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el cura y el rábula, distinguen, tapan y simulan.

      Santander, durante un año estudió derecho romano y práctica forense.

      Camilo Torres, Emigdio Benítez, Frutos Gutiérrez, Custodio García Rovira… Había mucho viejo bondadoso, jurisperito y pendejo en Santafé y en Popayán, que eran las ciudades universitarias. Viejitos embobados de tanto estudiar en libros, acerca de jurisdicciones, competencias, derechos, deslindes y deberes. Mientras tanto, los del otro Derecho, del canónico, dirigían las conciencias de las señoras tomando chocolate, aquel divino y colonial chocolate santafereño que era un afrodisíaco. Los jesuitas, preocupados por ciertos deslices de los suyos en el Paraguay, enviaron un visitador, quien informó que “todo se debe a una bebida preparada con cierta frutilla muy grasosa”: el cacao. Por eso los jesuitas se desayunan con café.

      En julio de 1810, Francisco Santander Omaña estaba muy atareado preparando un examen acerca de juicios ejecutivos y ordinarios, cuando en ésas, el día 20, comenzó la Patria Boba (1810-1816), que fue otro seminario de rábulas en donde terminó su educación.

      Apenas fundaron en España Junta Suprema para defender los derechos de Fernando VII contra Napoleón, a los viejitos jurisconsultos de Santafé se les alborotó la jurisdicción y cada uno quiso formar una Junta Suprema. Las disputas entre ellos, entre aldeas y regiones, acerca de jurisdicción, hasta que llegó Morillo y los mató, es lo que se llama grito de independencia, años heroicos y Patria Boba. Allí perfeccionó Santander su educación.

      Copiamos del Archivo Santander:

      “Certamen de práctica forense, así: La forma, el método y los términos propios con que se han de proseguir, definir y terminar los juicios ejecutivos y ordinarios, tanto civiles como criminales, constituye la materia del certamen público que sostendrá don Francisco de Paula Santander de Omaña, bajo la dirección del doctor Emigdio Benítez, catedrático de Derecho Real en este Colegio mayor y seminario de San Bartolomé el 11 de julio de 1810”.

      Este formulismo era lo que estaba aprendiendo nuestro hombre. Observemos los distingos formalistas: proseguir, definir y terminar. Si no ponen los tres verbos, el alumno podrá limitarse, por ejemplo, a definir. Ésa es la mentalidad de la Nueva Granada. Ahora, en la plaza pública, en los campamentos de la guerra civil, estos caballeros discutirán acerca de centralismo y federalismo, jurisdicción de Santafé, Tunja y Cartagena. Aquí termina su aprendizaje, y en 1816 no quedará sino él, Francisco de Paula, que huye a los llanos de Casanare. A los otros, a los jurisperitos, llega Morillo y los fusila o los ahorca.

      Afortunadamente para la independencia americana, nueve años antes que Santander habían parido en Caracas un niño seco, desnudo y ojinegro.

      Nueve años antes que Santander había nacido en Caracas Simón Bolívar, hijo de criollos ricos, reclamantes de un marquesado. Niño huérfano, enjuto e impetuoso, mal educado, términos que el lenguaje de viejas beatas aplica a las almas desnudas.

      Quedaban así reunidos los elementos para lo que podríamos llamar momento estelar de la humanidad. Así:

      a) Poco antes que Bolívar había nacido Simón Rodríguez, niño expósito, a quien las circunstancias impulsaron a buscar sus padres dentro de sí mismo; vocación de pedagogo, pero de una pedagogía nueva, pues

      b) Antes que Simón Rodríguez había nacido en Ginebra Juan Jacobo Rousseau, cuya madre murió al darle a luz.

      c) En 1760 aparece el Emilio, o arte nuevo de formar hombres. ¿Qué novedad trae?

      Hay que principiar por desnudar al niño en medio de la naturaleza. Lo que llaman hombre civilizado es el que está cubierto por los prejuicios. Apenas se despoja de opiniones recibidas y de literatura, oye dentro de sí mismo un grito: pienso, luego soy. Tiene su origen en Descartes. El niño encuentra su yo. Ésa es la madre, la que no conocieron Juan Jacobo, ni Simón Rodríguez, ni Simón Bolívar. Estos hombres, que no tuvieron el refugio maternal, apasionadamente se hundieron dentro de ellos mismos, buscando el origen, la fuerza original que hace a los fuertes.

      Lo que llaman sabiduría son prejuicios serviles. Lo que llaman hombre civilizado, nace, vive y muere en la esclavitud: al nacer le cosen en pañales; cuando muere, le envuelven en absoluciones y le clavan en ataúd, y mientras respira lo encadenan y ahogan las instituciones y conveniencias sociales, como las serpientes a Laocoonte.

      La palabra obedecer se proscribirá del diccionario del niño, así como la de obligación y deber. Pero estarán las de fuerza, necesidad y precisión.

      La primera educación será negativa: quitar los prejuicios, olvidar. La segunda será así:

      Siempre son rectos los movimientos originales. El niño sólo aprenderá de la naturaleza que le rodea. No leerá sino en la naturaleza. El niño que no se encuentra a sí mismo no hace más que leer. Vuestro hijo nada debe conseguir porque lo pida sino porque lo necesita. No debe hacer nada por obediencia sino por necesidad. De ese modo estará como en su ambiente dentro de las fuerzas de la naturaleza; será resignado, apacible, aunque no haya conseguido lo que pretendía, pues es natural en el hombre sufrir con paciencia la necesidad de las cosas, mas no la mala voluntad ajena. Una vez desnudos y descubierta la fuerza original, ejercitad a los niños en la naturaleza: obrar, correr, nadar, crear aquello que su fuerza original indique: Vocación.

      Mantener al niño en la única dependencia de las cosas: cesa la conciencia de pecado. El origen de las instituciones es un contrato y nada más. Vivir no es respirar: es obrar, usar de órganos, sentidos, facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el íntimo conocimiento de nuestra existencia. La vejez no se cuenta por los años sino por la acción.

      En cuanto a la muerte, acostumbrado el niño a aceptar la necesidad, cuando aquélla venga, morirá sin lucha ni sollozos, que es todo lo que permite la naturaleza en ese instante abominado por todos.

      Es loco el que pretende estorbar que nazcan las pasiones.

      A los veintitrés años Rousseau escribía a su padre que,

      “de todos los estados a que puedo aspirar, el único por el que siento alguna predilección es el de preceptor de jóvenes pertenecientes a familias de calidad”.

      Pero el Emilio o arte de formar hombres no ha sido aplicado pedagógicamente sino una vez, en Caracas, por el maestro más propio y el niño más apropiado.

      Caracas es ciudad divina. El Calvario, en Caracas, es el ombligo espiritual de Suramérica.

      El Emilio fue como dinamita; su influencia dura aún y su altura no ha sido alcanzada. Momento estelar de la humanidad: Rousseau, Rodríguez y Bolívar aparecen en las circunstancias precisas para que resulte la forma que tuvo la revolución de independencia suramericana.

      Simón Rodríguez no tiene padres. Recogido por una familia como expósito, solamente conoce a un cura que visitaba la casa. Lo estudia todo en busca de sí mismo. Deslumbra con su atrevida inteligencia. Sus amigos, los funcionarios de España, le permiten recibir libros prohibidos; se encuentra a sí mismo y siente vocación por mostrar el camino. Cae en sus manos la obra de Rousseau.

      El niño Simón es rico; dueño de cacaotales, cañamelares, minas y dehesas; desnudo de nacimiento, no sujeto a nadie, mal educado. Lo que más desean los Bolívares es librarse de la responsabilidad de ese muchacho difícil. Tierras tibias, naturaleza espléndida; aire libre, casas solariegas; lago y mar; ríos resplandecientes; caballos y sociedad complicada. Funcionarios españoles petulantes; criollos sensuales y susceptibles; tercerones, mulatos, zambos, mestizos, esclavos. ¡Si Juan Jacobo hubiera tenido esta oportunidad!, repítese constantemente Simón Rodríguez: Bolívar no tiene mamá que se oponga a la desnudez y los parientes no saben qué hacer con el niño inquieto.

      Nadie ha valorado la importancia de este acontecimiento en la historia de la humanidad. Simón Bolívar es hijo de Rousseau. Cada proposición del Emilio parece haber sido escrita para indicar el modo como debían educar al libertador de Suramérica.

      Cuando

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