental es el de alcanzar intereses compartidos o comunes (Malamud, 2011, p. 9) y que para John Ikenberry (1996) hay que partir de la premisa que tiene implícitos dos elementos esenciales de capacidad: el poder y la voluntad. El primero, como ya señalamos, se refiere a la capacidad de influir para que otros hagan lo que en otra circunstancia no harían. Es decir, implica la cooperación libre y espontánea, alejada de cualquier tipo de acción coercitiva. El segundo, es la capacidad para generar consensos y acciones colaborativas por parte de actores y Estados, en procura de alcanzar objetivos e intereses comunes. En otras palabras, la consecución de seguidores (Ikenberry, 1996, p. 396). En consecuencia, el liderazgo no se reduce al simple ejercicio del poder que se materializa en la influencia, sino que también requiere de la habilidad para persuadir y obtener su voluntad política.

      De lo anterior se colige la posibilidad de una extrapolación del liderazgo al ámbito de las relaciones internacionales, para llevarlo al plano de los países, considerando los tres tipos de liderazgo que identifica Ikenberry (1996): estructural, institucional y situacional. El estructural, entendido como la capacidad de liderazgo, que posee un actor estatal, la cual está dada por sus capacidades materiales que le posibilitan desarrollar un efectivo poder blando, en aras de patrocinar su liderazgo e influir en el ordenamiento político establecido (p. 389). El liderazgo institucional hace referencia a las reglas del juego que los Estados conciertan de mutuo acuerdo para orientar sus relaciones (p. 391). Finalmente, el liderazgo situacional es la capacidad que posee un Estado, en situaciones especiales, de realizar acciones encaminadas a estructurar y redireccionar el orden político internacional (p. 395).

      Otras dos categorías de liderazgo las encontramos en Underdal (1994), para complementar las anteriores definiciones, el liderazgo coercitivo y el instrumental. En el liderazgo coercitivo cualquier país que sea superior en capacidades materiales, bien puede ejercer su liderazgo bajo la coacción. De esta manera, tiene la posibilidad de controlar eventos y usarlos para premiar a sus seguidores o castigar a quienes no lo hagan, en el popular método de la zanahoria y el garrote (p. 186); y el liderazgo instrumental, que se basa en el poder de convencimiento que se imprime sobre otro actor que consiente ser dirigido, o la creencia de que este posee los atributos necesarios para ser su guía y señalar el sendero (p. 187).

      En adición, a continuación buscaremos desarrollar el concepto del liderazgo considerando las cinco dimensiones de James Rosenau (1994), idiosincráticas, de función, gubernamentales, sociales y sistémicas. Variables que, en nuestro estudio, son aplicables a los presidentes venezolanos Chávez y Maduro, dado que se asocian al relacionamiento de Venezuela en el sistema internacional, en lo vecinal y extrarregional, con énfasis en sus relaciones con Cuba, Estados Unidos y Colombia.

      En efecto, vinculando elementos del realismo y del constructivismo, Rosenau (1994) identifica, entre otras, las variables de idiosincrasia, las cuales poseen características comunes y compartidas entre los tomadores de decisión, de manera que resultan determinantes para aplicar las políticas exteriores en un Estado. En esta dimensión se incluyen los rasgos característicos sobresalientes, del liderazgo de decisión, en el campo de la política exterior e interna, tales como: valores, talento, experiencia y atributos de la personalidad que inciden en la toma de sus decisiones. No solo las variables que integran las políticas y los intereses nacionales en el orden externo e interno, sino también los aspectos relacionados con los valores de la sociedad, su unidad nacional y el nivel de industrialización alcanzado.

      En esta misma línea argumental, resulta de particular utilidad explorar sobre el funcionamiento de los sistemas nacionales con una fuerte dependencia de los acontecimientos y tendencias externas, por cuanto surge la necesidad de identificar un nuevo tipo de sistema político al que se le denomina “penetrado”, en palabras del mismo Rosenau. “Un sistema político penetrado es aquel en el cual los no miembros de una sociedad nacional participan de manera directa y autorizada, mediante acciones que se emprenden conjuntamente con los miembros de la sociedad, sea en la asignación de sus valores o en la movilización de apoyo en favor de sus objetivos” (Rosenau, 1994, p. 213). La diferencia del sistema penetrado con un sistema político internacional radica en que los no miembros influyen de manera indirecta y no autorizada en los valores de una sociedad, y en la movilización de apoyo en favor de sus objetivos, mediante acciones autónomas y no conjuntas. En cambio, el sistema político penetrado difiere de un sistema político nacional, en que los miembros de una sociedad no dirigen acción alguna hacia la misma y, por ende, no contribuyen de ningún modo a la asignación de sus objetivos ni a la consecución de sus metas.

      Con relación a la seguridad, es un concepto que tiene diferentes significados. Por su naturaleza dinámica, ha ido evolucionando con el paso del tiempo y variando de acuerdo con los enfoques teóricos, ya sean realistas, constructivistas, críticos o ampliacionistas, entre otras corrientes. La seguridad se considera como “la búsqueda de la libertad frente a las amenazas y la capacidad de los Estados y las sociedades para mantener su identidad independiente y su integridad funcional frente a las fuerzas del cambio que se perciben hostiles” (Buzan, 1991, p. 432). Además, la seguridad es una expresión esencialmente subjetiva, que se refiere a liberarse de preocupaciones y sentirse a salvo de cualquier peligro o daño que pueda ser infringido por otro. Esto es, que “se determina en gran medida por percepciones y no necesariamente por situaciones objetivas. Esta subjetividad explicaría hasta cierto punto por qué el concepto de seguridad ha sido usado en tantos campos diferentes” (Bárcena, 2000, p. 12).

      Análogamente, la seguridad es la “interacción entre fuerzas materiales y entendimientos intersubjetivos” (Hurrell, 1998, pp. 20-21), mientras que para Cepik (2001), es una acepción atemporal y abstracta que se caracteriza por tener unas condiciones deseables y aplicables en cualquier contexto o circunstancia. Al mismo tiempo, este autor sostiene que la seguridad está íntimamente ligada al campo militar, toda vez que es una condición relativa de protección, en la cual se es capaz de neutralizar amenazas identificables contra la existencia de alguien o de alguna cosa. Aún más, la seguridad es un concepto que se refiere al Estado y bajo ese enfoque “tiene que ser leído a través de la lente de la seguridad nacional” (Wæver, 1995, p. 49). En dicho sentido, la seguridad se ha ligado por mucho tiempo a la defensa del territorio contra la agresión externa. Igualmente, bajo la justificación de proteger los intereses nacionales en el ámbito de la política exterior o amparando la seguridad mundial, ante amenazas de carácter nuclear.

      Sin embargo, para Buzan, Wæver & de Wilde (1998), las amenazas no se limitan solo al ámbito militar, sino que también trascienden a los problemas de índole político, económico, social y ambiental. Seguridad también significa “ausencia de amenazas y emancipación es liberar a la gente (…) La emancipación, no el poder o el orden, produce la seguridad verdadera. La emancipación en teoría

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