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son bastante ilustrativos a la hora de entender quiénes serán los más golpeados por la Crisis Ecosocial y dónde se generará mayor tensión social13.

      Estas evidencias están ocurriendo ahora y tienen un impacto real, tangible y trágico. Estas evidencias deben preocuparnos, pero, sobre todo, deben inspirarnos a actuar, debemos utilizarlas como justificación para hacer lo que debemos. Cualquier actuación requiere comprensión. Necesitamos por tanto comprender cuál es el significado de los datos que acabo de exponer, entender cuáles son las implicaciones de la Crisis Ecosocial.

      La Crisis Ecosocial es histórica en dos sentidos: retrospectivo y excepcional. Se trata, en primera instancia, de la conclusión de un proceso histórico (esencialmente de dimensión económica) que se consolidó con la revolución industrial y el triunfo del capitalismo. Hoy vivimos las consecuencias de siglos de explotación desmedida del patrimonio natural que el capitalismo incentivó para asegurar un crecimiento desmesurado e ilusorio (más adelante veremos por qué). Es decir, nuestro presente es consecuencia de las desmedidas del pasado; por eso es una crisis retrospectiva. Por otro lado, la Crisis Ecosocial es histórica por su singularidad. Nunca en nuestra historia como especie nos hemos enfrentado a un problema de expresión no antropogénica (aunque las causas sí lo sean) y de una dimensión tan total, absoluta y con un potencial destructivo de este calado. Además, es una crisis que llega en un momento determinante pues jamás la humanidad ha estado tan interconectada ni ha tenido un potencial transformativo tan radical como el que tenemos hoy en día: los avances científicos, tecnológicos, la interconectividad social, la expansión de la educación… Todos estos elementos dotan a nuestra sociedad de las herramientas y las circunstancias necesarias para llevar a cabo transiciones significativas hacia un paradigma sostenible, socialmente justo e inclusivo.

      La Crisis Ecosocial es total porque sus rostros, causas y consecuencias son sencillamente innumerables. No se trata únicamente de cambio climático, es también pérdida de biodiversidad, desertificación, expolio de los recursos naturales, contaminación, etc. No es sólo un problema medioambiental, lo es también social, cultural, político y económico. No es una crisis del sistema, es una crisis sistémica. Estructuralmente hemos fracasado. Sin lugar a duda, ha sido el capitalismo (con la agresividad de su extractivismo y la desmesura del consumismo) el que la ha causado. Pero, si bien el sistema económico es el responsable, el político no sólo se ha mostrado incapaz de evitar la crisis, sino que ha colaborado activamente en su creación, recrudecimiento y perpetuación. La sociedad, que ahora comienza a protestar mientras algunos sectores permanecen seducidos por las ficciones del sistema, se sume en la impotencia de no ser oída por sus gobernantes, de no ser capaz de implementar la voluntad popular. Por último, el canon cultural es en parte cómplice de haber consentido el desarraigo de lo natural. Todavía, la cultura no ha sido capaz de desarrollar nuevas narrativas emancipadoras que vertebren los procesos transformativos que necesitamos. En consecuencia, de este fracaso de las principales estructuras de nuestra civilización, han sido varios los intelectuales que hablan ya de una crisis civilizatoria. Se dice que el tardocapitalismo está herido de muerte, se ha suicidado al negarse a imponerse límites. Pero la victoria del neoliberalismo en el siglo pasado, tanto económica como espiritual, nos lleva a un escenario de ruptura. Dado que el cambio del sistema económico es una condición indispensable para evitar el desastre ecológico, la ruptura con nuestro orden civilizatorio es pues inevitable. Romperemos, con el rostro de nuestra civilización, sus expresiones y sus ficciones. Nos encaminamos a una ruptura de la que surgirá un nuevo sentir, una nueva concepción del ser.

      La Crisis Ecosocial es transformativa porque se trata de un desafío que no podemos mitigar superficialmente. Es una crisis que tan sólo puede ser resuelta mediante una transformación radical de nuestros sistemas y modelos de vida. Se ha tratado de establecer una falacia de reduccionismo tecnócrata, se nos ha tratado de convencer de que la tecnología evolucionará lo suficientemente rápido como para solucionar el problema. Pero hay una incómoda realidad que falsea este disparate: sencillamente no podemos adaptarnos a lo inadaptable. Lo que realmente necesitamos son transformaciones sistémicas que cambian nuestra relación individual, colectiva, política y económica con la naturaleza.

      Es por todo esto que la Crisis Ecosocial es un punto de inflexión en nuestra historia. No podemos obviarla, ante nosotros sólo se nos abren dos horizontes: el trágico y el emancipador. No actuar con la contundencia necesaria condena nuestras sociedades a una crisis estructural cuyo desenlace posiblemente sea un aumento dramático de desigualdad, autoritarismo y mortandad (entre otras muchas consecuencias trágicas). Sin embargo, la Crisis Ecosocial nos brinda también la oportunidad de reconstruir los cimientos podridos sobre los que opera el sistema, de emanciparnos de sus contextos y expresiones más nocivas, así como la posibilidad de deconstruirnos y repensar nuestras vidas poniendo en valor lo espiritual y el bienestar en detrimento de la nociva productividad de este presente devorador.

      Y aún con todo, pese a los siglos en que hemos volcado todo nuestro potencial en dominar la naturaleza, somos más frágiles que nunca. Edward Obsorne Wilson nos lo recuerda: «Encaremos la realidad. Jamás hemos conquistado el mundo y nunca lo hemos comprendido. Simplemente nos imaginamos que lo controlamos. Ni siquiera sabemos por qué reaccionamos de cierta manera ante ciertos organismos ni por qué los necesitamos tan urgentemente en diversas formas. Cuanto más profundice la mente en sí misma y descubra que es un órgano de supervivencia, mayor será la reverencia ante todo lo viviente, basándonos simplemente en motivos racionales».

      Y

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